Nacionalista Nasser arrasa en las urnas: elegido presidente con el 99.95 % de los votos
- Redacción El Salmón
- 23 jun
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(El Cairo, Egipto — 23 de junio de 1956) Egipto ha oficializado hoy la elección de Gamal Abdel Nasser como su primer presidente constitucional, tras los resultados del referéndum nacional celebrado ayer. Con un respaldo del 99.95 % de los votos y una participación superior al 94 %, los egipcios han consolidado el liderazgo del joven militar de 38 años, convertido en figura central del nacionalismo árabe moderno. La votación se realizó de forma paralela a la aprobación de una nueva constitución, que redefine el sistema político del país en términos republicanos y centraliza el poder en la figura presidencial.
Nasser ejerce el poder de facto desde 1954, cuando desplazó al general Muhammad Naguib, el primer presidente provisional del nuevo régimen republicano. Desde entonces, ha gobernado con mano firme y una visión de modernización nacional, convirtiéndose en el rostro más visible del proceso revolucionario iniciado con el derrocamiento del rey Faruq I en 1952.
De golpe de Estado a presidencia electa
El ascenso de Nasser comenzó con el golpe de Estado del 23 de julio de 1952, cuando un grupo de oficiales del ejército, los Oficiales Libres, derrocó a la monarquía, poniendo fin a más de un siglo de dominio colonial indirecto —primero otomano, luego británico. El golpe no solo buscaba un cambio de liderazgo, sino también una transformación estructural del Estado egipcio, que dejara atrás la corrupción, la desigualdad y la subordinación a intereses extranjeros.
En sus primeros años, el nuevo régimen atravesó tensiones internas sobre el rumbo político a seguir. Finalmente, Nasser emergió como líder indiscutido, desplazando a Naguib, quien había intentado un enfoque más liberal y pluralista. La elección de hoy convierte a Nasser en presidente electo y legitimado popularmente, lo que marca un punto de inflexión en la historia del Egipto moderno.
Nacionalismo árabe, justicia social y soberanía
Gamal Abdel Nasser se proyecta como símbolo de renovación nacional. Su ideología, conocida como “socialismo árabe”, promueve una vía propia de desarrollo que combina independencia económica, justicia social y unidad regional. Bajo su mandato, se han impulsado varias reformas estructurales:
Una reforma agraria profunda, que limita la tenencia de tierras a 200 feddanes (unos 84 hectáreas) y redistribuye parcelas a campesinos sin tierra.
La nacionalización de bancos, industrias clave y servicios públicos, debilitando el poder de las élites económicas tradicionales.
La promoción de una educación pública, laica y gratuita, con foco en la alfabetización masiva.
El impulso a una unidad árabe, con Egipto como núcleo articulador de un proyecto panarabista.
Además, Nasser ha adoptado una política exterior independiente, negándose a alinearse ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética. Esta postura lo ha posicionado como un líder clave del emergente Movimiento de Países No Alineados, junto con figuras como Josip Broz Tito (Yugoslavia) y Jawaharlal Nehru (India).
El canal de Suez y el pulso con Occidente
Uno de los principales puntos de tensión en su mandato es el control del canal de Suez, una arteria vital del comercio mundial. Aunque formalmente bajo soberanía egipcia, su administración y explotación siguen en manos de capitales británicos y franceses. Nasser ha presionado por la evacuación definitiva de las tropas británicas, y ha planteado que el canal debe ser una fuente de ingresos soberanos para Egipto.
Estas demandas han generado alarma en Londres y París, que ven en Nasser un líder impredecible y una amenaza a sus intereses postcoloniales. Observadores internacionales advierten que la disputa por el canal podría escalar en los próximos meses, especialmente si Egipto decide nacionalizarlo, lo que eventualmente ocurrirá en julio de este mismo año (1956), desatando la crisis del canal de Suez.
Celebración popular y desafíos por delante
Hoy, las calles de El Cairo, Alejandría y otras ciudades egipcias han estallado en celebraciones. Multitudes han salido con retratos de Nasser, ondeando banderas y coreando consignas patrióticas. Para muchos, su ascenso es sinónimo de dignidad, independencia y justicia social. La euforia, sin embargo, convive con desafíos profundos: la economía sigue siendo frágil, las tensiones regionales aumentan, y las élites tradicionales —aunque debilitadas— aún conservan poder.
En el mundo árabe, la figura de Nasser comienza a adquirir un aura casi mítica. Desde Damasco hasta Argel, se le ve como un referente de liberación postcolonial, capaz de articular un proyecto común frente al legado imperial.
Con las urnas a su favor, Gamal Abdel Nasser inicia oficialmente un mandato que podría redefinir no solo el destino de Egipto, sino también el equilibrio de poder en el Medio Oriente y el mundo árabe. La historia ha comenzado a escribir un nuevo capítulo.
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