top of page

A favor del desfile militar


ree

El desfile como rito: lo que permanece cuando todo se cae.


Cada 29 de julio, en Lima, cuando los últimos fuegos artificiales se apagan y las multitudes regresan a casa, comienza otro tipo de celebración: la de la persistencia. Mientras muchos ven solo bayonetas y botas que marchan al unísono, hay quienes encuentran en el desfile militar una forma de consuelo.


En un país de instituciones desmoronadas, de presidentes presos y congresistas con denuncias de violación y robo, el desfile es —al menos— la ficción de un orden. Una coreografía milimétrica donde nada se rompe, nada se corrompe, nada se improvisa. Como si durante cuatro horas, en medio del caos, Perú recordara que alguna vez soñó con ser república.


Los aviones cruzan el cielo, los tanques retumban en la pista y los soldados avanzan con el mentón alzado. No dicen nada, pero lo dicen todo. Son hijos de una historia que rara vez se cuenta con ternura: guerras perdidas, fronteras disputadas, dictaduras de civil o uniformadas.


Sin embargo, hay algo más. Hay abuelas que aplauden con una bandera diminuta entre las manos. Hay niños que quieren ser pilotos. Hay padres que señalan con orgullo al batallón donde marcha su hija. En medio de una ciudad que no suele detenerse por nada, el desfile es un acto de pausa. Una oportunidad para mirar sin prisa lo que quisiéramos ver siempre: a quienes —al menos en teoría— velan por nosotros.


Podemos discutir sus excesos, sus contradicciones, su obsolescencia. Pero no podemos negar su carga simbólica. En sociedades rotas, los rituales no salvan, pero sostienen. Nos dan una ilusión de continuidad.


Por eso, aunque cada año se repita el mismo libreto, aunque los uniformes cambien poco y los discursos suenen a copia de copia, el desfile sigue ahí. Como una reliquia de otro tiempo. Como un espejo de lo que quisiéramos creer: que todavía hay algo que funciona. Que al menos el paso marcial sigue siendo firme.


Y quizás, en el fondo, eso sea suficiente. No para redimir a las Fuerzas Armadas. No para borrar sus manchas. Pero sí para recordar —una vez al año, una mañana de invierno— que la patria no es solo una palabra en desuso, sino también un intento de comunidad. Un intento que, como el desfile, requiere ensayo, sincronía y la decisión de no romper filas.


Comentarios


Noticias

bottom of page