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El imperio de y sus demonios



Un imperio es un sistema de poder político que se distingue notablemente de otras formas convencionales de gobierno. Se caracteriza por una autoridad central que ejerce dominio o una influencia considerable sobre múltiples unidades políticas, las cuales no comparten un estatus de igualdad soberana. En lugar de límites fronterizos mutuamente reconocidos, un imperio opera con un espectro de control indefino, estableciendo una jerarquía que va desde su núcleo fuerte hasta sus regiones más distantes.


Los imperios actúan – y han actuado- con total impunidad, generando enormes desequilibrios y desestructuraciones culturales y sociales, ahí donde establecen sus estructuras de control y de dominación. Debido a la última aventura bélica imperial de los Estados Unidos en Medio Oriente, especialmente en Irán, es importante recordar las prácticas de esta república imperialista, sobre todo, después de 1945.


La naturaleza del imperio norteamericano


Las características imperiales de los EE. UU, son identificables desde fines del siglo XIX, haciéndose hegemónicos después de la segunda guerra mundial y tras la Guerra Fría. Para autores como Münkler, Turchin, Negri, Hardt, entre otros, los rasgos que distinguen a los Estados Unidos como un imperio se deducen a partir de su práctica histórica: establecer relaciones de subordinación con diversas naciones del mundo, actuar según las graduaciones de poder (países más importantes que otros), intervenir compulsivamente en los asuntos internos de otros estados y construir el perfil cultural de las naciones bajo su influencia. Los EE. UU. asumen que es su derecho definir cuál es el lugar de cada país en la tierra y qué es lo que cada nación debe o no debe hacer.


Sabemos por reconocimiento objetivo, vastamente demostrado, que la política exterior estadounidense desde la Guerra Fría es abiertamente imperial, especialmente en relación con sus intervenciones militares diversos lugares de África, América Latina, así como en el Golfo Pérsico y la Indochina.


Además de establecer alianzas militares, con naciones que le son útiles, a fin de evitar que otros actores geopolíticos le arrebaten su lugar en el mundo. En ese sentido, lo que define a este imperio moderno, es su poder militar sin paralelo y su capacidad para proyectar fuerza a nivel global. Eso ha hecho que la presencia militar estadounidense se haya globalizado, constituyendo una densa red de control a nivel mundial. Al buscar sus propios intereses, la política exterior de EE. UU. a menudo ignora la autodeterminación y la igualdad de derechos entre estados, reafirmando un patrón de dominación asimétrica que es la esencia de su carácter imperial.


Cronología de acciones imperiales


Desde 1945, las intervenciones militares de los Estados Unidos han marcado una trayectoria compleja, evolucionando de una doctrina de contención anticomunista a una política de proyección global de poder, a menudo con consecuencias devastadoras y un alto costo humano y económico. En plena Segunda Guerra Mundial, se vio con esperanza de que las promesas de la Carta del Atlántico de 1941 se cumplieran, garantizando la autodeterminación y una vida libre de miedo y pobreza. Sin embargo, esta expectativa se vio frustrada, en gran medida por la creciente influencia que ejerció, en una parte mundo, la Unión Soviética desde 1945.


La Guerra Fría, aunque presentada como una lucha por la libertad y la democracia contra el totalitarismo soviético, en realidad buscaba asegurar y extender un orden político, económico y social específico bajo la hegemonía estadounidense, disfrazado como un combate entre el "mundo libre" y el "socialismo". Ya en 1946, el Estado Mayor Conjunto de EE. UU. planeaba la destrucción del "corazón industrial de la URSS" mediante bombardeos, enfocándose en el petróleo.


La Doctrina Truman de 1947 se convirtió en un "cheque en blanco para la intervención" en cualquier parte del mundo, y Estados Unidos utilizó su poder político y una vasta red de 865 bases militares para consolidar el "sistema de libre empresa" a escala global. En Japón, tras la ocupación, Estados Unidos estableció un control absoluto y lo integró en un "archipiélago imperial" de bases militares, frenando las reformas democratizadoras iniciales a partir de 1947 bajo un "curso inverso" dictado por las preocupaciones de la Guerra Fría.


