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¿De qué lado de la historia quieres estar?


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“¿De qué lado de la historia quieres estar?”, me preguntó un amigo una tarde, mientras conversábamos sobre la polarización creciente en el país y en el mundo. En ese momento comprendí que la pregunta no apuntaba a elegir una trinchera política, sino algo más profundo: ¿cómo situarnos ética y humanamente en un tiempo que cambia a una velocidad que a veces supera nuestra capacidad de comprenderlo?

 

Vivimos una época donde la tecnología avanza demasiado más rápido que la reflexión ética, donde los debates culturales se multiplican antes de que podamos ordenarlos, y donde la identidad, la verdad y hasta la convivencia democrática parecen estar sometidas a revisión permanente. Frente a este panorama, la pregunta se vuelve urgente: ¿qué significa hoy “estar del lado correcto de la historia”?

 

La historia siempre cambia, pero no siempre progresa

 

Que la historia cambia es una obviedad; que cambie para bien es, sin embargo, una frágil posibilidad. Lo nuevo no es necesariamente lo mejor, como tampoco lo antiguo es irremediablemente verdadero. Charles Taylor lo explica con claridad: cada época construye horizontes de significado que definen qué entendemos por libertad, identidad o justicia. Esos horizontes se transforman, y con ellos cambian nuestras certezas más personales.

 

Por eso, cuando enfrentamos un cambio social, cultural o tecnológico, no basta celebrarlo porque es nuevo ni rechazarlo porque incomoda: debemos examinar qué tipo de humanidad amplifica o limita ese cambio. La clave no está en la novedad o la tradición, sino en su capacidad de promover la dignidad humana.

 

El desafío de distinguir entre cambio necesario y cambio destructivo

 

Hoy enfrentamos debates que polarizan: bioética, educación sexual, identidades culturales, inteligencia artificial, uso de datos personales, redefinición del trabajo, violencia social, crisis de instituciones. En todos aparece la misma tentación: apegarnos al pasado con la ilusión de que allí había mayor claridad, o abrazar lo nuevo con la ingenuidad de creer que todo avance es progreso.

 

Fernando Savater advierte que la ética no es seguir la corriente ni refugiarse en lo familiar, sino ejercer la libertad con responsabilidad, evaluando las consecuencias reales de nuestras decisiones sobre la convivencia. Cambiar por cambiar no es progresar; progresar es cambiar de manera razonada y humana. Así, un cambio que enfrenta la sociedad o vulnera derechos fundamentales no puede considerarse avance, aunque se presente como moderno.

 

El miedo al cambio: ¿enemigo o aliado?

 

Los cambios generan miedo porque nos alejan de nuestra zona de control. Pero el miedo no es necesariamente un enemigo. Es una señal que nos alerta que algo valioso puede estar en riesgo. Yuval Noah Harari señala que vivimos en una era donde los cambios tecnológicos son tan rápidos que no hemos desarrollado aún las herramientas mentales y sociales para adaptarnos.

 

La inteligencia artificial transforma el trabajo antes de que las leyes puedan regularla; las redes sociales alteran la convivencia antes de que podamos comprender su impacto emocional; los cambios culturales reconfiguran identidades antes de que sepamos cómo dialogarlas. El problema no es sentir miedo. El problema es delegarle la decisión al miedo.

 

¿Ignorar los cambios? Una tentación comprensible, pero inútil

 

Podemos intentar negar lo que ocurre: cerrar los ojos frente a nuevas sensibilidades culturales, aferrarnos a definiciones rígidas o dogmáticas de verdad, relativizar los avances científicos, o volver a ideologías que prometen certezas y soluciones simplistas.

 

Pero la realidad no desaparece porque decidamos no verla. Taylor advierte que la nostalgia excesiva puede convertirse en una forma de escapar del presente, evitando la responsabilidad ética de comprenderlo. Del otro lado, Savater recordaría que aceptar cualquier tendencia sin discernimiento es, también, una renuncia a la libertad. Ambas actitudes son, en el fondo, formas de evadir la responsabilidad moral de pensar.

 

Hacia una ética del discernimiento en tiempos acelerados

 

Estar del “lado correcto” de la historia no significa ubicarse en un bando o repetir cansinamente consignas. Significa algo más exigente: desarrollar una ética crítica capaz de discernir entre los cambios que expanden la dignidad humana y aquellos que la amenazan.

 

Esto exige tres actitudes:

a) Lucidez

Comprender los cambios, conocer sus causas, estudiar sus implicancias.Sin lucidez, la libertad se convierte en reacción impulsiva.

 

b) Sentido crítico

Evaluar lo que emerge desde el criterio de la dignidad humana y no desde la moda, la tradición o la presión social.

 

c) Esperanza activa

Asumir que el cambio es inevitable, pero que puede orientarse hacia un bien mayor si actuamos con responsabilidad.

 

Harari insiste en que el aceleramiento del mundo no es una condena, sino un llamado a desarrollar nuevas capacidades humanas. No basta adaptarnos; debemos dar forma al cambio.

 

¿De qué lado de la historia, entonces?

 

Quizá la verdadera pregunta no sea de qué lado queremos estar, sino qué tipo de personas necesitamos ser para enfrentar estos cambios. No se trata de escoger entre pasado y futuro, sino entre dos actitudes posibles: la actitud del miedo, que encierra; o, la actitud del discernimiento, que humaniza.

 

Estar del lado correcto de la historia no significa alinear nuestras opiniones con un bloque político, moral o cultural, sino elegir la lucidez frente a la confusión, la responsabilidad frente al vértigo y la humanidad frente a la indiferencia.

 

Al final, la historia seguirá caminando. La verdadera cuestión es si la acompañamos como espectadores timoratos o como ciudadanos capaces de orientar, con pequeños actos y decisiones diarias, un futuro que se parezca un poco más al mundo justo, digno y humano que todos anhelamos.

 

Referencias

  • Fernando Savater, Ética para Amador (1991).

  • Charles Taylor, La era secular (2007).

  • Yuval Noah Harari, 21 lecciones para el siglo XXI (2018).

 

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