Porkismo, fase superior del neoliberalismo lumpen

“Siempre se puede caer más bajo”. Si los países tuviesen un lema, ese sería el nuestro. Porque estamos edificando a paso firme un régimen incluso peor que el neoliberalismo lumpen y autoritario que gobierna hoy.
Hablo de “porkismo” no en alusión al personaje de caricaturas, usado como apelativo benévolo por el actual alcalde de Lima y temprano candidato presidencial. Hablo de porkismo en el peor sentido del término, como una forma profundamente sucia de hacer política, marcada por el insulto ramplón en lugar de la pugna programática, en donde la agenda se reduce a aniquilar al oponente político, tomarse selfis con influencers y regocijarse en el estercolero de las redes sociales. Porkismo como la forma inmunda y matonesca en que personajes como Trump y Milei llegaron al poder y lo ejercen: mintiendo descaradamente, denigrando a sectores sociales considerados desechables, denostando de los valores de solidaridad y empatía, y del propio Estado para encumbrar un individualismo radical que implica, básicamente, darle más privilegios a los que ya tienen poder y ahogar a los que no lo tienen.
Es claro entonces que no hago alusión sólo a López Aliaga, sino a todos los que buscan emular esa forma de hacer política. Es cierto que el sistema ya estaba en gran medida capturado por políticos/empresarios actuando en interés de sus inversionistas o de sus propios bolsillos, conviviendo con (o siendo ellos mismos parte de) economías ilegales y redes de corrupción. El problema es que ahora es peor. Hasta hace algunos años, el sistema político por lo menos aparentaba seguir cierta coherencia con la constitución y la ley. Los políticos apelaban, si bien de forma retórica y vacía, a la separación de poderes, independencia y autonomía de organismos públicos, igualdad de derechos y demás. Hoy no hay vergüenza de capturar todo el aparato público, otorgar privilegios a sus grupos de interés, fomentar discursos de odio y represión, destruir las instituciones y más. Ya no es una acción política lumpenesca que se desarrolla en las sombras del Estado. Es una agenda política abierta. El porkismo es la versión más obscena del fascismo.
Know your enemy
Considero un error señalar que el actual régimen “no es ni de derecha ni de izquierda”, o es tanto de “extrema derecha como de extrema izquierda”. Bajo estas premisas, no importa que el régimen no tenga nada de ideológico o que esté ultra ideologizado, en ambos casos, su esencia sería una especie de conservadurismo ultra pragmático que linda con la corrupción. Se trata de una operación de despolitización usada por sectores afines al centro político en su guerra imaginaria “contra los extremos”. El problema es que si no hay nada más, la apuesta política se limitaría a la agenda liberal conocida como “woke” y a una suerte de moralización del aparato público.
La corrupción y el conservadurismo no son per se la naturaleza del gobierno sino, en el fondo, del sistema social y económico sobre el que se ha erigido. Se trata de una corrupción sistémica basada en el individualismo radical y la búsqueda de beneficios personales a toda costa, en donde “para subir, todo vale”. El emprendedor deviene no solo en una categoría social y económica, sino también política en donde los objetivos partidarios se reducen al reparto de utilidades. La transición fallida post-Fujimori mantuvo las condiciones para que este sistema continue y los sectores ultra mantengan vigencia y la expectativa de retomar el poder. Solo faltaba una oportunidad para emerger: un gobierno totalmente maniatado por sus redes de poder representadas en el Congreso.
Por ello, es fundamental comprender la naturaleza del régimen. No es “caviar”, “comunista”, o de “extrema izquierda” por el hecho de que Boluarte fue vicepresidenta adscrita a un partido autodenominado marxista. Más allá del hecho fáctico de que Boluarte es poco más que un títere del Fujimorismo, Alianza por el Progreso y demás, lo importante aquí es el poco conocimiento o el desconocimiento intencional a lo que significa la izquierda hoy. En 1997, Nancy Fraser publicó “Justice Interruptus”, libro que sistematizó de forma definitiva las grandes agendas de la izquierda contemporánea: el reconocimiento y la redistribución. La primera implica reconocer derechos de minorías culturales, sexuales, pueblos indígenas y, en consecuencia, establecer fuertes mecanismos de participación ciudadana y autodeterminación individual y colectiva.
La redistribución implica reducir las brechas sociales a través de programas de inclusión social, impuestos a los ricos que permitan mayor redistribución, etc. ¿Algunas de estas agendas ha sido impulsada por Perú Libre? ¿Qué ha hecho este partido por los programas sociales además de blindar al Ministro de Desarrollo e Inclusión Social, responsable político del envenenamiento de niños con latas de conservas malogradas? ¿Qué ha hecho para una mayor redistribución además de oponerse a la reforma tributaria que buscaban los “caviares” que duraron pocos meses al inicio del gobierno de Pedro Castillo?
La única agenda de Perú Libre tildada de izquierdista es la “soberanía energética” con su apoyo a la estatal Petroperú. Pero estudios de historia económica como el de Berrios et al han demostrado cómo el nacionalismo de recursos es una herramienta discursiva usada tanto por gobiernos de derecha como de izquierda. Entonces, lo que tiene Perú Libre de izquierda es solo las alusiones insustanciales a Marx en su ideario. Es como decir que el Apra es de izquierda porque sus siglas dicen que es una “Alianza revolucionaria”. Es casi esa afirmación lela de que el nazismo es socialista porque su nombre dice literal “nacional-socialista”. Ya estamos grandes para eso.
Tecno fascismo a la peruana
Buena parte de la batalla política en estos días se está librando en las redes sociales, y por lo tanto, se libra sin reglas ni principios. La tecno-oligarquía global, esa nueva clase de CEOs tecnológicos y especuladores que con sus redes extraen valor de la información que consumimos (y que a la vez nos consume), son los dueños de plataformas donde los más avezados difunden mentiras, golpean a sus enemigos o estafan a sus propios partidarios sin más límites que “community notes”. Gracias a ellos, no solo políticos, líderes de opinión y periodistas, sino perfectos desconocidos como quien escribe estas líneas debemos soportar los ataques furibundos de granjas de troles, actuando con total impunidad.



