La religión corporativa

Desde 1990, después de la crisis económica que sufrió el mundo entero la década anterior, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el gobierno estadounidense propusieron a los países insolventes que la manera de salir de su pobreza y estancamiento consistiría en reducir el Estado, despidiendo funcionarios y privatizando grandes empresas estatales que habían caído en la inoperancia y el clientelismo. Para enfrentar el temporal aumento de la pobreza que esta propuesta traía consigo, el FMI apostó por desregular controles comerciales y permitir en paralelo el crecimiento de una economía informal.
Para realizar estos cambios, algunos gobiernos tuvieron que enmendar o cambiar Constituciones y sostenerse como veladas dictaduras de apariencia democrática. Perú, obligado a seguir ese programa, culminó el proceso llenó de combis, mototaxis y universidades estafa que siguiendo la vieja tradición católica de la caridad, al menos “servían” para dar oportunidades laborales, mostrar el apoyo a los pobres, asegurar sus votos, así sus maneras gustaran o no.
Los presidentes que enarbolaron tal discurso, como Carlos Menem, Alberto Fujimori o George Bush, se sintieron con la capacidad necesaria para hacerlo. Quizá porque buena parte de los gobernantes del continente habían tenido una carrera político profesional en entidades públicas (hasta Fujimori en la política universitaria) su experiencia les permitió disfrutar e imponer creativamente estas medidas económicas manipulando sus parlamentos y las creencias populares.
Como este modelo para enfrentar la crisis estuvo liderado por Estados Unidos, de paso se fueron estableciendo tratados de Libre Comercio y fortaleciendo ministerios encargados de servicios públicos con el apoyo del FMI, las Naciones Unidas y USAID, en coordinación con organizaciones no gubernamentales civiles y religiosas dispuestas a palear la calidad de los servicios que llegaban con cuentagotas a las minorías más empobrecidas (Nemiña y Larralde, 2018). Este método para el desarrollo económico lo conocimos bajo el nombre de modelo neoliberal.
Hoy, países como Argentina, El Salvador y Estados Unidos se encuentran en medio de una crisis económica similar (déficits fiscal y comercial, deuda externa exorbitante), intensamente agudizada con la última pandemia. Pero en esta ocasión, los presidentes, como Nayib Bukele, Javier Milei o Donald Trump, son empresarios contemporáneos vinculados al mundo de la riqueza corporativa, de poca vocación profesional, acostumbrados a evadir las regulaciones del Estado, no pagar impuestos y contar con los vínculos necesarios para conseguir el control de las redes sociales, principal medio de comunicación contemporáneo. Por eso el alcalde de Lima, de importante presencia en las redes, observa con ilusión el sillón presidencial.
La actual propuesta corporativa para reducir al Estado y enfrentar la pobreza se distancia de la primera, la neoliberal, porque no busca ni siquiera en apariencia proteger a las minorías y reducir sus necesidades; por el contrario, se presenta explícitamente como un modelo económico y cultural contrario a tres grupos poblacionales que considera certeramente excluidos: la población trans y diversa en general (aproximadamente la décima parte de la población que no teme exponerlo); los migrantes latinos y ciertas etnias: mexicanos, venezolanos, palestinos, quechua hablantes, pueblos amazónicos, inuit (de porcentajes diversos que superan también la décima parte de población o que ocupan determinados territorios); y científicos, artistas e intelectuales (porcentaje equiparable a la décima parte de su población universitaria)[1].
La justificación
Si nos detenemos a examinar la justificación para conseguir la exclusión y sometimiento de tanta población, encontramos explícitamente un conjunto de creencias fundamentalistas, de cariz religioso político: un sistema de género binario reproductivo, excluyente, natural, verdadero y sagrado, determinado por Dios en sus relatos sacros. Un supremacismo racista designado por Dios y legalizado a través de decretos presidenciales y leyes parlamentarias que ha desplazado su objeto de humillación, rechazo y sometimiento de la población afroamericana o judía hacia los migrantes latinos y grupos étnicos que la población “legal” tiene derecho a despreciar, satanizar y a observar acusándola de “criminal”. Y respecto de la producción de conocimiento y riqueza cultural es evidente que algunas iglesias se han propuesto desautorizar el discurso crítico de las artes y las ciencias, reduciéndolas y atacándolas incluso dentro del ámbito académico, mientras se ha ido monopolizando el control de la información general y educativa, la censura y la manipulación de las redes sociales.
