En contra del pan con chicharrón
- Redacción El Salmón

- 9 sept
- 2 Min. de lectura

El pan con chicharrón no necesitaba un concurso para ser querido. Ya lo era. Llevaba décadas en las mesas de barrio, en los carritos de esquina, en las plazas donde el humo del aceite se mezcla con la neblina de la madrugada. Bastaba con romper el pan y escuchar el crujido, sentir la cebolla morada que invade los ojos sin pedir permiso. Siempre fue suficiente.
Pero lo metimos en un torneo virtual y lo convertimos en espectáculo. De pronto, el país entero votando como si se jugara el Mundial, mientras políticos infames del gobierno se ponen la camiseta, posan con panes y reparten migajas de publicidad para disfrazar su incompetencia. Ministerios y municipalidades organizando “desayunos patrióticos”, usando recursos públicos para ganar likes y cámaras, mientras las necesidades reales de la población quedan en la nada. Y ahí está la presidenta, sonrisa congelada por el bisturí, posando con pan y maquillaje, mientras todo arde por dentro. Qué ridículos nos vemos.
Lo peor es que detrás del show brilla la miseria. Mientras millones aplauden y votan por el pan con chicharrón digital, millones de niños desayunan pan con nada. Pan seco, té ralo, un vaso de agua hervida. Esa es la verdadera semifinal que nadie transmite. Esa es la final diaria que el país sigue perdiendo, en silencio, sin trending topic, sin influencers.
El contraste es brutal. La pantalla mostrando orgullo, la patria celebrando como si hubiera conquistado algo grande, mientras el estómago del país cruje de hambre, corrupción y negligencia. Nos creemos unidos por un pan mientras los políticos se lucen, reparten recursos a su conveniencia y el gobierno silencia y dispara contra quienes protestan. La identidad convertida en espectáculo, la memoria convertida en meme, la gastronomía peruana prostituida por la vanidad digital.
Y ahí está la ironía: la ilusión de unidad, la sensación de orgullo. Todo fingido. Todo artificial. La fiesta dura lo que dura un hashtag. Lo que debería ser íntimo, silencioso, entrañable, se convierte en propaganda de un gobierno que mata con bala a quienes levantan la voz mientras sonríe para la cámara.
El pan con chicharrón no nació para esto. Nació para domingos tranquilos, para barrio y familia, para madrugadas con olor a aceite y café caliente. Transformarlo en concurso lo empobrece. Lo caricaturiza. Nos hace ver ridículos celebrando un pan en streaming mientras millones abren el pan y no encuentran nada adentro.
El pan con chicharrón merece respeto. Merece silencio. Merece que dejemos de fingir y nos ocupemos de lo que realmente importa. Porque el verdadero desastre no es perder un concurso. El verdadero desastre es celebrar un pan mientras la patria se desangra en la mesa vacía de un niño con padres desempleados y en las calles donde el gobierno dispara a quienes protestan.













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