Esto fue lo que le pasó a Hawái
- Redacción El Salmón

- hace 20 horas
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Ella se ve bonita, aunque a vece' le vaya mal. En los ojos, una sonrisa aguantándose llorar.
Cuando Bad Bunny canta “esto fue lo que le pasó a Hawái”, no está improvisando una metáfora caribeña. Está activando un eco histórico que, para quien conoce el pasado del archipiélago, suena como advertencia. Hawái no siempre fue un paraíso turístico ni un set de postales con playas perfectas. Fue un reino soberano, un Estado reconocido internacionalmente, hasta que la intervención económica, empresarial y militar de Estados Unidos lo transformó primero en un territorio tomado y, luego, en un estado que nació sobre la negación del pueblo nativo. La frase funciona porque toca una herida real: Hawái fue despojado de su soberanía.
Un reino que existió antes de la postal
Antes de los resorts, antes del “aloha” convertido en marca comercial, existió un reino unificado por Kamehameha I en 1810. Tenía moneda, embajadas, tratados y legitimidad internacional. Era un país en sentido pleno: con monarcas, leyes, relaciones diplomáticas y una cultura política propia. Pero la llegada masiva de misioneros protestantes, comerciantes y empresarios estadounidenses alteró todo el equilibrio.
Junto a ellos llegaron enfermedades contra las que los hawaianos no tenían defensas. La población nativa cayó drásticamente. Y esa disminución abrió la puerta para un proceso de intervención económica y política cada vez más profunda.
El azúcar que endulzó fortunas y amargó un reino
Desde la década de 1870, la industria azucarera —dirigida por empresarios estadounidenses— se convirtió en el verdadero poder del archipiélago. La economía local quedó subordinada a los intereses de plantadores que dependían del mercado estadounidense. El Tratado de Reciprocidad de 1875, que eliminó aranceles para el azúcar hawaiano, generó enormes beneficios para ellos y aumentó su capacidad de influencia política.
Ese poder se volvió decisivo en 1887, cuando un grupo de plantadores organizó una presión armada contra el rey Kalākaua. Lo obligaron a firmar la llamada “Bayonet Constitution”: una constitución redactada para quitar poder a la monarquía y transferirlo a la élite blanca extranjera. Fue una constitución impuesta bajo amenaza literal de bayonetas.
La reina que quiso restaurar la democracia
En 1891 asumió la reina Liliʻuokalani. Intentó devolver al pueblo hawaiano su soberanía mediante una nueva constitución. Su iniciativa fue considerada intolerable por los empresarios y por el gobierno estadounidense, que veía en Hawái un punto estratégico en el Pacífico.
En enero de 1893, con apoyo explícito del ministro estadounidense en Honolulu y con marines desplegados desde el USS Boston, los plantadores ejecutaron un golpe de Estado. La presencia de soldados estadounidenses otorgó al golpe una cobertura militar decisiva. La reina se rindió temporalmente para evitar un baño de sangre, confiando en que Estados Unidos restauraría el orden constitucional. Nunca ocurrió.
Los golpistas crearon la República de Hawái en 1894, presidida por Sanford B. Dole, empresario azucarero sin ninguna relación con la monarquía hawaiana. El nuevo régimen era rechazado por la mayoría del pueblo nativo, que organizó peticiones, protestas y delegaciones diplomáticas. Pero el poder militar y económico estaba en manos de las élites blancas.
La anexión era cuestión de tiempo: Estados Unidos la ejecutó en 1898, durante la Guerra Hispano-Estadounidense, por su enorme valor estratégico. El Congreso tomó la decisión sin referéndum, sin consulta popular y sin participación del pueblo hawaiano. Fue un acto unilateral.
Con la anexión comenzó un proceso de despojo que duraría décadas. La tierra pasó a manos del ejército y del gobierno federal. Pearl Harbor se convirtió en una de las bases más grandes del Pacífico. El idioma hawaiano fue prohibido en las escuelas desde 1896, y solo volvió a enseñarse oficialmente casi un siglo después. Muchas familias perdieron tierras debido a impuestos, deudas o compras forzadas, quedando marginadas en su propio territorio.
El turismo, que despegó con fuerza desde mediados del siglo XX, terminó por convertir el archipiélago en una economía dependiente de visitantes, corporaciones hoteleras y megaproyectos inmobiliarios. El “aloha” dejó de ser parte de una vivencia cultural y se transformó en producto de exportación.
El estado número 50 y la herida que no cierra
En 1959, Hawái se convirtió en el estado número 50 de Estados Unidos. Para algunos fue un símbolo de progreso; para otros, una confirmación de que el despojo original nunca sería reparado. La mayoría de hawaianos nativos no votó a favor de la anexión ni de esa integración definitiva.La identidad cultural nativa pasó de ser perseguida a ser folklorizada. Y el problema de fondo —la pérdida de soberanía y de tierra— nunca tuvo solución estructural.
En las últimas décadas, la presión turística y la llegada de inversores externos han disparado el costo de vida al punto de que muchas familias nativas ya no pueden vivir en su propia tierra. La vivienda se ha vuelto inaccesible. La desigualdad se ha profundizado. Y la crisis ambiental —incluyendo el devastador incendio de Maui en 2023— ha demostrado lo frágil que es el modelo económico impuesto desde hace más de un siglo.
Para amplios sectores del pueblo hawaiano, el incendio no fue solo una tragedia natural, sino también resultado de decisiones políticas y económicas que priorizaron el negocio y no el territorio.
Entonces, ¿qué fue lo que le pasó a Hawái?
Le pasó que era un reino soberano y fue derrocado por intereses económicos estadounidenses.Le pasó que fue anexado sin consulta, que perdió su idioma, que perdió sus tierras, que perdió su capacidad de decidir su propio destino.Le pasó que se convirtió en un producto turístico antes que en un país.Le pasó que, hasta hoy, sigue luchando por su identidad.
Eso es lo que late detrás de aquella frase de la canción: una historia completa de un pueblo que existió, que resistió y que aún busca ser escuchado.













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