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¿Qué podemos aprender de la Generación Z?



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En un mundo saturado de información, incertidumbre y crisis, emerge una voz que merece ser escuchada: la Generación Z, nacida aproximadamente entre mediados de los noventa y el 2010. Esta generación se presenta como un fenómeno social, ético y cultural que redefine la manera en que comprendemos el tiempo que nos ha tocado vivir. A pesar de los prejuicios que la tildan de superficial, impulsiva, narcisista o excesivamente susceptible, la Generación Z expresa una energía innovadora, una sensibilidad ética aguda y un compromiso real con la transformación social, política y cultural de nuestro país.


Una nueva ciudadanía digital


Para muchos jóvenes Z, la tecnología no es solo un espacio de entretenimiento, sino un territorio de acción y compromiso. En las redes no buscan únicamente mostrarse, sino construir, conectar y transformar. Su dominio del entorno digital les ha permitido movilizar causas, crear comunidades y desafiar estructuras de poder que antes parecían intocables. Ese sentido de urgencia con el que actúan frente a lo que consideran injusto contrasta con la pasividad que muchas veces se atribuye a generaciones anteriores. En lugar de resignarse, actúan.


La pandemia de Covid-19 —sumada a la actual crisis política que vivimos— les ha enseñado que esperar no es una opción. Su activismo es rápido, horizontal y emocional, pero también racional y estratégico. Como sostiene Pepe Cerezo (2016), los nativos digitales no solo consumen información: la reinterpretan, la transforman y la comparten, construyendo una cultura colaborativa basada en la inmediatez, la creatividad y la autenticidad.


Ese dinamismo, sin embargo, no está libre de sombras. La sobreexposición a lo digital puede generar dispersión, agotamiento o la falsa idea de que todo cambio ocurre de inmediato. Esa tensión entre la velocidad del mundo virtual y la lentitud de los procesos reales es uno de los desafíos éticos más profundos para esta generación. Y, paradójicamente, en esa misma tensión se encuentra su fuerza: la búsqueda constante de coherencia entre lo que se dice, se siente y se hace.


Una ética de la inclusión y la pluralidad


Quizá uno de los mayores aportes de la Generación Z sea su capacidad para vincular la sensibilidad cultural con una ética de la inclusión. Han crecido en medio de debates sobre género, medio ambiente, racismo y derechos humanos, y no se han mantenido al margen. Su ética es global, pero no desarraigada. Se expresa tanto en el ciberactivismo como en la acción concreta. En el Perú, esa sensibilidad ha dado lugar a movimientos feministas, ambientalistas y de justicia social impulsados por jóvenes que han abierto nuevas conversaciones sobre equidad, participación ciudadana y respeto por la diversidad.


Marc Prensky (2011) afirmaba que los “nativos digitales” aprenden de manera no lineal, construyendo conocimiento a través de redes de interacción. Esa forma de aprender también se refleja en su ética: aprenden a convivir con la diferencia, a escuchar y a reconocer la pluralidad como una riqueza auténtica. En las universidades peruanas, muchos jóvenes buscan experiencias educativas más horizontales y significativas, donde el conocimiento se construya en comunidad y no se imponga desde arriba.


El despertar ciudadano 


Durante las últimas semanas, miles de jóvenes —en su mayoría estudiantes universitarios— a los que se sumaron otros colectivos, salieron a las calles de Lima y algunas otras ciudades. Organizados de manera autónoma y utilizando redes sociales como TikTok o Instagram, rechazaron la violencia, exigieron transparencia y demandaron cambios estructurales en la política nacional.


Su participación desmintió el cliché de una juventud apática o manipulada: se mostraron informados, críticos y profundamente comprometidos con el futuro del país. Estas movilizaciones movieron la aguja ética y política y nos recordó que el cambio no siempre viene de arriba.


La ética del encuentro


Aquellas protestas revelaron una manera distinta de entender la política: no desde los partidos tradicionales ni desde los grupos de poder, sino desde lo que podríamos llamar una ética del encuentro.


Esta ética supone reconocer al otro como interlocutor válido, construir consensos desde el diálogo y no desde la imposición. Aquí resuenan las ideas de Emmanuel Levinas, quien veía en el rostro del otro la raíz de toda responsabilidad ética, y las de Martin Buber, que comprendía el “yo” solo en relación con un “tú”. Ambos pensadores nos invitan a pensar la política —como lo hace esta generación— no como lucha por el poder, sino como una búsqueda compartida de sentido y dignidad.


Lejos de representar una generación alienada o frágil, la Generación Z es un espejo que nos recuerda que la transformación empieza por escuchar a quienes se atreven a soñar distinto. De ellos podemos aprender la urgencia del compromiso, la valentía de la autenticidad y la certeza de que la ética no se hereda: se construye cada día, en comunidad, con diálogo y esperanza.


Reseñas bibliográficas


Cerezo, Pepe. Medios líquidos para usuarios hiperconectados. Evoca Imagen, 2016.


Deusto Business School y ATREVIA. Generación Z: el último salto generacional, 2016.


Prensky, Marc. Enseñar a los nativos digitales. Editorial SM, 2011.


Chaparro, Hernán. Generación Z: ¿un nuevo consumidor? GfK Perú, 2024.


Infobae. “Generación Z responde a Dina Boluarte: no estamos manipulados, salimos por descontento.” Infobae Perú, 2025.


CNN en Español. “La Generación Z también se levanta en Latinoamérica y Perú es su principal escenario. Estos son los motivos” CNN en Español, 2025.

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