Las primeras décadas de la Guerra Fría vieron intervenciones directas y encubiertas en diversas regiones. En Grecia, la primera gran intervención militar de la Guerra Fría en 1947, justificada en nombre de la democracia, resultó en el apoyo a un gobierno antidemocrático y corrupto. Se desató una brutal represión con 100.000 muertos, 5.000 ejecutados y la formación de una red de organizaciones paramilitares. En Irán en 1946, Estados Unidos apoyó al Shah contra las demandas soviéticas de concesiones petrolíferas, lo que reforzó su convicción de que la dureza era la política correcta.


La Guerra de Corea (1950-1953), aunque no declarada por el Congreso, fue una intervención crucial tras la división arbitraria de la península por el paralelo 38 y el apoyo de EE. UU. al dictador Syngman Rhee en el sur. El conflicto implicó una brutal campaña de bombardeos con napalm sobre Corea del Norte, que causó un millón de muertos civiles y la destrucción generalizada, y transformó a Estados Unidos en un país con un vasto aparato militar permanente en el extranjero y un gasto militar cuadruplicado. En América Latina, la administración de Eisenhower (1953-1961) lideró la lucha contra la Unión Soviética como una "guerra santa". La "Operación PBSUCCESS" en Guatemala en 1954 derrocó al gobierno democrático de Jacobo Árbenz, influenciado por la United Fruit Company y el miedo al comunismo, aunque la influencia real fuera mínima. Esto condujo a la disolución de la reforma agraria y la instauración de una dictadura brutal bajo Castillo Armas, respaldada por Estados Unidos.


Durante las administraciones de Kennedy y Johnson, las intervenciones continuaron y escalaron. El fallido desembarco de Bahía de Cochinos en Cuba en 1961, parte de la "Operación Mongoose", mostró una confianza excesiva en las operaciones encubiertas de bajo coste. Kennedy, decidido a derrocar el régimen cubano, consideró incluso planes como la "Operación Northwoods", que incluía actos terroristas en EE. UU. para culpar a Cuba y justificar una invasión. En Indonesia, en 1965, Estados Unidos apoyó el golpe militar de Suharto, que la CIA consideró una de las peores masacres del siglo XX, con entre 500.000 y dos millones de muertos. EE. UU. proporcionó listas de presuntos comunistas y apoyo logístico al ejército, sentando las bases de una dictadura corrupta y clientelar. En la República Dominicana en 1965, EE. UU. intervino militarmente con 23.000 soldados para evitar un gobierno "izquierdista", facilitando el ascenso de Joaquín Balaguer y un régimen de terror que dejó 4.000 víctimas.


La Guerra de Vietnam escaló bajo Johnson, con tácticas de "búsqueda y destrucción", bombardeos masivos y uso de defoliantes químicos. Las tropas estadounidenses llegaron a 542.000 en 1967. El conflicto, considerado "insensato e injustificable", causó entre 1,5 y 3 millones de muertos vietnamitas, en su mayoría civiles, y dejó una infraestructura destruida y graves daños ecológicos y sanitarios.


La Doctrina Nixon de 1969 buscó reducir los costos de intervención, priorizando la asistencia económica y militar y esperando que las naciones aliadas aportaran el grueso de las fuerzas humanas. Sin embargo, esto no detuvo el apoyo estadounidense a Pol Pot en Camboya, a pesar de sus atrocidades, en un intento por contrarrestar la influencia vietnamita. Los años 80, con Carter y Reagan, vieron una reactivación de la Guerra Fría y un aumento del gasto militar. En Afganistán, EE. UU. intervino secretamente desde 1979, apoyando a grupos islámicos contra la invasión soviética, invirtiendo miles de millones de dólares. La invasión de Granada en 1983, denominada "Operation Urgent Fury", se justificó con la falsa afirmación de que la isla era una base soviético-cubana y que había un riesgo para estudiantes estadounidenses.


