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Derecha sin coartada


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Era previsible que la derecha se deshiciera de Dina Boluarte como quien se deshace de unos guantes ensangrentados incriminatorios. Y era previsible que aprovechase un momento de convulsión social para desmarcarse de quien solo sería un lastre en el inicio de la carrera electoral. Nadie quería cargar con el muerto a menos de seis meses de las elecciones presidenciales ni ser percibido como parte de la coalición gobernante que sostuvo a la mandataria más impopular del mundo.


Lo de la inseguridad, por supuesto, fue solo una coartada, ya que la señora que iba Palacio tenía medio centenar de esqueletos en el armario como motivo suficiente para haber sido vacada en el 2023. Lo que resulta curioso es que la derecha se haya decidido por este enroque político sin haber resuelto el tema de la candidatura única para el 2026. A menos que el plan sea que Rafael López Aliaga y Keiko Fujimori pasen a una segunda vuelta, bloqueando cualquier opción para las candidaturas de centro y de izquierda.


La derecha, que se asustó con el repudio que vivió el precandidato Phillip Butters en Juliaca, ha calculado que le tomará unos meses de campaña limpiarse del “estigma Boluarte”, amparándose en la idea de que en Perú, en época de polarización, todo se olvida y perdona. Pero la realidad le puede ser crudamente adversa, ahora que se constata que el plan B siempre fue dejar a uno de los suyos como presidente de transición. José Jerí, un político anodino y cuestionado, acaba de estrenar un gabinete conservador, terruqueador y hecho de paja (bautizado con sabiduría en las redes sociales como la “bancada Willax”).


Jerí es la casualidad hecha tragedia. Lo ideal –y utópico– hubiese sido que la coalición gobernante le cediese la mesa directiva a la oposición y así tener un presidente o presidenta de entre los congresistas menos manchados. Pero eso no estaba en los planes de esta derecha que necesita mantener el poder para afianzar sus ofensivas anticonstitucionales. Esto, a menos que las protestas (como la marcha del 15 de octubre) cambien los escenarios. Luego de la primera muerte por represión policial de este gobierno, a estas alturas no sabemos si dentro de un par de semana estrenaremos nuevo presidente.


El repudio contra quienes extorsionan al Perú y erosionan la democracia desde sus curules no se supera con táperes ni trenes fantasmas, lo sabemos. El partido Fuerza Popular ha asegurado que no tendrá nada que ver con el Ejecutivo ni tendrá protagonismo en el Legislativo hasta el 2026. El asunto es que el congresista naranja Fernando Rospigliosi, presidiendo o no la mesa directiva, será la voz cantante de facto de un Congreso que aún nos toca padecer por medio año y que de seguro buscará el control de las entidades electorales. 


Los que siempre pierden las elecciones y denuncian fraude ahora tendrán el poder de confabular a media luz mientras los reflectores se distraen con los miles de candidatos que intentarán ser los nuevos dirigentes del país. La derecha sabe que si la presidencia le es esquiva siempre le quedará el senado y la cámara de diputados, que constituirán la entidad más poderosa. Los presidentes en Perú, como bien apunta la prensa internacional, son como equilibristas sobre un pozo de lagartos. Todo el poder radicará ahora en la mayoría parlamentaria y en las bancadas que se alquilen a cambio de una cuota de empleos en los ministerios. Por lo que resulta vital elegir a gente nueva que no esté ligada a las mafias tradicionales.


Tomando nota de las reacciones ciudadanas, la caída de Boluarte se tomó como un hecho casi intrascendente, el final más previsible de la novela. Cómo habrá sido de minúscula y frívola la señora que no hubo pena, pero tampoco celebración; solo la sensación de que esa costra que nos picaba en la piel se cayó sola durante la noche.

 

La señora Boluarte le hizo demasiado daño al Perú al instaurar la política de la represión impune. En algún momento creyó que sería aceptada por el club de los grandes grupos económicos porque ella había hecho el trabajo sucio por ellos, por lo que creyó que la adoptarían y blindarían como una de los suyos. Pero siempre fue la mucama de los intermediarios, la doña que se probaba las joyas de los patrones mientras estos salían de casa, la emprendedora que se arregló el rostro para salir mejor en las fotos que la recordarían como “la dama de hierro” peruana. La derecha siempre la detestó y la consideró una advenediza, y solo la mantuvo por su sangre fría a la hora de reprimir al pueblo, y porque necesitaban a alguien que sostuviese la farsa de la gobernabilidad. 


Ahora que la derecha ya no tiene la coartada de Boluarte y necesita convencer a los electores de sus “bondades democráticas”, ¿qué leyes populistas aprobará? Ahora que la mayoría congresal fingirá ser oposición, ¿qué discurso ensayará para convencer, por ejemplo, a las provincias del sur y a los jóvenes? ¿Cómo conciliará la derecha los discursos “de cambio” de sus candidatos con la actitud mafiosa de sus congresistas?


La única certeza que tenemos por ahora es que no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista callado. 



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