Esta religiosidad es corporativa porque se trata de una nueva fe enraizada en un distintivo financiero y de clase. Su origen se remonta a la década de 1990 cuando las autoridades religiosas de Estados Unidos establecieron nuevas alianzas con los empresarios (y emprendedores) en los conocidos Desayunos de Oración Nacional que luego se establecieron en países socios comerciales.
No en vano, Donald Trump, además de haber sido elegido por Dios al igual que Nayib Bukele (así lo anunciaron los pastores), acaba de crear para su gabinete la Oficina de la Fe. Mientras tanto en Perú, el Congreso de la República, con la pastora Milagros Jáuregui de Araujo a la cabeza, se ha legislado en contra de los derechos de la mujer sobre su cuerpo, la educación sexual integral en las escuelas, y ha intervenido y censurado el material educativo; sin dejar de lado su lucha por conseguir que la gestión de las escuelas públicas recaiga en manos de iglesias cristianas evangélicas.
Trascendiendo la distinción entre iglesias cristianas, sea católica o protestante, el permanente razonamiento de su conservadurismo (que, como vimos, ha devenido en un cerrado unitarismo que defiende la supremacía del discurso religioso respecto del conocimiento científico) ha devenido en reacciones defensivas y violentas ante los constantes cuestionamientos a los que se expone, dando rienda suelta a un discurso inquisidor, que agrede (con cierta malicia adscrita a los pecados del cristianismo) mediante un conjunto determinado de estigmas.
Quien sea segregado por racismo, género o cultura y quien lo denuncie, es delincuente, terrorista, comunista, corrupto, mata niños, feminazi, pederasta. Sumado el control de medios y redes hasta los discursos de los presidentes, el supremacismo religioso esparce discursos de odio, justifica sus excesos y delitos, imponiendo un humor corporativo, despiadado y amenazante característico de Donald Trump o Javier Milei.
El malestar generado
Resultado del conflicto que este discurso aviva entre la población, diversos malestares van creciendo, alimentados entre sí y por otras formas de violencia que cruzan el continente. El obtuso negacionismo contrario a la ciencia tiende a poner a sus defensores en situaciones de peligro extremo en busca de una evidencia ausente (2020, 2022) que todos los años se lleva vidas, con tal de abatir la frustración que en ellos crece. Como la hegemonía de su saber religioso corporativo no puede ser cuestionada, se responde a quien se atreve con un fanatismo que persigue y denigra a los opositores en diversas instituciones.
En las noticias podemos observar cómo al ser criticados desde la libertad del arte, desde el conocimiento académico o desde posturas éticas incluso en sus propias religiones, la respuesta defensiva emerge violenta en formas de censura y estigmatización en los espacios que controlan. De pronto en las universidades se prohíbe el tocar temas de diversidad sexual y las personas que reconocen el aborto como derecho son consideradas asesinas (hasta pueden llegar a “merecer” la pena de muerte, una pena que está a flor de labios sin importar la dimensión ni las consecuencias). La población trans será retirada del Estado y del mundo corporativo. Todo adolescente que se haya tatuado la piel deberá encarcelarse, y todo hospital público dedicado a la salud mental deberá reducirse a ser un mero asilo, albergue de discapacidades.
Ante cualquier culpa que pueda producir esta nueva religiosidad corporativa, buena parte de la población la resuelve encapsulándola dentro de alguna instrucción de la Biblia o de alguna otra que cree que su Dios ha decretado. Podemos observarlo en poco más de la quinta parte de la población peruana que actualmente forma parte de una iglesia evangélica de espíritu corporativo y emprendedor. Sus templos tienen como labor principal reducir su horizonte de lectura posible a una sola edición de la Biblia, ceñir su campo musical a la escucha de canciones solamente de contenido religioso y pastoral, y someter a sus feligreses, quienes además de entregar su aporte económico al templo, deben cumplir con rígidas normas de género (vestimenta, vínculos familiares, incluso alimentación). Todo aquello fuera de estas restricciones será considerado vejatorio y es así como aumenta la generación de otro malestar, el del ofendido, distinto al que generan el racismo o la homofobia en quienes lo sufren.
