Enzensberger: El mensaje es el medio
- Jorge Frisancho

- 11 ago
- 8 Min. de lectura

Juego para armar una teoría de los medios, el ensayo de Hans Magnus Enzensberger, publicado originalmente en 1970, es un texto peculiar, escrito por una figura peculiar. Nacido en 1929 y miembro de una generación cuya temprana infancia transcurrió bajo el régimen Nazi (a él, al parecer, lo expulsaron de las Juventudes Hitlerianas por indisciplinado), Enzensberger irrumpió en la escena literaria en 1957 con defensa de los lobos —las minúsculas son del original—, libro de poemas que se entendió como una crítica radical a la sociedad alemana de postguerra y causó inmediato revuelo. A esa publicación le siguió lengua del país (1960) y en 1963, ya situado como el poeta más célebre y relevante del ámbito germano, Enzensberger recibió el prestigiosísimo y consagratorio premio Büchner.
Para entonces se estaba estableciendo también como uno de los críticos y ensayistas más importantes de Alemania (“el único que tenemos”, dijo de él Theodor Adorno), con un especial énfasis en la comunicación y la cultura de masas. “Crítico” y “ensayista” son los sustantivos clave aquí: a diferencia de muchos de sus contemporáneos en los aledaños de la Escuela de Frankfurt, Enzensberger, que no era filósofo o científico social ni trabajaba en la academia, no estuvo interesado en esos años en desarrollar complejos armazones de argumentación sino en intervenir en el contexto inmediato del debate intelectual, y en otorgarle a esas intervenciones una valencia política.
“La Balanza Taller Editorial recupera para lectores peruanos y latinoamericanos este clásico del pensamiento de izquierda sobre los medios de comunicación. Es la primera entrega de una promisoria serie, “Mediaciones”, y además de la nueva, fresca traducción de Luis F. Bartolo Alegre y el notable diseño de Michael Prado, incluye un iluminador postfacio de Javier García Liendo, quien pone la intervención de Enzensberger en el contexto de los debates sobre la cultura que tachonaron la teoría y la crítica marxistas a lo largo del siglo XX, y traza con lucidez líneas útiles para leerla desde el presente.
Tradiciones marxistas
Juego para armar se produjo en esa caldera y lleva sus marcas. Es un texto breve, organizado en 22 secciones de apenas unos cuantos párrafos cada una, y su intención no es desplegar en detalle la teoría que el título anticipa sino dejar sentados ciertos principios básicos y ciertas líneas de fuerza para ella, en la expectativa de que sean los lectores —y más específicamente, los colectivos de lectores— quienes la desarrollen. Su marco de referencia es marxista: el ensayo está literalmente enmarcado por la cita de Bertolt Brecht que le sirve de epígrafe y la de Antonio Gramsci que ocupa la totalidad de su última sección (el famoso dictum sobre el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad, hoy tan manido, pero entonces todavía fresco).
Como anota García Liendo en el postfacio, cuando Enzensberger escribió este ensayo las dos tradiciones de pensamiento marxista representadas por Brecht y Gramsci no dialogaban entre sí, pero era posible encontrar vínculos comunicantes entre ellas. La primera, la de Brecht, tiene que ver con una asimilación del espíritu y la postura de las vanguardias artísticas, y con un aprovechamiento instrumental de los recursos proporcionados por la tecnología de la comunicación de masas (el epígrafe proviene de su “Teoría de la radio”). La segunda, la de Gramsci, tiene que ver con el necesario alineamiento de la teorización con el desarrollo de un bloque popular y con sus luchas políticas, algo significativamente distinto a un partido de clase como los que hasta entonces dominaban el campo izquierdista tradicional en Europa, y también fuera de ella.
En el texto de Enzensberger, ambas líneas convergen en una relectura y puesta al día de un tercer pensador entonces recién redescubierto por los marxistas con inclinaciones heterodoxas: Walter Benjamin. Benjamin se presenta como la excepción a un tipo de marxismo esencialmente reaccionario en su relación con el campo cultural y con los medios. El emblema de esa aproximación retardataria es Lukács, con su temprana valoración del “arte” sobre la “industria” y sus múltiples defensas posteriores del mandato estético estalinista, pero también Adorno y Horkheimer, presos en una melancólica nostalgia por formas culturales alto-burguesas e incapaces de comprender el potencial emancipador de la cultura de masas.
