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El sol de Lima


Fotografía: Adrián Portugal
Fotografía: Adrián Portugal


La galería Venancio Shinki, del ICPNA de Miraflores (al final de la excelente retrospectiva de la obra de Miguel Aguirre) está ofreciendo una de las mejores muestras del año que va hasta el 12 de octubre. Notablemente curada por Juan Enrique Bedoya, “El sol de Lima: imágenes del verano popular (1978-2015)”, es una colectiva que reúne el trabajo de varios fotógrafos peruanos agrupados por un tema común: aquello que sucede en esta ciudad durante los pocos meses del calor: el registro del descanso, de la alegría, de esa poquísima, pero intensa libertad que los limeños experimentamos al bajar los fines de semana a la costa verde desde agua dulce y barranquito hasta el final.  


La exposición debe destacarse por muchas razones: por su visión histórica sobre la evolución de la ciudad, por una finísima recolección de objetos (a lo “ready made”) propios de las playas limeñas, por la muestra de distintos tipos de registros técnicos del trabajo fotográfico y, sobre todo, por la cantidad de ecos que las imágenes suscitan en el visitante.  



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¿Qué vemos en la muestra? En primer plano, la historia de la ciudad condensada en un pequeño lugar. De la llamada “Republica Aristocrática” al famoso “Desborde popular”. La exposición comienza mostrando la reproducción de un óleo de 1843 sobre la costa verde y termina con fotografías tomadas hace poco, en pleno siglo XXI.  


                                      


Juan Mauricio Rugendas. Baños de chorrillos. Óleo sobre tela, 1843
Juan Mauricio Rugendas. Baños de chorrillos. Óleo sobre tela, 1843


En el recorrido también vemos una pequeña parte de la historia de la fotografía peruana: su opción realista, su voluntad etnográfica, su experimentación formal, su permanente opción poética, su lirismo lúdico, su juego entre lo propio y lo ajeno, su asombro ante una realidad tan heterogénea y tan compleja (que identifica y desidentifica a la vez) frente a la cual uno nunca sabe bien qué posición tomar.


                Fotografías: Juan Enrique Bedoya                             
                Fotografías: Juan Enrique Bedoya                             


Hay algo, sin embargo, que se impone en este recorrido. Esta exposición no puede entenderse sin todo lo que está “fuera de campo”, vale decir, sin aquello que no se muestra. Lo que quiero proponer es que lo que sucede los fines de semana en las playas de agua dulce no es otra cosa que el negativo de lo que ocurre durante la dura semana de trabajo: la pura sobrevivencia, la precariedad, la permanente explotación laboral, la injusticia, la trágica frustración ante un país sin rumbo y cada vez más deteriorado: ese miedo, esa indignación y ese dolor que, fuera de la costa verde, sentimos todos los días. 


Estas playas de Lima aparecen entonces como aquel lugar (mínimo en tiempo y espacio) donde, más allá de los poderes existentes, los ciudadanos recuperamos algo de libertad, algo de autonomía, pero también donde nos reencontramos con la comunidad plena (con el “ser genérico”, diría Marx) y donde, por lo mismo, nos sentimos parte de algo mayor –una intensidad humana- que ya no está guiada por la competencia salvaje ni por el interés narciso.


Fotografía: Mariel Vidal
Fotografía: Mariel Vidal

                     

Fotografía: Susana Pastor
Fotografía: Susana Pastor
Fotografía: Susana Pastor
Fotografía: Susana Pastor



Hay, sin embargo, algo más. Otra imagen de la vida se hace presente en las playas de Lima. En estas fotografías aparece una radical escenificación de las dinámicas del deseo, porque, aunque efectivamente las playas sean un lugar para reencontrarnos con algo profundamente auténtico —más allá de la profunda alienación que produce el mercado neoliberal (que no es, como muchos creen, un espacio de “libertad” y “desarrollo”)—, lo cierto es que, curiosamente, esas mismas playas necesitan además de “otra cosa”. Por ello, muchos bañistas buscan tomarse fotos junto a deslumbrantes imágenes de cruceros en el Caribe, con cataratas selváticas o con paraísos artificiales siempre cargados de pura fantasía.



 

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Fotografías: Adrián Portugal

                                                                      

¿Cuál es, entonces, la verdadera realidad de lo humano? Lo maravilloso que esta muestra pone en escena es que la profunda materialidad de la vida —el mar fresco, el sol radiante, la arena caliente— tampoco parece ser suficiente. Los limeños —los seres humanos, en general— no podemos dejar de movernos, siempre, hacia otro lugar lejano: el del deseo, el del fantasma, el de lo intensamente soñado. En este caso (ay, lo siento…) se trata del durísimo simulacro posmoderno. Nuestra libertad se ha convertido también en nuestra propia cadena.


Creo que el espacio tan pequeño de esa galería nunca se hizo tan grande y tan intenso. “El sol imaginario de Lima -escribió Luis Loayza hace ya algún tiempo- no disuelve nuestra niebla ni entibia el aire de los días grises”. En el medio de un tremendo deterioro social, estas fotografías muestran lo que somos, lo que nos hemos vuelto, lo que queremos ser, lo que agónicamente no podemos ser. Una exposición estremecedora, profundamente entrañable para quienes continuamos viviendo en esta ciudad.


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