De hecho, para peor, personajes como López Aliaga tienen la consigna de inundar las redes con insultos, matonería y proselitismo chabacano, a veces alabándose a sí mismo en tercera persona – ¿estrategia o estulticia reincidente?, en un lenguaje tan ininteligible como sus balbuceos públicos.

El problema no es este personaje, pues es muy probable que por su apuro quede rezagado en la competencia electoral. El problema es que hay varios con ansias de liderar el porkismo y ser el Trump o Milei peruano, apelando al insulto y menosprecio como estrategia política. El problema es el ecosistema corrupto, su caldo de cultivo, redimensionado en las redes sociales.
¿Atrapados sin salida?
Por eso, es ingenuo depositar las esperanzas en un próximo proceso electoral. Primero, las fuerzas anti-democráticas están tomando todo el aparato público y eliminando posibles competidores en vivo y en directo, sin temor ni vergüenza. Segundo, las propias reglas de juego del sistema político han generado todos los incentivos para profundizar la crisis en donde demasiados partidos empresas, en aparente competencia, buscan consolidar el poder de las redes corruptas. En este ecosistema decadente, aunque gane alguien ajeno a estas redes de poder, gobernar sería casi imposible.
En vez de ser una oportunidad para solucionar nuestros problemas, la próxima elección será un escalón más abajo si es que no comprendemos que el problema es sistémico y que la única salida democrática es un nuevo consenso político desde la sociedad civil. La agenda no solo debe ser frenar a la extrema derecha y desmontar todo el daño hecho con sus normas de impunidad e instituciones capturadas. Sino también plantear la necesidad de un nuevo pacto social basado en la solidaridad y la empatía, el reconocimiento y la redistribución, no en el individualismo radical que nos desgobierna sin control.
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