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El juego incierto de Trump


Recuerda quién es el verdadero enemigo.

Suzanne Collins. Juegos del Hambre

 

En las últimas décadas, filósofos, psicoanalistas y diversos pensadores han remarcado que estamos en una etapa signada por la incertidumbre. Quizá la definición más habitual, más difundida, sea la del sociólogo Zygmunt Bauman (Modernidad líquida, 1999). Para él las condiciones de quienes vivimos en medio de la sociedad de consumo, nos obligan a cambiar todo el tiempo, antes de que nuestras acciones se nos vuelvan un hábito o una rutina. Toda acción o estrategia hacia el futuro pronto resulta envejecida y hasta obsoleta. 


Eso ha pasado con las ideologías políticas, por ejemplo. Hoy se vive rápido, se tiene que estar a la moda. Se cambia de trabajo, de país, de relaciones sentimentales. Por eso Bauman se refiere a una vida líquida, una vida que no cesa de discurrir. Sin duda vivir a ese ritmo trae efectos en la vida ciudadana y en la familiar también.  Sin embargo, es de otra incertidumbre a la que me quiero referir. Otra que se suma al surgimiento de ansiedad y otros malestares que el no saber qué ocurrirá en nuestro planeta nos produce en el cuerpo entero.


Se trata de la incertidumbre política, económica y militar con la que juega estratégicamente Donald J. Trump, el presidente de Estados Unidos. Intentaré describir los componentes de su juego mundial:


 Los lugares o roles que designa son el de combatiente, lugar que otorga a los países vinculados con la oligarquía estadounidense (Emiratos Árabes, Gran Bretaña, Israel, por ejemplo) y el lugar del enemigo, todo lo que no sea “americano” y que tampoco quiera serlo.


La razón del rechazo se debe usualmente a que son países que cuentan con fuentes de energía de gran valor que no quieren entregar a Estados Unidos, menos aún si para quedárselas ha fomentado guerras internas y dirigido golpes de Estado en sus tierras. 


Una vez que Trump designa el lugar del otro, junto con sus equipo despliega una estrategia que abarca un conjunto de acciones que grosso modo paso a enumerar:


  • La primera, la inaugural, se expresa como una suerte de conjuro: nunca nadie ha hecho algo tan magnífico como lo que él hace, pues no hay nadie que sepa más acerca del tema que él.

  • Luego, lanza una amenaza. Pueden ser tarifas comerciales, bombardeos militares, censura sociopolítica o persecución racial. Comienza entonces un proceso ajeno a la Ley y los acuerdos, poniendo en riesgo la legalidad o ignorándola.

  • Surge entonces un segundo enemigo con el que no dialoga: el defensor de la Ley. Sea un juez, el Congreso, las Naciones Unidas o La Haya, Trump guarda silencio mientras su equipo elabora justificaciones legales. La Constitución y la división de Poderes no existen. Sólo la palabra de Dios a través de Trump, su elegido.

  • Las consecuencias le son indiferentes: alza de precios, reducción de servicios del Estado, abuso contra los derechos humanos, masacres, destrucción. Sólo cuando nota que es él quien resulta perjudicado porque la población le retira su apoyo, decide detener sus amenazas.

  • Sea cual sea el resultado, gane o pierda, avance o de marcha atrás, la acción final ha sido su triunfo, el más grande de la historia.

  • El ritual de clausura consiste en agradecer públicamente a su Dios por haber hecho grande a “América” otra vez.


En los seis meses que Trump lleva en el poder, las bolsas de valores, las alianzas militares y los acuerdos económicos se han visto sacudidos y la violencia, el temor y el malestar han llegado directamente a la población de su país y de todo el continente. El continente de los latinos, al que ha amenazado deteniendo y expulsando a sus migrantes, sean estudiantes legales o agricultores ilegales. Al fin, lo que importa es que son latinos y los latinos ¿somos todos criminales? Emerge entonces una atormentadora incertidumbre acerca del futuro de la población de todo un continente que Trump se enorgullece en provocar.


Regando incertidumbre por el mundo, hoy todos tememos una tercera guerra mundial y el armamento nuclear que lideran de lejos Estados Unidos y Rusia. Rusia apoya a Irán e Irán a Palestina. Israel decidió terminar con Palestina a través del genocidio de Gaza, donde actualmente mueren asesinados quienes mendigan comida para los dos millones de personas que han sido reducidas a la quinta parte de un territorio. Del país que hoy ocupa Israel, ha quedado un territorio del tamaño de Villa María del Triunfo, sin agua, sin luz, sin servicios de salud, con las familias viviendo en carpas, entre ruinas y sin poder escapar.


