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Formas de hacernos mierda


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Hay una escena de la comedia canadiense "Kim's Convenience" donde el epónimo señor Kim, en su pobre inglés de fuerte acento coreano, le pregunta a una persona travestida "qué es tú". "Tú... ¿de qué tipo es? ¿Transgénero?", a lo que ella le responde: "soy una drag queen". "Oh, tú es hombre que viste como chica", replica el señor Kim, y a la vez obtiene como respuesta: "como mujer. ¿Por qué?". El señor Kim se quita los lentes y le pregunta, en tono serio pero respetuoso, "¿por que tú así?". "Oh, mmm, no lo sé. Se siente como yo. Se siente como estar en casa. Siempre se ha sentido", señala ella. La escena se resuelve con Therese (ese era su nombre) presentándose y tendiéndole la mano al señor Kim, quien se presenta de vuelta en un gesto ceremonioso.


Lo que sorprende de la escena es que no rehuye a la incomodidad que puede surgir en la interacción entre un hombre de clase trabajadora, migrante de Corea, y, a primera vista, conservador, y una drag queen de un barrio burgués e inclusivo de Moss Park, Toronto. La muestra, y al mismo tiempo muestra cómo una pregunta sobre la identidad puede surgir (y resolverse) desde la genuina curiosidad -y también nos muestra que no por ser de clase trabajadora uno tiene que ser obligadamente homofóbico o transfóbico -el respeto y la curiosidad no son monopolio de las clases medias educadas.


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He pensado mucho en esa escena al leer las noticias del último caso de "pánico trans" en Miraflores. Un "hombre" que, "disfrazado de mujer", es arrestado tras generar un "escándalo" por "entrar en un baño de niñas" o "filmar a niñas" o "filmar a niñas en un baño de niñas" en "un colegio". Todo lo entrecomillado son cosas que la prensa reportó. Nada de ello es cierto.


En realidad, esta persona acusada públicamente no filmó a ninguna niña. Lo que estaba haciendo era ver un desfile escolar. Al cual el guardia de seguridad le permitió pasar, como a varios de los vecinos de la zona. Cuando a los padres se les consultó si alguno de ellos había visto entrar al baño a esta persona travestida, en realidad nadie pudo confirmarlo. Tampoco lo pudo confirmar ninguna cámara de seguridad.


"Es un sentimiento que yo tengo. Al estar solo, siento esa necesidad de estar así para interpretar a esa persona que me falta", dijo, al ser arrestado, quién sabe por qué.


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Hace algunos años, me invitaron a un conversatorio a propósito del aniversario de la Coordinadora Contra el Terruqueo. Una de las primeras preguntas que el moderador me formuló, muy educadamente, fue que por qué creía que a los acusados y procesados por presunto "terrorismo" se les asignaba tantos años de cárcel preventiva, por qué se les sometía a procesos larguísimos y, a veces, también a condenas absurdas, sin ninguna prueba. Mi respuesta fue que, a pesar de la excepcionalidad del fenómeno del terruqueo en el Perú, el enviar a alguien a cana sin una sentencia firme o sin un proceso adecuado no era, ni de cerca, excepcional.


Como botón de muestra, solo hay que pensar en el abarrotamiento de las cárceles a propósito de la incontable cantidad de prisiones preventivas que hoy se ofrecen como consuelo –cura torcida, quizás— al asfixiante clima general de impunidad y que se toman, en la práctica, como señales de verdadera culpabilidad. Y esto es cierto tanto para los miles de cuerpos dispensables que poco importan en la prensa como también para los que acaparan los noticieros en juicios políticos de alto calibre (demostrando, quizás, que ellos mismos, a pesar de su supuesto poder y dinero, son también dispensables, desechables, para la estructura: un diente en una rueda del mecanismo).


Buena parte de estos casos no nos importa. Ni los conocemos y, si los conocemos, fácilmente cedemos a la lógica del "algo habrá hecho". O peor aún, los justificamos en los casos en los que el acusado es un enemigo político o peor, personal: "de todas maneras, se lo merecía". Quizás ya estamos más allá del punitivismo. Al menos este se escuda en la lógica del castigo, pero a veces se trata solamente de hacer mierda al otro (hay que leer a Juan Carlos Ubilluz, cuando escribía sobre el paso de la criollada a la pendejada un poco en esa línea, y hay que leer especialmente a Danilo Martucelli).


Alguien dirá que no es justo comparar acusaciones, sentencias o penalidades contra un tipo del común que contra, digamos, un expresidente; que no es lo mismo defender a un culpable que a un inocente, o que comparar la violencia gratuita contra una mujer trans o un terruqueado, que contra un político que tiene medios para defenderse -que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, y no se equivocará. Pero tampoco habrá dicho más que una obviedad. Porque el imaginar al otro como una amenaza, que deber confinado, es una niebla, un "mood" general, pervasivo e intoxicante, que puede parecer que tiene "targets" fijos pero que es todo menos que eso.


Hay sabiduría real, por otro lado, en decir "no escupas al cielo". Aquello que alimentamos eventualmente vendrá a devorarnos, a por nosotros, a por todos.


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Al mismo tiempo, me niego a pensar que el Perú (si existe tal cosa) es un país particularmente punitivo. La gente vive, resiste, avanza, y crea lazos de camaradería. Queda pendiente una larga etnografía, de las formas en las que el deseo de hacer mierda aparece en el día a día de las personas de a pie, que somos la mayoría la mayor parte del tiempo.


En algunas conversaciones que he sostenido, suelo ofrecer como contraejemplo las decenas de comentarios que, tras la noticia publicada en redes sociales de un accidente de tránsito en la carretera, suelen exculpar a —y hasta compadecerse de— los choferes involucrados porque “nadie sale pensando en matar”.


Me gustaría creer que se trata de espontánea solidaridad de clase (del tipo “mi padre es chofer”, etc.) en estas interacciones, pero es más probable que se trate de un rezago de cuando la actitud ante la vida, la muerte y los hechos sociales era otra. Enfrentarse a estos con mucha más empatía, y también con un poco de distancia frente a nuestras primeras impresiones. Nótese aquí que la distancia es justamente la condición de la empatía, y no la cercanía.


Recuerdo la frase de un amigo, cuando volví a Sullana hace unos años, refiriéndose a un episodio vergonzoso con un colega querido: "él tiene sus cosas... pero como todo el mundo": es decir, tiene puntos negativos, pero, ¿quién no los tiene?


Pienso en la distancia y en la empatía. Y pienso también que en Sullana, con gente que se parece más al señor Kim, he visto muchas mujeres trans y hombres travestidos, con vidas precarias, difíciles, jodidas, pero a las que nunca nuestra comunidad las ha acusado y encerrado por ser "hombres disfrazados" ni por "filmar niñas" en desfiles.

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