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Bratton no vive aquí: por qué el plan de Jerí no detendrá la extorsión


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El presidente José Jerí anunció el relanzamiento de la seguridad ciudadana con una referencia que sonó a déjà vu: adoptar un modelo inspirado en William Bratton, el jefe policial que en los años noventa encarnó la revolución del orden urbano en Nueva York con la doctrina de Broken Windows y el sistema de monitoreo policial CompStat. La idea engolosina: más policía en las calles, más orden, más disciplina en el espacio público, más autoridad contra el caos. Pero la pregunta incómoda —la que no entra en la conferencia de prensa— es otra: ¿sirve un modelo diseñado para grafitis y asaltos callejeros, para enfrentar mafias de extorsión que cobran cupos, amenazan por WhatsApp y tercerizan asesinatos a sueldo?


La respuesta breve es no. La larga, sigue aquí.


1. Porque el problema no está en la calle, sino en la economía criminal que la sostiene


El Bratton original combatió delitos visibles: pandillas, venta ambulante desbordada, desorden urbano, crimen callejero. La lógica era casi intuitiva: si el Estado recuperaba la calle, recuperaba también la seguridad. Pero la extorsión peruana no vive en la intemperie: vive en celulares con chips comprados sin registro, en billeteras digitales, en mercados informales que no emiten facturas, en prestanombres, en gremios secuestrados por el miedo, y en cárceles convertidas en centros de operaciones telefónicas.


El cobrador de cupos no necesita estar en la esquina: manda un audio. El negociador no usa armas: usa venecos mototaxistas subcontratados. El operador no exige en efectivo: manda QR. ¿Qué ventana rota se arregla ahí? Ninguna. Porque la extorsión en el Perú no es un síntoma del desorden urbano: es un modelo de negocio criminal altamente adaptado a la informalidad estructural del país.


2. Porque Bratton exige un Estado eficiente, y nosotros tenemos un Estado agujereado


Broken Windows y CompStat no fueron solo policías caminando más. Fueron data en tiempo real, unidades coordinadas, fiscalías ágiles, inteligencia masiva, tecnología, presupuesto y confianza ciudadana para denunciar sin miedo a morir en el intento. Nueva York tenía una policía cuestionada, sí, pero sólida como institución. Y tenía un sistema judicial capaz de convertir detenciones en procesos, y procesos en condenas.


En el Perú las piezas no calzan: policías que no investigan porque no les alcanza el sistema, fiscales sin capacidad logística, juzgados reventados, protocolos que no dialogan, denuncias que no avanzan, megaoperativos que terminan en absoluciones, y víctimas que prefieren no acusar porque la banda puede ser más rápida que la justicia. No es orden lo que falta: es eficacia estatal. Sin un Estado que funcione, Bratton es estética punitiva.


3. Porque la extorsión se combate siguiendo el dinero, no patrullando el ruido


El extorsionador no le teme al patrullero, le teme al congelamiento de cuentas, a la trazabilidad del dinero, al bloqueo financiero, a la caída de la red de transferencias, al rastreo de testaferros, a la interceptación legal de comunicaciones, a los allanamientos quirúrgicos con evidencia sólida.


Planes como el de Bratton funcionan cuando el músculo policial se complementa con un sistema robusto de inteligencia financiera y judicial. En el Perú no hay brigadas masivas rastreando la ruta del cupo ni desarticulando economías del crimen; hay detenciones reactivas que capturan al mensajero y dejan intacto al financista. Aquí no cae el dueño del negocio extorsivo: cae el chico de la moto. Eso no es seguridad, es teatro.


4. Porque las políticas de “mano dura” sin legitimidad solo profundizan la desconfianza


La “tolerancia cero” tiene efectos distintos dependiendo de quién la aplique y dónde. En países con instituciones que no gozan de legitimidad, estas estrategias pueden disparar abusos, detenciones arbitrarias y persecución del eslabón más débil. Y cuando eso pasa, la población se aleja aún más del Estado y se acerca, por miedo o por necesidad, a arreglos paralelos: negociación con la mafia, pago del cupo, silencio como supervivencia.


Si la gente no confía en el policía, no denuncia. Si no denuncia, no hay investigación. Si no hay investigación, hay impunidad. Y si hay impunidad, la extorsión florece, con o sin poetas del orden.


5. Porque ya lo intentamos antes, y ya fallamos antes


El Perú no es virgen en el coqueteo con Bratton. A inicios de los 2000 hubo intentos por tropicalizar el modelo con patrullaje intensivo y recuperación del espacio público en Lima. Los resultados duraron lo que duran los eslóganes: poco. ¿Por qué? Porque no hubo continuidad política, porque los alcaldes iban por un lado y el Gobierno por otro, porque la estrategia cambiaba con cada ministro, porque el presupuesto era parche, y porque nunca se atacó la economía criminal subyacente.


Hoy el país no necesita reinventar otra vez la rueda policial. Necesita construir lo que nunca terminó de construir: un sistema.


Lo que sí funcionaría (y no luce tan bien en conferencia de prensa)


Nada de esto significa que el país no deba actuar. Significa que debe actuar en otra dirección. Las prioridades no están en las veredas, sino en las redes. Y eso incluye:


  • Unidades mixtas permanentes Policía–Fiscalía contra la extorsión (no operativos temporales).

  • Inteligencia financiera que bloquee y confisque ganancias ilícitas.

  • Trazabilidad obligatoria de chips, billeteras digitales y líneas telefónicas.

  • Protección real (y no declarativa) a denunciantes y testigos.

  • Intervención en cárceles convertidas en call centers de extorsión.

  • Reducción de la informalidad económica donde las mafias cobran peaje.

  • Un Estado que garantice que denunciar no sea más peligroso que pagar.



El modelo Bratton sirvió para Nueva York porque respondía a su epidemia criminal específica en un momento histórico preciso. Importarlo al Perú sin cirugía previa es lo mismo que recetar aspirina para un cáncer: calma la fiebre, no cura la enfermedad.


El país no necesita más policías actuando como decorado en la calle. Necesita menos extorsionadores manejando el backstage del miedo. Y para eso no basta importar estrategias: toca construir instituciones que duren más que las conferencias de prensa.

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