Según Enzensberger, esa comprensión es obligatoria para una teoría socialista de los medios, y su punto de partida ha de ser la visión benjaminiana de la técnica comunicacional (los aparatos, los dispositivos, los mecanismos y los medios materiales) como los componentes de una productividad, parte del desarrollo general de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. A eso se refiere con el concepto de industria de la conciencia, en cierto modo un intento de expandir críticamente la noción de “industria cultural” hacia un terreno más abiertamente político, marcado por un entendimiento propiamente marxista, o marxiano, de la producción de subjetividades como un crucial campo de disputa.

Piezas para la teoría
Ese es, de hecho, el primero y uno de los principales elementos ofrecidos en Juego para armar para el futuro ensamblaje de tal teoría socialista: el reconocimiento no solo del poder movilizador de los medios en tanto que forjadores de conciencia, sino también de la posibilidad de desplegar ese poder en una dirección contrahegemónica, subversiva del orden burgués. Para Enzensberger, ese es un problema político, no un problema técnico. Según él, el mensaje que reafirma la hegemonía capitalista no es inherente a los medios masivos en tanto tales; es posible comunicar un mensaje revolucionario con esos mismos mecanismos, a través de esos mismos vehículos, e incluso en los mismos o similares formatos.
El contraste con una mirada formalista como la de Marshall McLuhan es claro y explícito aquí. Para McLuhan, según su famoso eslogan, el medio mismo es el mensaje, y Enzensberger desmantela esa postura en términos por demás ácidos (“ventrílocuo y profeta de una vanguardia apolítica” es su descripción del famoso oráculo canadiense). También cuestiona, por inconducente y antidialéctica, la “fantasía orwelliana” que ve los medios de comunicación existentes como mecanismos de control absoluto, irreparablemente unidireccionales e impermeables a intervenciones contestatarias, e induce por tanto a abandonarlos como espacio de confrontación.
Las demás piezas de este kit no son difíciles de resumir. En aras de una eficaz praxis política, la izquierda debe abandonar su desconfianza ante los medios de masas —una desconfianza que tiene mucho de prejuicio clasista— y más bien contrarrestar la manipulación burguesa y pro-capitalista del espacio comunicacional con lo que cabe describir como una manipulación democrática, en última instancia revolucionaria. Lo que hace esto posible en 1970, según Enzensberger, es el desarrollo tecnológico: los nuevos medios de la época y sus tecnologías de base son estructuralmente igualitarios, accesibles a un vasto rango de productores, y contienen la posibilidad de un contraataque. Son reversibles. Permiten responder a la hegemonía cultural de la intelligentsia burguesa, y al cabo desmontarla.
Por su propia naturaleza, estas tecnologías y estos medios no existen únicamente como objetos de consumo, que es como los quiere perpetuar la tiranía del mercado. Son medios de producción al alcance de la ciudadanía en general y de los trabajadores en particular, al menos en potencia, y en esa precisa medida no pueden ser sometidos a control absoluto por el capital. Más aún, están al alcance de la ciudadanía y de los trabajadores no principalmente en tanto que individuos, sino como colectivos: su estructura y su uso tienden a la socialización. Ese potencial, dice Enzensberger, no se realizará bajo un régimen capitalista; solo en un orden social genuinamente socialista, cuya semilla ellos mismos de algún modo contienen, los nuevos medios y las nuevas tecnologías producirán la auténtica comunicación emancipada.
Leer a Enzensberger, hoy
Quizás es momento de recordar que muchas de las novedades tecnológicas de 1970 son ya vetustas piezas de museo. Juego para armar se escribió en un contexto en el que el xerocopiado acababa de hacerse comercialmente viable y la difusión masiva de cámaras Super-8, portapaks o telefonía inalámbrica apenas si se oteaba como posibilidad. En términos de tecnologías comunicacionales, el mundo que habitamos cinco décadas y media después era impensable entonces.
