Entre la espera y el abismo
- Miguel Castillo Rodríguez

- hace 4 días
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Un político bastante conocido mencionó alguna vez en una conferencia la frase: “El Perú siempre va a la zaga”. El tema del encuentro era la Revolución Francesa y sus consecuencias, entre ellas la independencia de América. Al citar esa frase, el político aludía a la independencia peruana, recordando que el Perú fue prácticamente el último país en proclamar su independencia del Imperio español.
“Ir a la zaga”, en pocas palabras, significa ir detrás o con retraso respecto a los demás. Si trasladamos esta idea a un proceso histórico más reciente —como el ascenso al poder de gobiernos de izquierda en gran parte de América Latina desde inicios de este siglo—, podríamos decir que en el Perú dicho proceso aún no ha concluido.
Contexto regional
En Bolivia, las recientes elecciones presidenciales dieron como ganador a un candidato del Partido Demócrata, inicialmente de centro, pero que en los últimos días de campaña giró abiertamente hacia la derecha, poniendo fin a 19 años de dominio del Movimiento al Socialismo (MAS), representado por Evo Morales (2006–2019) y actualmente por Luis Arce. Este último deja al país con una economía debilitada.
En Argentina fue elegido Javier Milei —de orientación liberal extrema—, quien busca rescatar la economía de su país, hasta hace poco afectada por una inflación del 200%. En Ecuador gobierna Daniel Noboa, de centro-derecha.
Brasil cuenta nuevamente con Luiz Inácio Lula da Silva, aunque en su versión “Lula 2.0”: mantiene los programas sociales como base de su discurso, pero en lo político y económico se muestra más moderado, estableciendo alianzas con sectores de derecha.
Chile, por su parte, eligió a Gabriel Boric, un presidente de izquierda, pero muy distinto a sus pares Nicolás Maduro o Luis Arce. Su proyecto busca reformas sociales sin comprometer la responsabilidad fiscal ni la economía de mercado; de hecho, Chile lidera el índice de competitividad regional.
En Colombia, Gustavo Petro encarna hoy el discurso socialista más visible del continente y aspira a ser el nuevo “Che”. Sin embargo, su gestión económica ha sido cuestionada, incluso poniendo en riesgo la pertenencia del país a la OCDE.
Venezuela, bajo Nicolás Maduro, sigue siendo el ejemplo más extremo del fracaso económico y político: más de ocho millones de venezolanos han emigrado, y el Perú se ha convertido en el segundo país receptor de esa migración.
Después de dos décadas de la llamada “marea roja”, los gobiernos de Sudamérica están girando progresivamente hacia el centro o la derecha. Aunque hay excepciones, es innegable que muchos de esos gobiernos de izquierda-socialista dejaron tras de sí pobreza, migración, inflación y una fuerte polarización social y política.
Una historia inconclusa
Como sus vecinos, el Perú también vivió su ola de gobiernos de izquierda. Ollanta Humala fue el primero en llegar a la presidencia con ese perfil, aunque durante su mandato moderó su discurso radical inicial. El segundo fue Pedro Castillo, elegido por el partido Perú Libre, liderado por Vladimir Cerrón, un político marxista-leninista. Su gobierno se autodenominó “el primer gobierno socialista del Perú”. Sin embargo, Castillo fue vacado y encarcelado tras intentar un golpe de Estado durante su segundo año de gestión. No concluyó su mandato.
En consecuencia, el Perú aún no ha tenido propiamente un gobierno de izquierda o socialista. Aunque esa corriente ha ganado presencia en la política nacional —ocupando espacios en el Legislativo, el Ejecutivo y varios gobiernos regionales y locales—, no ha conseguido concretar sus principales banderas, como el cambio de Constitución, la modificación del modelo económico o el control del Banco Central de Reserva.
Castillo pudo haber representado el punto de quiebre de este proceso, pero su caótica gestión confirmó lo contrario: el primer intento de gobierno socialista terminó mal y, de haberse prolongado, probablemente habría seguido el camino de Bolivia, Argentina o Venezuela.
En la cuerda floja
El Perú se encuentra en un equilibrio precario. En el ámbito político, atraviesa una constante crisis institucional, marcada por amenazas de destitución, bajos índices de aprobación, protestas y enfrentamientos entre poderes del Estado. En el ámbito económico, enfrenta riesgos como inflación, recesión, desempleo, fuga de capitales, informalidad y la aparición de nuevas formas de “emprendimiento” delictivo, como el sicariato y la extorsión.
No se observa un panorama favorable. Los partidos de derecha, atomizados en múltiples grupos, no han logrado articular un discurso coherente que contrarreste a la izquierda. Esta última, históricamente fragmentada, parece estar aprendiendo de sus errores y busca conformar un frente común, aunque sus viejos ideales persisten: aún hay quienes siguen admirando a Chávez o a Evo Morales.
¿Habrá final feliz?
¿Qué será del Perú? Mientras nuestros vecinos reconfiguran su política interna, nosotros seguimos atrapados en la contienda. Con las elecciones presidenciales en el horizonte, aún no aparece el candidato carismático, firme y de “mano dura” que tanto atrae al electorado peruano.
De persistir esta fragmentación, el poder volverá a repartirse entre pequeños grupos que priorizan sus intereses antes que los del país. Así, el Perú continuará en esta cuerda floja, sin un rumbo claro y con la incertidumbre como único horizonte.













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