Es cierto que Irán es el país que da soporte a las guerrillas y ejércitos de los países que defienden Palestina y están en contra de la presencia de Estados Unidos e Israel en el Oriente próximo y en el Oriente Medio. Pero desde que se inicia el enfrentamiento por los daños que causó Estados Unidos a Irán desde 1953, no se han encontrado los armamentos nucleares de los que los acusan para atacarlos. No es novedad que el objetivo real de la guerra sea el control del petróleo que desde 1979 es de posesión absoluta iraní. Trump comienza los juegos de incertidumbre anunciando que le tomará dos semanas decidir si declara la guerra a Irán, pero bombardea a los dos días de su declaración. Nuevamente anuncia que depende de Irán si van a guerra. Claro, siguiendo la secuencia de su juego arriba descrita, nadie hará una guerra mejor que la suya.


Al malestar generado por la expulsión de los latinos, las peruanas, los peruanos nos preguntamos si la gran guerra o el alza del petróleo también nos dañará. En las guerras anteriores, su impacto y las recesiones provocadas no duraron más de dos años. Pero en ambos casos fue porque estábamos con Estados Unidos, el triunfador. Por ejemplo, durante la primera guerra mundial, disminuyeron nuestras exportaciones de cobre, azúcar y algodón así como las importaciones de los países europeos cuando su economía viró hacia la producción bélica. Gran Bretaña, nuestro principal mercado, se vio afectado por la revolución rusa y su retiro de la guerra. Fue justo en ese momento, cuando Estados Unidos se convirtió en nuestro principal socio comercial, cuando fue reconocido como la primera potencia mundial extraeuropea y que puso fin a la guerra.


Con el éxito en mano, la economía peruana pasó por un buen momento y se aprovechó para conectar casi todas las provincias por carreteras y hacer crecer nuestro mercado interno. Al poco tiempo, como los tratados posteriores a la Primera Guerra Mundial provocaron el resurgimiento de Alemania y las condiciones para que se produjera la Segunda Guerra Mundial (en esta ocasión, realmente planetaria), desatado el conflicto, nuevamente las exportaciones mineras, de azúcar y algodón se vieron afectadas los dos primeros años y nuevamente, Estados Unidos optó por ampliar sus inversiones en los territorios latinoamericanos. Vencida Alemania y empoderada la Unión Soviética, esos años de Guerra Fría y de la fundación de la Organización de Estados Americanos para cuidarnos del comunismo jugaron a favor de nuestro comercio.


Así, durante el gobierno de Manuel Odría, aumentaron tanto las exportaciones a Estados Unidos, que nunca más el Perú tuvo un alza similar de ganancias en su historia económica. Hoy, ad portas de una temida tercera guerra mundial, ¿cómo nos afectaría la guerra centrada en el Oriente Medio? ¿Nos perjudicará que le vaya mal a Estados Unidos, o que pierdan Irán o Israel?


Irónicamente y para tranquilidad de nuestra economía, ya no dependemos de Estados Unidos como en las guerras anteriores. Aunque sorprenda, este hecho nos protege hasta cierto punto de los juegos inciertos de Trump. Hoy son China, Corea del Sur, España y Japón los principales destinos de nuestras exportaciones, y con Irán y los países del Oriente Medio nuestros vínculos de importación y exportación son minúsculos. A Estados Unidos ya no exportamos siquiera el 10% de nuestra producción (INEI 2023). Pero si hablamos de nuestras importaciones, aunque Estados Unidos ya no tiene el protagonismo que hoy tiene China (26% del total y EE. UU. 17%) (Comex, 2024), ese 17% que le compramos es fundamental, pues más de la mitad de nuestros combustibles se los importamos a Estados Unidos y en el caso del diésel para maquinaria se lo compramos íntegramente al país de Trump.


Serán entonces el alza mundial de los precios del petróleo y de los combustibles los que nos afectarán. Separarse de los países embebidos en la guerra, en caso se agrave, implicará probablemente que el Perú cambie algunas de sus relaciones comerciales con los demás países productores.


Si sentimos incertidumbre, este es el más probable de los escenarios que viviremos. Una fuerte alza de precios hasta que consigamos nuevas negociaciones para el combustible y otras importaciones. Y quizá nos convenga a la hora de exportar. Eso sí, seguiremos siendo latinos con serias restricciones hasta para estudiar en Estados Unidos, así que buena parte migrará a Europa hasta que declaren que ya no más. Sobre todo si Estados Unidos continúa con el estigma lanzado de terrorista y criminal inventado por Donald Trump.  Quizá sea esa la parte más delicada que nos afecte como país. Cómo demostrarle al mundo con el Congreso que está por venir, que no somos delincuentes, que somos latinos capaces de gobernarnos, controlar la corrupción y la violencia en nuestro país.

 

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