Esto, sin embargo, no nos obliga a desestimarlo o a leerlo solo con interés histórico. La relación de un lector actual con la intervención de Enzensberger bien puede ser la misma que tuvo él con Brecht y Benjamin, para quienes la radio y el cine —y de hecho la comunicación de masas como fenómeno cultural— eran inventos recientes. La pregunta es si se le puede “poner al día” desde un posicionamiento socialista, como él quiso hacer con sus predecesores. La respuesta quizá no esté del todo clara.
Dos consideraciones pueden ayudar a aclararla, en mi opinión. La primera es que Juego para armar nos llega desde un momento crucial en la evolución del pensamiento contemporáneo, el momento inmediatamente posterior a la derrota de las insurrecciones del 68 europeo, y puede ser leído en relación con varias derivas de la teoría crítica que tienen ahí su punto de partida.
Más específicamente, puede ser leído en contraste con esas derivas: aunque embrionaria, incompleta, y nunca desarrollada por su autor, la intervención de Enzensberger hace presión efectiva contra los llamados a la incomunicabilidad o al vaciamiento del lenguaje que se formulan o se sugieren como opción radical en la obra de muchos pensadores postestructuralistas, posmodernos y postmarxistas. Como mínimo, nos recuerda que, por muy seductora o interesante que sea, o por muy adecuada que parezca para una determinada época, una teoría crítica no es equivalente a una teoría revolucionaria, y que esta última es necesaria para una intervención propiamente política desde el socialismo.
La segunda consideración tiene que ver con las condiciones materiales en las que opera la “industria de la conciencia” en esta etapa del desarrollo de la civilización del capital, significativamente distintas a las que Enzensberger daba por sentadas en 1970. En particular, tiene que ver con las sustantivas transformaciones que se han dado en la estructura y las delimitaciones de la esfera pública.
En su postfacio, García Liendo observa con agudeza que Juego para armar es, entre otras cosas, una entrada en el debate sobre la esfera pública en curso en esos años en Alemania, y que ejerce una clara aunque velada crítica de las posturas esencialmente demoliberales de Jürgen Habermas. García Liendo apunta que la intervención de Enzensberger, a su modo y en sus términos, se alinea con los cuestionamientos que poco después harían Negt y Kluge en Esfera pública y experiencia, en el sentido de que un reconocimiento del trabajo como experiencia organizadora del mundo de la vida podría conducir a la construcción de una esfera pública proletaria, disipando la fantasmagoría de la esfera pública burguesa como universal o neutra.
Aun así, la teoría de los medios que Juego para armar sugiere presupone un carácter efectivamente público para el terreno de la disputa comunicacional y lo imagina imposible de someter a un control absoluto, y eso es algo que las mediaciones electrónicas con las que hay convivimos no nos permiten. Nuestros medios electrónicos de diseminación comunicacional no solo son susceptibles de niveles de control inconcebibles en 1970; son ellos mismos mecanismos de vigilancia y condicionamiento para los que no hay realmente ningún afuera en la vida social.
Y no son públicos en ningún sentido genuino del término: sus mismísimas materialidades —sus redes y sus nubes, sus granjas de servidores, sus cables de conexión, sus algoritmos y sus inteligencias artificiales— son propiedad privada. Son assets. Son formas concretas de capital en continuo trámite de valorización, operativas a la reproducción del sistema. Ninguna contra será realmente viable mientras el dueño de esa esfera no pública pueda desaparecerla apretando un botón.
¿Lo anterior condena Juego para armar a la obsolescencia? Yo no lo creo. Al contrario, creo que hace su reclamo más urgente que nunca, aunque para responder a él sea necesario reformular y reelaborar muchos de sus términos. Ese reclamo es el de una intervención socialista en el espacio mediático: una intervención revolucionaria en el sentido político tanto como el estético, que opere en ambos planos al mismo tiempo sin confundir sus valencias y que se mueva hacia su socialización como fuerza productiva. Solo así se liberarán los medios en pos de una comunicación emancipada, dijo Enzensberger. Los tiempos ciertamente han cambiado, pero esa necesidad sigue viva.













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