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He querido esperar un tiempo desde la muerte de Fujimori para escribir sobre él y su significado para la historia del Perú.


No creo que haya duda respecto de la importancia que ha tenido la década de los noventa para los años posteriores, pero considero conveniente profundizar sobre los méritos que corresponde asignar al propio Fujimori. 


Como he afirmado en varias ocasiones, considero importante recordar que Fujimori hizo exactamente lo contrario de lo que prometió durante su campaña electoral. Para muchas personas, esto puede parecer irrelevante, pero, más allá del simple incumplimiento, para mí demuestra que era un improvisado, tomando decisiones sobre la marcha. Esto, en sí mismo, no siempre es negativo, pero en su caso fue determinante.


Si analizamos el comportamiento del entonces presidente durante los dos primeros años de su gobierno (antes del 5 de abril de 1992), observaremos que buscó constantemente la confrontación con el Congreso y rechazó los intentos de diálogo. Un ejemplo claro es aquel episodio en el que fingió estar dormido para evitar una conversación con Felipe Osterling, entonces presidente del Senado, mientras viajaban en avión.


Estoy convencido de que el autogolpe fue planificado desde el inicio de su gobierno, y no por Fujimori, sino por quien realmente gobernó en gran parte de esa década: Vladimiro Montesinos. Montesinos ‘capturó’ a Fujimori poco antes de su elección, resolviendo sus problemas legales, entre los que probablemente se encontraba su cuestionada nacionalidad.


Es cierto que durante ese gobierno ocurrieron cosas positivas para el Perú, pero pocas fueron mérito directo de Fujimori. El mayor logro —la derrota del terrorismo— fue, en realidad, fruto del trabajo de inteligencia del GEIN (Grupo Especial de Inteligencia), creado a fines del gobierno anterior y que no recibió un apoyo significativo del nuevo régimen. De hecho, Fujimori estaba pescando en Iquitos cuando ocurrió la captura de Abimael Guzmán.


La confidencialidad con la que operó el GEIN tenía mucho sentido, especialmente si recordamos que una operación anterior en Monterrico fracasó porque alguien alertó a los terroristas, quienes escaparon antes de que la Policía pudiera intervenir. Que Fujimori no estuviera al tanto permitió que la captura de Guzmán se realizara de forma pacífica. Me temo que, de haber sabido con antelación, Fujimori habría ordenado una operación en la que simularan resistencia para justificar la eliminación de Guzmán. Sus declaraciones posteriores, incluso, revelaron que creía posible aplicar retroactivamente la pena de muerte si lograba que el Congreso la aprobara.


Otro logro importante fue la liberalización de la economía y la reinserción del Perú en el sistema económico internacional, pero tampoco fue mérito directo de Fujimori. Durante su campaña, prometió lo contrario. Solo aceptó las reformas propuestas por Carlos Boloña debido a la presión de los organismos internacionales y la evidencia de que sus promesas populistas habrían llevado al país al colapso. Además, tenía frente a sí el éxito chileno como modelo y el reciente colapso del bloque comunista tras la caída del Muro de Berlín, que evidenció la corrupción de los gobiernos detrás de la Cortina de Hierro.


Atribuirle a Fujimori todo lo ocurrido durante la década de los noventa implicaría aceptar que todo lo que sucede en un gobierno es mérito exclusivo de quien está a cargo, algo que me parece insostenible.


Alguien me contraargumentó una vez que, si no aceptaba sus logros, tampoco debería atribuirle sus desaciertos. Sin embargo, esta postura es maniquea: o todo es bueno, o todo es malo. La realidad es mucho más compleja y requiere un análisis independiente de cada aspecto. Por ejemplo, las violaciones a los derechos humanos son imposibles de desvincular de Fujimori, quien incluso promovió una amnistía para algunos de los responsables.


Si bien Fujimori era un hombre astuto y llegó a ser rector de la Universidad Agraria, en política era un novato. Montesinos, en cambio, era un verdadero Maquiavelo desde joven: amoral, sin escrúpulos y obsesionado con el poder.


Resulta hasta irónico escuchar la tesis de que Fujimori debería haber prescindido de Montesinos, como sostiene Keiko Fujimori. La verdad es que Fujimori no habría podido gobernar sin él. Montesinos inclinó la cancha a su favor, bloqueó a sus opositores, los chantajeó, compró congresistas y eliminó a sus contendores políticos. Pero, como siempre ocurre, el poder los corrompió, y ambos llegaron a creerse dioses capaces de hacer cualquier cosa.


Un área en la que Fujimori sí tuvo mayor participación fue la firma de la paz con Ecuador. Aunque la Cancillería ya había avanzado gran parte del trabajo, el presidente asumió el protagonismo necesario y lo hizo bien.


No cabe duda de que esa década sentó las bases del modelo económico que luego desarrollaron los gobiernos posteriores. Sin embargo, esto no fue mérito del presidente, quien, según diversas fuentes, se opuso reiteradamente a las privatizaciones, mostrando cuál era su verdadera ideología.


En resumen, Fujimori y Montesinos se necesitaban mutuamente. Probablemente, Fujimori era el títere y Montesinos el titiritero, aunque este último tuvo la habilidad de hacerle creer al presidente que era él quien mandaba.


Un aspecto positivo del caso Fujimori es que ha demostrado que en el Perú los expresidentes pueden ser sancionados y terminar en prisión. Tras un juicio justo y transparente, con observadores internacionales, se le condenó por delitos de corrupción y violaciones a los derechos humanos. Quienes critican la figura de la autoría mediata, alegando que carece de fundamento, deben recordar que esta doctrina fue clave en los juicios de Núremberg y ha sido aceptada internacionalmente para condenar a altos mandos que, por su posición, no dejan órdenes directas por escrito.


La crítica a la autoría mediata suele buscar exculpar a Fujimori, olvidando que también fue condenado por corrupción, un cargo al que se allanó en el proceso por el pago de quince millones de soles a Montesinos.


Es cierto que las instituciones peruanas eran frágiles cuando Fujimori llegó al poder, pero él destrozó lo poco que quedaba, sometiendo a sus opositores con métodos viles. La prensa amarilla y la compra de conciencias sirvieron para cooptar a muchos y sumergirlos en actos delictivos, incluso filmados para ser usados como medio de extorsión.


El fujimorato no solo destruyó la endeble institucionalidad peruana, sino que corrompió al país moralmente. Este daño, aunque menos visible que las mejoras económicas, fue profundo y peligroso. Todavía hoy seguimos pagando las consecuencias. De alguna forma, legitimó la frase: "Roba, pero hace obra".


Estas son, a mi parecer, las razones más importantes del antifujimorismo. No se trata únicamente de una oposición al neoliberalismo, como algunos sostienen. Buena parte de los antifujimoristas no son de izquierda; creen en el respeto a los derechos humanos, la democracia, la institucionalidad y la ética.


Algo que me da esperanza es que la situación actual de descalabro moral y político se asemeja, en cierta medida, al final del fujimorismo. En aquel entonces tampoco se veía luz al final del túnel, y sin embargo, llegó un amanecer democrático. Ojalá estemos cerca de algo similar.

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