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Pensar al Perú desde la teoría de François Hartog

 


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I. Introducción a la Teoría de Hartog: la articulación de los tiempos


François Hartog (nacido en 1946) es una figura central de la historiografía francesa contemporánea, con una profunda formación en la historia antigua. Discípulo de grandes figuras como Jean-Pierre Vernant, su trabajo inicial se centró en Heródoto y en cómo la Grecia clásica construyó su relación con el pasado y el tiempo. Esta base en lo clásico le permitió evolucionar hacia la crítica de la temporalidad moderna, convirtiéndose en profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS). A partir de esta trayectoria intelectual, Hartog desarrolló el concepto de Régimen de Historicidad como una herramienta diagnóstica para comprender la relación de una sociedad con el tiempo, un concepto que se ha convertido en su aporte más influyente y que permite analizar la transición del optimismo futurista al predominio del presente, un fenómeno que él denomina "presentismo".


Un Régimen de Historicidad es, según su definición, "la modalidad de conciencia de sí misma por parte de una comunidad humana" sobre cómo se relaciona con lo que ya fue y lo que está por ser (Hartog, 2007, p. 37). Esta herramienta heurística permite diagnosticar no solo el orden dominante del tiempo, sino también sus crisis y sus fracturas. A lo largo de la historia occidental, Hartog identifica tres regímenes principales: el Antiguo, donde el pasado provee el horizonte y las lecciones (historia magistra vitae); el Moderno, impulsado por el progreso y donde el futuro ilumina el pasado (el horizonte de expectativa); y el Presentista, caracterizado por la tiranía de un presente que canibaliza el futuro y reconfigura el pasado como memoria y patrimonio.


Este artículo se propone aplicar la lente de Hartog a la historia del Perú republicano, argumentando que la República, nacida bajo el ideal de un régimen moderno, nunca logró superar la profunda asimetría entre su proyecto futurista y su fragmentado campo de experiencia, lo que finalmente condujo a la fractura del tiempo y al establecimiento del presentismo peruano, un orden marcado por la urgencia, la deuda histórica y la saturación de la memoria.


II. El régimen moderno y la fundación de la República


La fundación de la República del Perú en el siglo XIX fue el intento de una élite criolla por sustituir el Régimen de Historicidad Antiguo (heredado de la Colonia, basado en la historia magistra vitae, el pasado como ejemplo) por el Régimen Moderno. Este nuevo orden se definió por la convicción de que el tiempo histórico era un proceso lineal, irreversible y acumulativo, cuyo motor era el Progreso y cuya meta era la construcción de una Nación-Estado de ciudadanos. El futuro se convirtió, por mandato ideológico, en la categoría dominante y legitimadora, como lo describe Hartog: "El porvenir, es decir, el punto de vista del porvenir, ordena: 'La historia se convirtió en lo esencial en una conminación que dirige el Futuro a lo Contemporáneo'" (Hartog, 2007, p. 238). Este futurismo exigía la constante superación de las "barreras" del pasado, entendidas como el orden estamental, el caudillismo y las estructuras semifeudales que impedían la llegada de la civilización y la democracia liberal.


Sin embargo, el proyecto de un Régimen Moderno en el Perú se gestó sobre una contradicción fundacional que Hartog identificaría como una "brecha" o fractura del tiempo. El horizonte de expectativa (la república liberal, el Progreso europeo, la unidad nacional) era vasto y luminoso, pero chocaba dramáticamente con el campo de experiencia (la realidad social, política y económica). La experiencia inmediata era la de un país profundamente fragmentado: geográficamente dividido, socialmente polarizado por castas y razas, y económicamente anclado en modelos extractivistas coloniales. La población indígena mayoritaria, que constituía el demos nominal de la nueva república, fue despojada de su condición de sujeto político.


El sueño de una "Nación consumada" (al estilo de Lavisse, cit. Hartog, 2016, p. 153) se hizo imposible, y el tiempo, en lugar de acelerar hacia el Progreso, se sentía detenido o cíclico, marcado por el retorno de los golpes de Estado, las guerras civiles y las crisis fiscales. La élite, al verse incapaz de cumplir la promesa futurista, se atrincheró en formas de poder que mantuvieron las estructuras coloniales, preservando la desigualdad y la exclusión bajo el nuevo ropaje de la modernidad.


III. La descomposición del tiempo: hacia la fractura


El fracaso sostenido del Régimen Moderno peruano para cumplir su promesa de Progreso y unidad nacional condujo a una profunda crisis del tiempo que se hizo evidente a finales del siglo XX. Las sucesivas crisis económicas, el colapso de las instituciones democráticas y, en particular, el conflicto armado interno (1980-2000), actuaron como el shock que, según Hartog, "vuelve a cuestionar el orden del tiempo" (Hartog, 2007, p. 128).