En las zonas más pobres de América, el enriquecimiento de la economía informal, el lavado de dinero ilegal y la consecución de cierto ascenso social se ha conseguido en buena parte por las redes religiosas. En el otro extremo, el real corporativo, instituciones religiosas han fortalecido la evasión de las regulaciones del Estado, como ha ocurrido con varias iglesias cristianas o el Sodalicio de la Vida Cristiana y sus propiedades (Mc Cubbin, 2025). De esta manera, delitos y crímenes narrados por los medios fluyen diariamente, entremezclados con figuras religiosas y políticas. Y sus lectores responden con citas de la Biblia, oraciones y alabanzas a sus gobernantes y líderes religiosos en las redes. Su religión, origen de muchos malestares, los protegerá del malestar.
El principal de todos lo producen las denuncias contra su supremacismo. De ahí que el discurso censurado y satanizado por la religiosidad corporativa sea el wokismo (2025). Hace siete años el diccionario Oxford agregó la entrada de woke, término originalmente usado en la década de 1960: “Estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. Cinco años después, le añadió la acepción de ser también una forma de desaprobación por la irritación que causa ver que las personas se molestan por el racismo o cualquier otra discriminación (2023). Donald Trump, líder de la religión corporativa, el año 2022 usó para su campaña el lema Awake, not woke. Que en castellano sería “Despierto, no despertado”. Par de significados importantes, porque despierto es alguien alerta, vigilante de quienes se quejan; y despertado es alguien que ha tomado conciencia de las faltas contra sus derechos, normas asociadas con abuso de poder e indefensión.
De este modo la religión corporativa parece haber dejado atrás el espíritu religioso de acogida que se expandió durante la Guerra Fría y el impacto del Concilio Vaticano II, para que pastoras como la tele evangelista Paula White, hoy directora de la nueva Oficina de Fe de la Casa Blanca, hayan conseguido reemplazar la tradicional doctrina social de la iglesia Católica con la llamada Teología de la Prosperidad (2024), un listado de acciones que de manera sencilla ha conseguido justificar la privilegiada y divina selección de la población.
Referencias
Banker, R. y Lara, M. (2025). “El anticristo”. Destacadas. 12 de enero. https://destacadas.substack.com/p/el-anticristo?utm_campaign=post&utm_medium=web
BBC News Mundo. (2022). “Qué es “woke” y por qué este término generó una batalla cultural y política en EE.UU.” BBC News Mundo. 5 de noviembre. https://www.bbc.com/mundo/noticias-63465024
Donovan, B. (2024). “Prosperity gospel”. Encyclopedia Britannica. 13 de setiembre https://www.britannica.com/topic/prosperity-gospel.
Mc Cubbin, R. (2025). “La millonaria fortuna del Sodalicio: el poder de la organización católica disuelta por pederastia llegaba a Chile, Colombia y otros países”. Infobae. Actualizado 13 de febrero. https://www.infobae.com/peru/2025/02/07/la-millonaria-fortuna-del-sodalicio-el-poder-de-la-organizacion-catolica-disuelta-por-pederastia-llegaba-a-chile-brasil-y-otros-paises/
Ministerio de Salud (2022). Minsa: tasa de mortalidad en personas no vacunadas contra la COVID-19 es tres veces más que quienes recibieron tres dosis. Nota de prensa. 28 de abril. https://www.gob.pe/institucion/minsa/noticias/602972-minsa-tasa-de-mortalidad-en-personas-no-vacunadas-contra-la-covid-19-es-tres-veces-mas-que-quienes-recibieron-tres-dosis/
Nemiña, P. y Larralde, J. (2018). Etapas históricas de la relación entre el Fondo Monetario Internacional y América Latina (1944-2015). América Latina en la historia económica, 25(1), 275-313. https://doi.org/10.18232/alhe.v25i1.858
Ortiz, A. (2020). “Mike Hughes, 64, D.I.Y. Daredevil, Is Killed in Rocket Crash”. The New York Times. 23 de febrero. https://www.nytimes.com/2020/02/23/us/mad-mike-hughes-dead.html
Oxford English Dictionary (2023). “Woke, Adj. (2).”, Oxford UP, diciembre. https://doi.org/10.1093/OED/1193331466.
[1] Para establecer los porcentajes se ha recurrido a los estudios compartidos en las páginas de Ipsos, Banco Mundial, Statista y Datos Macro.
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