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La ciudad que votó por Mamdani


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Zohran Mamdani, un assemblyman de Queens de 34 años que se define como socialista democrático, ganó la alcaldía de la ciudad de Nueva York en las elecciones de noviembre de 2025. Su victoria —la de un outsider que en menos de un año pasó de desconocido a alcalde electo— no fue un accidente retórico: fue la consecuencia de problemas concretos y persistentes que atraviesan la vida cotidiana de millones de neoyorquinos.


La política de la necesidad


Durante la campaña, Mamdani concentró su mensaje en tres urgencias que muchos habitantes viven a diario: el acceso a vivienda, los bajos salarios frente al costo de vida y la presión inmobiliaria sobre los barrios populares. Prometió congelar los alquileres, impulsar un plan ambicioso de vivienda asequible y elevar el salario mínimo municipal. Su propuesta más difundida —el plan “$30 by ’30”— plantea aumentar el salario mínimo a 30 dólares por hora antes de 2030. También propuso medidas como el congelamiento temporal de los aumentos de alquiler en unidades no protegidas y la construcción de vivienda pública en terrenos municipales, con el objetivo de detener lo que él llamó la expulsión de familias de sus propios barrios. Esas promesas se convirtieron en su principal puerta de entrada hacia votantes que se sienten desplazados por el mercado.


Nueva York llega a esta elección con una crisis de asequibilidad que los datos confirman. En 2023 la ciudad presentaba una tasa de pobreza del 18% y, según la Oficina de Planificación de la Ciudad, el ingreso mediano de los hogares fue de aproximadamente US$77,000; además, informes federales señalan que casi la mitad de los hogares arrendatarios a nivel nacional destinan más del 30% de su ingreso al alquiler, y en la ciudad la proporción de hogares con sobrecarga de alquiler supera el millón de hogares en años recientes


En estudios recientes se documenta además una marcada desigualdad y disparidades por distrito: el Bronx y varios vecindarios de Queens y Brooklyn registran tasas de pobreza y privación mucho más altas que Manhattan. Por ejemplo, en 2023 el ingreso mediano del Bronx rondó los US$48,600 —casi 39% inferior al promedio de la ciudad— mientras Manhattan tuvo un ingreso mediano de alrededor de US$104,900; Queens y Brooklyn están en rangos intermedios pero con amplias desigualdades internas. Ese mapa social puso a Mamdani en situación de hablar directamente a quienes cargan con el mayor costo de vivir en la ciudad.


El vuelco hacia Mamdani no fue solo por números macroeconómicos: fue organizativo. Su campaña combinó una estrategia digital intensa (TikTok y redes) con voluntariado local, pequeñas donaciones y alianzas con organizaciones locales y algunas figuras progresistas nacionales. Esa base juvenil y activa, que siente la urgencia de soluciones inmediatas, aumentó la participación en primarias y en la general, y permitió transformar la indignación en votos concretos.


La ciudad dividida: barrios que sufren, barrios que resisten


Las cifras revelan que la pobreza y la carga por vivienda no están distribuidas uniformemente: si bien Manhattan concentra riqueza, boroughs como el Bronx muestran los índices más altos de desventaja y pobreza. Esa distribución geográfica explica por qué candidaturas que prometen políticas redistributivas y protecciones contra desalojos encuentran un electorado receptivo en múltiples distritos —especialmente en Brooklyn, Queens y el Bronx— que terminaron inclinando la balanza.


Entre marzo de 2020 y abril de 2025 los registros judiciales muestran un aumento sostenido de demandas de desalojo en la ciudad; los análisis del Comptroller y Eviction Lab indican que, aunque las presentaciones cayeron ligeramente en 2024 en relación con 2023 por factores temporales, Nueva York sigue siendo un punto caliente de litigios de desalojo dentro del país.


Una cosa es ganar con propuestas de choque —congelar rentas, elevar salarios, construir vivienda social— y otra es gobernar en una ciudad donde muchas competencias son estatales o federales y donde el presupuesto municipal tiene límites. Analistas y medios han señalado desde antes de la elección que varias de las promesas de Mamdani confrontarán obstáculos legales, financieros y políticos: desde la necesidad de coordinación con el Estado de Nueva York hasta la magnitud del gasto requerido para un plan ambicioso de vivienda pública. El debate que viene no es si las demandas son legítimas —lo son— sino cómo se traducen en política pública en una ciudad compleja.


Lo que votaron (y lo que exigieron) los votantes


El voto por Mamdani fue, en buena medida, un voto de insatisfacción: contra la sensación de que la ciudad se hizo más cara sin que los salarios y los servicios acompañaran; contra la inseguridad económica que sufren familias, trabajadores de la economía de servicios y muchos arrendatarios. Fue también el triunfo de una narrativa política que ofreció soluciones directas y una promesa de priorizar a quienes llevan años pidiendo intervención pública para mantener hogares y barrios.


La polarización nacional también condiciona el escenario: la victoria de un alcalde de perfil claramente progresista y joven encendió tensiones políticas a nivel federal —incluyendo amenazas públicas de recortes de fondos por parte de figuras nacionales— y la reacción del sector empresarial y de parte de la opinión pública. Esa tensión será otro factor que el nuevo gobierno municipal deberá gestionar mientras intenta transformar promesas en políticas viables.


Que Mamdani haya ganado refleja la acumulación de una crisis: una ciudad con tasas de pobreza que rondan el 18%, más de un millón de hogares con carga de alquiler en años recientes, cerca de 85,000 personas en el sistema de refugios y marcadas diferencias de ingreso entre boroughs —todo lo cual explica por qué un programa centrado en congelar rentas y aumentar salarios encontró terreno fértil.

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