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Jean-Paul Sartre y la libertad como condena




“El hombre está condenado a ser libre.” Con esta frase desconcertante y provocadora, Jean-Paul Sartre resume una de las ideas más desafiantes de la filosofía moderna. ¿Cómo puede la libertad —algo que muchos anhelamos y celebramos— ser una “condena”? Para comprender esto, hay que entrar en el corazón del pensamiento existencialista y en el contexto social e histórico en el que Sartre vivió y escribió.


¿Quién fue Jean-Paul Sartre?


Jean-Paul Sartre (1905–1980) fue un filósofo, escritor, dramaturgo y activista político francés. Vivió dos guerras mundiales, participó activamente en la resistencia contra los nazis, fue testigo del colapso de las colonias francesas en África y Asia, y una figura central en los debates políticos e intelectuales de la segunda mitad del siglo XX. Sartre escribió novelas, obras de teatro y textos filosóficos que influyeron profundamente en la manera en que pensamos sobre la libertad, la responsabilidad, la moral y el sentido de la vida.


Uno de sus aportes más conocidos es el desarrollo de la filosofía existencialista, que pone al ser humano —con sus decisiones, dudas, miedos y responsabilidades— en el centro del escenario.


Pero Sartre no se quedó en las ideas: su filosofía de la libertad lo llevó a un compromiso político activo. Cercano al marxismo, aunque crítico del autoritarismo soviético, defendió un socialismo basado en la responsabilidad individual, la lucha contra la opresión y la transformación social desde abajo. Para él, la libertad individual solo tenía sentido si iba acompañada de la libertad colectiva.

 

La idea central: “La existencia precede a la esencia”


Esta es la piedra angular del existencialismo sartriano. Traducido a un lenguaje más claro, significa lo siguiente:


  • Los objetos —como un martillo o una silla— tienen una esencia antes de existir: es decir, se crean con un propósito definido.

  • El ser humano, en cambio, primero existe, y luego se define a través de sus actos. Nacemos sin una “esencia” predeterminada (sin propósito, sin destino fijo, sin naturaleza inmutable), y es a través de nuestras elecciones que vamos construyendo quiénes somos.


No hay guion, no hay mapa, no hay un "manual de instrucciones" para vivir. Cada persona debe inventarse a sí misma.


¿Qué significa estar “condenado” a ser libre?


La palabra condenado en esta frase no significa un castigo divino, sino una condición inevitable. Sartre era ateo, por lo tanto, para él no hay Dios, ni orden natural superior, ni destino predeterminado que diga cómo debemos vivir o qué debemos ser. Esto nos deja en una situación muy particular:


No podemos no ser libres. Incluso cuando no elegimos, estamos eligiendo. Imagina que tienes que tomar una decisión difícil: estudiar o trabajar, hablar o callar, quedarte o irte. Incluso si eliges “esperar” o “no hacer nada”, eso también es una elección. No hay escapatoria. Estamos obligados a elegir constantemente.


Y esto es lo que Sartre llama la condena de la libertad: no podemos refugiarnos en excusas, ni en Dios, ni en la tradición, ni en la psicología. Somos absolutamente responsables de lo que hacemos con nuestra vida.


La angustia de la libertad


Esta libertad total no trae tranquilidad. Al contrario, produce angustia. ¿Por qué? Porque si soy libre de decidir todo, también soy responsable de todo. Y esa carga es pesada. No hay a quién culpar si me equivoco. No puedo decir: “es que así me criaron”, “es culpa del gobierno”, o “Dios lo quiso así”. Sartre diría: eso es mala fe —una forma de mentirse a uno mismo para evitar el peso de la responsabilidad.


Pongamos un ejemplo: imagina que eres un joven en la Francia ocupada por los nazis. Puedes unirte a la resistencia o quedarte a cuidar a tu madre enferma. Ambas opciones son válidas. Pero no hay una respuesta objetiva, externa o divina que te diga cuál es la correcta. Tú debes decidir. Y asumir las consecuencias de tu decisión.


Elegir por uno… es elegir por todos


Otro aspecto importante de la libertad para Sartre es que nuestras decisiones no solo nos afectan a nosotros, sino que proyectan una imagen de cómo creemos que deberían actuar los seres humanos. Es decir: Al elegir, estamos diciendo con nuestros actos: “esto es lo que considero correcto para cualquier persona en mi situación.” Por eso, cada elección tiene una dimensión ética. No basta con hacer lo que me “sale”. Tengo que reconocer que mi forma de vivir está proponiendo una forma de humanidad.


Y aquí se conecta su pensamiento con su acción política: para Sartre, vivir auténticamente significa comprometerse con los otros. No se trata solo de elegir para uno mismo, sino de asumir que el mundo es el resultado de nuestras acciones colectivas. Por eso fue un defensor de los movimientos de liberación, de los derechos humanos y de la transformación social, incluso cuando eso lo enfrentaba al poder o lo volvía incómodo para sus contemporáneos.


Su apuesta por el socialismo no fue ciega ni dogmática, sino profundamente ética: si somos libres y responsables, también debemos luchar por un mundo donde todos puedan ejercer esa libertad en condiciones reales de justicia y dignidad.

 

¿Y si me equivoco?


Sartre no dice que nuestras elecciones deban ser perfectas. Lo que exige es honestidad. Lo peor, para él, es vivir con mala fe: actuar como si no fuéramos libres, fingir que estamos obligados por costumbres, miedo o excusas.


La libertad es angustiante, sí, pero también es lo que nos hace humanos. Aceptar la libertad es aceptar que nuestra vida no está escrita de antemano, que cada uno de nosotros es un proyecto inacabado, un ser en construcción. Como diría él mismo:


“El hombre no es otra cosa que lo que él se hace.”


¿Por qué esta idea sigue siendo importante hoy?


En un mundo lleno de opciones, de estímulos constantes, de redes sociales, de expectativas familiares o sociales, a menudo sentimos que elegir es una carga. ¿Qué estudiar? ¿Cómo vivir? ¿A quién amar? ¿Qué tipo de vida quiero tener?


Sartre nos recuerda que nadie lo puede decidir por nosotros. Y que evitar decidir, es también una forma de decisión. La libertad no es una idea abstracta: es una realidad concreta, diaria, inevitable.


Aceptar nuestra libertad es, al mismo tiempo, aceptar que somos dueños de nuestro destino. No por arrogancia, sino por responsabilidad.


Jean-Paul Sartre nos enseña que ser libre no es hacer lo que quiero, sino hacerme cargo de quién soy y de lo que hago. No es una invitación al egoísmo, sino a la autenticidad.


La libertad, aunque parezca pesada, es lo más valioso que tenemos. Es una condena, sí —porque no hay escapatoria—, pero también es nuestra mayor posibilidad de construirnos, de cambiar, de actuar con sentido. Porque al final, nadie más vivirá nuestra vida por nosotros.

 

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