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El rojo no existe, pero el miedo vende


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Cuando converso con alguien obsesionado con el fantasma del “comunismo”, o cuando —sin ser precisamente de izquierda— uno defiende ciertos derechos, y del otro lado aparece esa persona [no siempre ducha en comprensión lectora o en lógica básica] a responder con un “rojo” o “rojete”… no hago caso.


Desvío la conversación. No solo por salud mental e intelectual, sino por pragmatismo puro.

La agresividad, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la islamofobia, el antisemitismo, la misoginia y la transfobia de ciertos sectores de la derecha y la ultraderecha suelen justificarse con argumentos grotescos: fake news, videos editados, certezas inexistentes, y una ausencia alarmante de datos verificables.


Un ejemplo reciente: Trump vs. Mamdani [34], este último un socialista moderado y musulmán secular.


Trump lo llama “comunista” —y ahí mismo su argumento, tan visceral como flatulento, debería darse por inválido.


Lo más chocante: un “¡ellos comen perros!” terminó convertido en “verdad” por auténticos indomiciliados intelectuales.

No cuestionan la mentira porque aceptar que fueron engañados los obligaría a admitir que no son tan lúcidos como suponen.


Hoy, Nueva York —junto a California y otros estados liberales— tiene la oportunidad de frenar no solo al “presidente niño”, que empuja a la economía más grande del planeta hacia tensiones inflacionarias, recesivas, alimentarias, de deuda y a un récord de parálisis federal, sino también de impedir que las megafortunas sigan ensanchando su obsceno divorcio con la realidad.


Entre 1950 y 1980, en Estados Unidos y el Reino Unido se aplicaron impuestos a las grandes fortunas con tasas de entre 40% y 80%.


¿Colapsó el mundo? No. Los ricos siguieron siendo ricos, pero el gasto social se disparó —salud, educación, infraestructura— y la desigualdad cayó (Piketty, Capital e ideología, 2019).


Luego vinieron Reagan y Thatcher, desmantelaron esa política fiscal, y hoy el planeta observa una desigualdad patrimonial obscena, alimentada por fortunas heredadas que dejaron de ser capital productivo para convertirse en capital ocioso.


Desde el 2000, el 1% más rico absorbió el 41% de la riqueza global, mientras el 50% más pobre capturó apenas el 1% (Fuente: https://t.co/zf8hTMfMZo).


Si Mamdani logra equilibrar la balanza en Nueva York, trasladando mayor carga fiscal a quienes más tienen para financiar nutrición, salud, educación, infraestructura, salario mínimo, vivienda digna y seguridad, daría un paso enorme hacia una justicia social y fiscal que hace décadas fue reemplazada por cinismo.

 

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