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El Tercer Estado rompe con el rey y exige una Constitución para Francia



(Versalles, 1789) En un hecho que ya está siendo calificado como uno de los actos más audaces de insubordinación política en la historia reciente de Francia, los diputados del Tercer Estado —los representantes del pueblo llano en los Estados Generales— han tomado una decisión que podría cambiar el rumbo de la nación: han jurado no disolverse hasta redactar una Constitución que limite el poder absoluto del monarca y establezca un nuevo orden político basado en la soberanía nacional.


El juramento, que tuvo lugar esta mañana en una improvisada sede —una sala cubierta destinada al juego de pelota (jeu de paume), ubicada en las cercanías del Palacio de Versalles—, fue una respuesta directa al cierre sorpresivo del salón real donde venían sesionando los Estados Generales desde mayo. Según fuentes próximas a los diputados, el acceso al Salón Menor fue impedido por órdenes provenientes de la corte, lo que muchos interpretaron como una tentativa del monarca Luis XVI para frenar el avance del Tercer Estado, que desde el 17 de junio se había proclamado unilateralmente Asamblea Nacional.


Un gesto que desafía siglos de absolutismo


La reunión en la sala del Jeu de Paume fue encabezada por Jean-Sylvain Bailly, astrónomo, intelectual ilustrado y presidente electo de la Asamblea. Allí, ante la mirada de cientos de presentes —entre diputados, asistentes y testigos—, Bailly leyó el texto del compromiso, y uno a uno, los 576 representantes presentes levantaron su mano derecha y juraron solemnemente no separarse hasta haber otorgado a Francia una Constitución.


La escena fue de una intensidad pocas veces vista: sin bandera, sin ejército, sin respaldo institucional, los diputados declararon que el poder emana de la nación, no del rey, rompiendo así simbólicamente con el principio del derecho divino que había sostenido la monarquía absoluta desde los tiempos de Luis XIV.


El acto no fue sólo simbólico. Fue profundamente político. “No estamos aquí por privilegio real, sino por mandato del pueblo”, declaró uno de los diputados, mientras que otro pronunció una frase que ya circula en panfletos y hojas clandestinas: “Estamos aquí por la voluntad general, y sólo las bayonetas nos sacarán”.


El contexto: hambre, crisis y presión social


Este acto se produce en medio de una profunda crisis económica y fiscal que afecta a toda Francia. Los precios del pan han alcanzado niveles insoportables, las cosechas recientes han sido malas, y el desempleo crece en las ciudades. La deuda del Estado, agravada por los gastos militares en la Guerra de Independencia de Estados Unidos y por la ineficiencia de la administración real, ha dejado las arcas vacías.


La convocatoria a los Estados Generales, realizada por el propio Luis XVI en mayo tras 175 años de inactividad, fue en un principio una válvula de escape ante la presión social. Sin embargo, lejos de calmar los ánimos, la reunión reveló las profundas divisiones del reino: el clero (Primer Estado) y la nobleza (Segundo Estado) se negaron a votar por cabeza, lo que dejaba al Tercer Estado siempre en minoría, pese a representar al 96% de la población.

La frustración ante esta injusticia llevó al Tercer Estado a actuar por su cuenta, proclamándose Asamblea Nacional y declarando que sólo ellos representaban verdaderamente al pueblo francés.


¿Un punto de no retorno?


Las consecuencias políticas de este juramento podrían ser incalculables. Aunque no se han registrado incidentes violentos, se han observado movimientos de tropas en las cercanías de Versalles, y hay rumores de que el rey podría disolver la Asamblea por la fuerza. Sin embargo, se ha sabido que algunos miembros del clero —como el abad Henri Grégoire— y unos pocos nobles reformistas también han comenzado a unirse a la Asamblea Nacional, desafiando los dictados de su propio orden.


Mientras tanto, en París, el clima es de expectación. Cafés, imprentas y plazas están colmadas de ciudadanos discutiendo los acontecimientos de Versalles. Se habla ya de un “nuevo contrato social” y de la caída inminente del sistema de privilegios que ha gobernado Francia por siglos.


El filósofo Jean-Jacques Rousseau, fallecido hace más de una década, es citado con frecuencia en los discursos improvisados: “El pueblo es soberano por derecho natural”. Hoy, esa idea parece haber cobrado cuerpo en una sala deportiva donde, en vez de pelotas, volaron palabras que podrían detonar una revolución.


La voz del pueblo, desde una cancha de juego


El Juramento del Juego de Pelota, como ya se lo comienza a llamar, representa más que un acto de resistencia. Es una afirmación contundente de que la legitimidad política no está en la sangre, sino en la voluntad colectiva. En ese pequeño espacio cerrado, rodeado de muros pero no de miedo, los diputados han plantado una semilla que amenaza con crecer fuera del control de palacio.


Por ahora, la Asamblea Nacional permanece unida. El rey aún no ha reaccionado oficialmente. Pero en cada rincón del reino ya se percibe que algo irreversible ha comenzado.


Y si este día es recordado, no será por un decreto real, sino por el juramento de cientos de hombres decididos a transformar Francia desde el suelo, sin corona ni permiso.

 

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