Carta a Dina
- Enrique Chávez Aliaga
- hace 4 días
- 2 Min. de lectura

Usted nunca leerá esta carta, porque viene de donde nunca escucha: de la calle, de la esquina donde el pan cuesta más cada día, del micro que avanza lento mientras la gente la maldice en voz baja. Yo soy apenas un individuo, un nombre sin cargo ni micrófono, y aun así me tomo el atrevimiento de escribirle.
Le hablo desde la realidad que usted evita. En la calle, su apellido no es símbolo de respeto, sino de desprecio. Nadie la invoca como presidenta: la llaman traidora, la llaman asesina, la llaman usurpadora. En las plazas y mercados, usted es la metáfora del desgobierno, la prueba viva de que en el Perú cualquiera puede trepar hasta arriba con tal de pactar con los mismos de siempre.
Su gobierno, señora, se ha convertido en una lista interminable de errores: la represión sangrienta que inauguró su régimen con cincuenta muertos; la desidia frente a las regiones que arden por abandono; la incapacidad de convocar a un mínimo de confianza; la economía que apenas sobrevive entre remiendos; la diplomacia que ya nadie toma en serio. Y cuando la historia la empuja a corregir, usted responde con soberbia, como si el país fuera un salón donde todos deben aplaudirla.
Usted prometió diálogo, pero instaló la represión. Prometió estabilidad, pero solo ha dado más incertidumbre. Prometió orden, pero el orden que defiende es el de un Estado mafioso, donde se reparten cuotas de poder como botín y se blindan unos a otros para evitar la justicia. Lo que usted preside no es un gobierno: es una maquinaria de impunidad.
La calle lo sabe. En los mercados ya no discuten de política, discuten de sobrevivencia, y su nombre aparece como sinónimo de traición. En los pueblos jóvenes se recuerda que las balas no fueron accidente, que los muertos tenían nombre, familia, futuro. En las universidades, su gobierno es ejemplo de lo que significa llegar al poder sin legitimidad. Y en los pasillos del Congreso, donde todavía la aplauden, todos saben que ese aplauso es comprado, nunca sincero.
Hace poco intentó, con la complicidad de los suyos, dar otro golpe: denunciar el tratado de la Corte Interamericana, como si la justicia internacional fuera un obstáculo que se pudiera arrinconar. No lo hizo para el Perú: lo hizo por usted y por los suyos, por miedo a lo que vendrá cuando las instancias internacionales recuerden lo que aquí se quiere olvidar. Pero esa jugada no la salvará. La justicia, señora, siempre encuentra la manera de abrirse paso, incluso cuando la niegan los congresos y la manipulan los gobiernos.
¿Cree que la gente no se da cuenta? Se equivoca. El pueblo puede callar un tiempo, pero no olvida. Ya cargan sobre usted las muertes que inauguraron su mandato, y eso, señora, no se borra ni con tratados denunciados ni con embajadores obedientes.
Señora Dina, usted cree que tiene poder; en realidad, lo único que tiene es miedo. Y cuando el miedo gobierna, el final siempre está cerca.
Comentarios