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Retablo Sinfónico


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Como todos los años, se ha vuelto a estrenar “Retablo” un espectáculo de música que busca mostrar el esplendor de las danzas populares a lo largo y ancho del país. El éxito ha sido inmediato y ya resulta muy difícil conseguir una entrada.

 

Son muchas las virtudes que el espectáculo ofrece y que, sin duda, merecen destacarse: la brillante dirección de la orquesta, la destreza de los bailarines, la cuidada confección de los trajes típicos, el deslumbrante uso del color, la precisión de la iluminación y la minuciosidad coreográfica. Todo está cuidadosamente pensado y ejecutado con un alto nivel profesional, algo poco común en el Perú de hoy, donde, por ejemplo, en Lima tenemos un alcalde que no previó que los trenes necesitan estaciones para poder ponerse en funcionamiento.

 

A pesar de las virtudes que “Retablo” tiene, existen dos elementos que quisiera señalar y que podrían permitir repensar el espectáculo en vías a nuevas versiones del mismo. El primero tiene que ver con el hecho de que se haya decidido que los bailes coreográficos tomen completamente la totalidad del espectáculo. Sin duda, los bailes colectivos son una práctica esencial en las fiestas, pero sabemos bien que la riqueza musical del país no se agota en ellos.  


En el espectáculo se echa de menos la puesta en escena de otros formatos: por ejemplo, un solista con guitarra ayacuchana, un pequeño conjunto de arpa y violín, un dúo de zapateadores, una pareja de marinera o un solista interpretando esos bellísimos ícaros para el jagé. Lo que quiero señalar es que la alternancia entre coreografías grupales y números solistas enriquecería notablemente el espectáculo.


De hecho, son pocas las oportunidades en que los peruanos podemos escuchar la versión sinfónica de El cóndor pasa, y en esos casos los bailarines sobran: es un momento donde la orquesta debería ser la única protagonista. En la versión actual de Retablo, la sucesión ininterrumpida de coreografías termina por generar una sensación de monotonía y escasa variedad.


El segundo comentario tiene que ver con la apuesta por representar lo que llamamos “la tradición” y con la exclusión de la contemporaneidad del escenario. No es este el momento para explicar por qué la “tradición” nunca es completamente tal —los propios antropólogos nos han enseñado que también es una construcción—, pero sí lo es para subrayar que Retablo podría incluir algunos de los ritmos y danzas que hoy forman parte viva de la identidad del país, como la chicha, la tecnocumbia, el rock peruano o el rap nacional.


De hecho, el espectáculo comienza con una imagen colonial de Lima en la que ya nadie puede reconocerse, pues las transformaciones que el país ha vivido son tan radicales que ese inicio llama mucho la atención, no solo por su anacronismo sino por su ingenuidad. El país es otro, se ha vuelto otro, y es urgente asumir el reto (estético) de intentar representarlo.

 

De todas formas, “Retablo” es un espectáculo que siempre vale la pena ver y en el que siempre aparecen muchas cosas por comentar. Llama la atención, por ejemplo, que en un país, cuyo capitalismo neoliberal nos ha vuelto extremadamente individualistas y corruptos (la corrupción es el grado cero de la falta de comunidad), siga teniendo tanto éxito un espectáculo donde lo colectivo y lo común ocupe el lugar central de la representación. ¿Se trata de una imagen de lo irremediablemente perdido? ¿Qué deseos inconscientes activan las coreografías que “Retablo” presenta? “Retablo”, es cierto, es una obra que cada año se renueva. Esperamos que siga por esa senda.

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