En Centroamérica, la política de Reagan llegó al paroxismo: en El Salvador, EE. UU. financió y armó a un gobierno responsable de miles de crímenes políticos; en Nicaragua, se apoyó a los "contras" contra el Frente Sandinista; y en Honduras, se documentó el entrenamiento militar para la tortura y la creación de escuadrones de la muerte con conocimiento y asistencia del gobierno estadounidense. En Panamá, la "Operación Causa Justa" de 1989 derrocó a Noriega, causando numerosas muertes civiles y grandes destrozos. En Haití, la CIA organizó el derrocamiento del presidente democráticamente elegido Jean-Bertrand Aristide en 1991, y lo secuestró en 2004, imponiendo condiciones económicas adversas al país.


Tras el fin de la Guerra Fría en 1991, Estados Unidos redefinió su papel global, enunciando la "guerra contra el terror" como base de su liderazgo mundial. La "doctrina Clinton" o "doctrina del multilateralismo afirmativo" defendía el uso de la fuerza militar estadounidense en alianza con la OTAN o la ONU, minimizando la aportación de tropas. Esto se vio en los Balcanes, con la campaña "Deliberate Force" de la OTAN en Bosnia en 1995, que forzó un alto el fuego y creó un protectorado con tropas estadounidenses. En Kosovo en 1999, la OTAN realizó bombardeos masivos sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU. Después del 11 de septiembre de 2001, la "doctrina Bush" reiteró los principios de la Doctrina Truman, justificando un uso sostenido del poder militar global. La invasión de Afganistán en 2001, a pesar de la falta de participación afgana en el 11-S y las ofertas talibanes de negociar, llevó al derrocamiento del régimen talibán.


La invasión de Irak en 2003 se basó en la falsa premisa de la existencia de armas de destrucción masiva. La ocupación de Irak fracasó en establecer un gobierno estable, aumentando la violencia terrorista y privatizando la guerra con un creciente número de contratistas, costando billones de dólares y contribuyendo a la deuda pública de EE. UU. La intervención en Libia en 2011, también bajo el mando de la OTAN, generó beneficios para la industria armamentística y oportunidades de negocio en la reconstrucción. Incluso en 2009, en Honduras, los aliados de EE. UU. aceptaron las elecciones convocadas por los golpistas tras la expulsión del presidente Zelaya, a pesar de la condena formal del golpe, lo que llevó a la violación sistemática de los derechos humanos en el país.


Entre 2012 y 2017, Estados Unidos, bajo la presidencia de Barack Obama, continuó y expandió su política de "guerra contra el terror", adaptando sus métodos militares. Aunque en 2011 se declaró el fin de la "misión de combate en Irak", la inestabilidad persistió y la implicación estadounidense en Irak repuntó en 2016 con armamento, bombardeos y soldados para la recuperación de Mosul. En Afganistán, la guerra contra los talibanes y Al-Qaeda se mantuvo sin visos de una victoria final, con costos superiores a los 800 mil millones de dólares. Además, se iniciaron nuevas guerras "personales" en Siria, Libia, Somalia y Yemen, a menudo sin consulta al Congreso. La intervención en Libia en 2011 contribuyó a la desintegración del país y a la dispersión de armas que alimentaron el terrorismo.


En Siria, EE. UU. armó y financió a supuestos "rebeldes moderados" que, según testimonios, incluían elementos extremistas y futuros yihadistas entrenados por fuerzas especiales estadounidenses. Esta etapa se caracterizó por el uso extensivo de ataques con drones para ejecuciones sin juicio previo y operaciones rápidas de fuerzas especiales desde bases globales. A pesar de entrenar tropas locales, los resultados fueron a menudo decepcionantes, con casos de "soldados fantasmas" y deserciones a grupos extremistas.


Desde 2018, las intervenciones militares de Estados Unidos han mantenido un enfoque dual: continuar la lucha contra sus enemigos en Medio Oriente y pivotar hacia la competencia con grandes potencias, como Rusia o China. En Afganistán, la intervención culminó con la retirada de 2021, aunque sus operaciones persistieron en menor medida. En Irak y Siria, se mantuvieron operaciones de apoyo contra ISIS. Además, EE. UU. ha incrementado su presencia y ejercicios militares en el Indo-Pacífico para contrarrestar la influencia china, y ha reforzado su despliegue armamentístico en Europa en respuesta a las dinámicas de seguridad, particularmente por el conflicto en Ucrania, desde el 2022 al 2025.