La esperanza en el futuro, motor del régimen moderno, se desvaneció. Esta crisis del horizonte de expectativa se manifestó en un creciente desencanto y una pérdida de fe en la Historia como proceso teleológico. La "Historia con su gran hacha" ( Hartog, 2016, p. 308), el tiempo de la violencia política, dejó un pasado traumático que la sociedad fue incapaz de asimilar o narrar bajo el marco unificador de la Nación.


En este contexto de tiempo fracturado, emerge la figura de la Memoria como respuesta al pasado que "no pasa". Hartog sostiene que "no se habla tanto de memoria porque ya no hay, o incluso, es justamente porque ya no hay más centros de memoria" (Hartog, 2007, p. 263). En Perú, la Memoria no surgió para celebrar la Historia nacional, sino para reclamar justicia por los "olvidados" y las "víctimas" del conflicto interno. El trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), por ejemplo, fue un intento de restitución del pasado bajo el prisma de la Memoria, dando voz a los "anónimos" que la Historia oficial había marginado.


La Memoria desplaza a la Historia, obligando al presente a encarar una "deuda" no saldada. La noción de Patrimonio también se expande (Hartog, 2007, p. 181), no solo como conservación de monumentos, sino como búsqueda de raíces e identidad frente al desmoronamiento del proyecto nacional. El pasado, en sus formas prehispánicas y andinas, es revalorizado como un activo cultural, creando una tensión entre la Nación-Estado fallida y la plurinacionalidad latente.


IV. El presentismo peruano: entre la urgencia y la deuda


La crisis del Régimen Moderno no abrió paso a una nueva utopía futurista, sino que se consolidó en un Régimen Presentista único en su forma. El presentismo peruano se caracteriza por la dominación de un presente que vive en la urgencia y la aceleración constante, pero sin dirección. Hartog describe este régimen como un presente que "canibaliza las categorías del pasado y del futuro" (Hartog, 2007, p. 282), fabricando cotidianamente un pasado y un futuro que solo sirven para justificar su propia inmediatez.


En el Perú contemporáneo, esta tiranía del presente se manifiesta en tres ejes:


  1. La urgencia política y económica (aceleracionismo). La clase política se encuentra atrapada en un ciclo de inestabilidad y corrupción, donde el tiempo se experimenta como una carrera frenética. La gestión se basa en la eficacia inmediata (el fast-track de la inversión, el "clic" cronófago del que habla Hartog, 2022, p. 295), priorizando el beneficio económico cortoplacista sobre la planificación a largo plazo o la ética política. Esto es un "aceleracionismo presentista" que evita la rendición de cuentas histórica. El futuro se percibe solo como la próxima crisis por sortear, no como un horizonte de expectativa a construir.


  2. La deuda perpetua y la memoria obsesiva. El pasado, al no poder ser superado por el Progreso (como quería el Régimen Moderno), regresa constantemente bajo la forma de Deuda social, económica y moral. El presentismo peruano se nutre de una Memoria obsesiva que recuerda el pasado traumático (el conflicto interno, la corrupción sistémica), pero sin lograr cerrar el duelo. La persistencia de la memoria histórica se convierte en un bucle temporal, una "fosa común" de voces que murmuran (Hartog, 2016, p. 283), impidiendo la plena atención al presente, que a su vez se convierte en un presente perpetuo (Hartog, 2007, p. 282).


  3. La identidad como patrimonio reciclado. La búsqueda de la identidad nacional se resuelve en el consumo turístico y cultural de un pasado fragmentado. Los restos de la "Antigüedad" (prehispánica) y la memoria andina se convierten en Patrimonio despolitizado, un activo a ser exhibido más que una lección política. El presente usa este Patrimonio para legitimar su diversidad sin tener que abordar la raíz de la desigualdad, que es la verdadera deuda del fallido proyecto Moderno.


En ese sentido, la historia del Perú desde la perspectiva de Hartog, revela que el colapso del Régimen Moderno no dio paso a una nueva estructura temporal, sino que instaló un presentismo persistente. Este orden se caracteriza por una fractura profunda entre un presente hiperactivo, pero sin rumbo y un futuro percibido como amenaza. La tarea del pensamiento histórico en el Perú no es solo recordar el pasado, sino usar la conciencia crítica del Presentismo para trascender la inmediatez, integrar la deuda como un compromiso de largo aliento y abrir un futuro que no sea una mera repetición de la crisis. La historia, en el Perú de hoy, es ante todo un ejercicio de vigilancia del presente para evitar que la urgencia y la memoria devoren toda posibilidad de porvenir.


Referencias


Hartog, F. (2007). Regímenes de historicidad: Presentismo y experiencias del tiempo. (N. Durán & P. Avilés, Trads.). Universidad Iberoamericana.

Hartog, F. (2016). Creer en la Historia. (P. Abufom, Trad.). Ediciones Universidad Finis Terrae.

Hartog, F. (2022). Cronos. Cómo occidente ha pensado el tiempo, desde el primer cristianismo hasta hoy. (N. Durán, Trad.). Siglo XXI Editores.

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