En ese sentido, el apoyo militar y económico a Ucrania es, probablemente, una de las acciones más claras de intervención de los Estados Unidos en su historial imperial contemporáneo. También se han producido respuestas militares focalizadas a incidentes específicos, como ataques aéreos en Siria en el 2018 o despliegues para contrarrestar amenazas en el Mar Rojo, reflejando una estrategia de intervenciones específicas, con énfasis en el apoyo aéreo, el asesoramiento y la asistencia a fuerzas locales, especialmente a sus aliados.


Las intervenciones estadounidenses desde 1945 han abarcado un amplio espectro de acciones militares y de influencia encubierta, desde la "guerra santa" contra el comunismo hasta la "guerra contra el terror". Aunque a menudo se justificaron en términos de defensa de la democracia y la libertad, la realidad fue que, en muchos casos, llevaron al apoyo de regímenes dictatoriales y corruptos, ignorando las violaciones de derechos humanos y fomentando la inestabilidad.


Los altos costos económicos de estas guerras han contribuido significativamente a la deuda pública y la degradación social en Estados Unidos, desviando recursos que podrían haber mejorado la vida de sus propios ciudadanos. El patrón de intervenciones ha dejado un legado de sufrimiento y desorden, evidenciando una desconexión entre la retórica oficial y los intereses geopolíticos y económicos reales.


El imperio y sus demonios


Estados Unidos ha sido un epicentro de creatividad e innovación, forjando a lo largo de su historia a artistas, músicos, filósofos y escritores que han trascendido sus fronteras. En la música académica, compositores como Copland, Ives, Gershwin y Bernstein crearon un sonido distintivamente estadounidense, combinando elementos clásicos con la riqueza folclórica y las diversas influencias de la nación. La filosofía estadounidense se distingue por el pragmatismo, con pensadores influyentes como William James y John Dewey, quienes enfatizaron la experiencia y la utilidad de las ideas.


A ellos se suman los trascendentalistas Emerson y Thoreau, que abogaron por la intuición, la individualidad y la conexión con la naturaleza. En la literatura, el país ha producido figuras literarias inmortales: desde las narrativas icónicas de Twain y Hemingway hasta la profunda y evocadora poesía de Emily Dickinson y Whitman, pasando por la obra influyente de T.S. Eliot. En el ámbito de la pintura, artistas como Pollock y Rothko revolucionaron el expresionismo abstracto, mientras que Andy Warhol definió el arte pop. Finalmente, la cultura de masas, tanto en el cine como en la música popular, debe una deuda inmensa a los innovadores aportes estadounidenses, consolidando su impacto en el entretenimiento mundial. Estos son aportes para el patrimonio de cualquier cultura del mundo y están fuera de toda duda.

 

Lamentablemente los demonios del imperio ocultan sus contribuciones al espíritu humano. Las prácticas imperiales de Estados Unidos ha generado profundas consecuencias en el mundo, marcadas por un desprecio sistemático del derecho internacional y las instituciones globales, y actuando unilateralmente para asegurar su hegemonía y recursos. Sus sanciones económicas han tenido efectos "genocidas" en poblaciones civiles, y sus políticas económicas han profundizado la desigualdad y han socavado la democracia efectiva en varias regiones.


Adicionalmente, Washington ha manipulado la opinión pública y la historia para justificar sus acciones, presentándose como benefactor mientras ignora las consecuencias catastróficas, incluida la proliferación de armas de destrucción masiva y el incremento del terrorismo global. Como afirmada Noam Chomsky en “Hegemonía o Supervivencia (2004), la razón de ser del imperialismo norteamericano es "preservar un mundo unipolar donde Estados Unidos no tenga un rival a su altura”. Si ello podrá seguir siendo posible, es algo que aun está por verse.

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