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De Chiclayo al mundo. La compleja sociedad norteña del sacerdote Prevost




Esta elección Papal ha sido sorprendente por la energía mediática producida y, para quien lo ha seguido, que hemos sido muchos, creyentes y no creyentes, ha sido como un respiro de tranquilidad en un mundo crecientemente violento, segregador y empobrecido de humanidad -que no solo de dinero (que también).


Independiente de los juegos de poder y que, como dijo Pedro Salinas, el Espíritu Santo tiene que haber estado detrás de la elección de este Papa, que saltó de una ciudad norteña al mundo. Pero la riqueza cultural va más allá de la comida peruana y se funda en el encuentro- desencuentro de una gran riqueza: desde un territorio donde todas las sangres se encuentran, si seguimos a Arguedas, hasta un espacio donde todos los tiempos sociales y tipos de sociedad se realizan (desde los neolíticos no contactados hasta los verdes y azules milenials en el recientemente establecido Antropoceno). Una geografía muy distinta que sustenta una gran variedad de sociedades y culturas. Somos una suerte de tubo de ensayo de los procesos del planeta.


A diferencia del sur peruano, en que los espacios están distinta y separadamente vinculados, el norte es una unidad plena de diferencias y diversidades. Quien llegue a Piura, de todos modos, terminará en Trujillo, señora y cabeza de los reinos del norte del Perú tras pasar -en este caso quedarse- por Chiclayo y por supuesto, las zonas de sierra: Cajamarca, la ceja de selva oriental y hasta el sur del Ecuador, Loja y Cuenca. Es el espacio vigente del norte peruano y Prevost naturalmente lo vivió; bastaría escarbar un poco en su pasado peruano para corroborarlo.


Un espacio norteño humanamente muy particular: comunidades de costa identificables como “indígenas” en un sentido tradicional, pero que, por la sierra, se convierten en indios blancos y hasta pelirrojos; que se comunalizaron al decir del antropólogo A. Diez y cuyos vínculos constitutivos los relaciona, menos con la costa que suele ser la percepción nacional, sino sobre todo con la ceja de selva; así desde Namballe, San Ignacio y Jaén en el extremo norte hasta casi Huánuco, los campesinos serranos tienen vínculos con la selva. Un fenómeno que falta aún por estudiar pues los “indios” se escapan a lo que solemos pensar como tales y tampoco calzan con lo que hoy se tipifica como nativo.


Además, como se ha dicho, la región norte del Perú es un espacio de encuentro- desencuentro históricamente constante pues siempre tiene un pensamiento de vanguardia y, a la vez, uno totalmente conservador. Pensamientos que se juntan y conviven políticamente hablando, generando una interesante armonía de las desigualdades si nos aprovechamos de un título de la historiadora M.Irurozqui. En el norte del Perú todavía está vigente ese pensamiento conservador que desenvolvieran los otrora Barones del Azúcar y otros señores hacendados, pero también se encuentra un pensamiento socialmente de avanzada; no en vano, del norte son Hildebrando Castro Pozo y Luciano Castillo. Por cierto, los primeros, los señores, son ahora sobre todo una realidad económica, pero sus percepciones sociopolíticas se articulan con un catolicismo más bien conservador y pujante que es aceptado por todos en general, por aquellos no señores.


Estos últimos, actores sociales diversos que entretejen su pensar desde una visión que rescata a los sectores populares, que anclan en esos antiguos discursos sobre los indios y sobre el mundo obrero y que se expresa en un sentido catolicismo popular y de rescate del pobre.


Que los extranjeros están entretejidos en la realidad cultural norteña, es una verdad de Perogrullo. Baste pensar en las posturas que los diferentes actores sociales desarrollaron sobre Talara, la ciudad campamento por excelencia en el decir de la socióloga E.Aranda. Un enclave con muchos a favor y muchos otros en contra; todos los norteños aprendieron a relacionarse con los gringos y con el imaginario que ellos suponen en torno al poder.


Recordemos que hay dos tipos de gringos. Uno, biológico, sin escapatoria porque es blanco, colorado y de ojos claros -que no zarcos que es lo normal entre los norteños blancos y serranos- y otro, social, refiriéndose al que, siendo extranjero a la zona, es percibido siempre somo foráneo, que se mantiene en los márgenes de un grupo humano y que, por lo general, poco tiene que ver con la biología o el lugar de nacimiento: ingenieros, maestros, antropólogos, economistas… Si, hay muchos gringos que pasan y están en el norte, pero cuyo corazón ni fue dado ni aceptado como norteño. Pero no fue el caso del padre Roberto (que no Robert) que, como es típico del Ande norteño peruano, fue “adoptado” por las comunidades del norte e incorporado como uno más al mundo social chiclayano y norteño, uno más en las comunidades, en las familias, en el grupo. Y es visible que no sólo es de la comunidad hacia Prevost sino desde éste hacia con ellos; no es la razón, es el corazón.


Un gringo como tantos otros entre los de arriba; como puede ser el abuelo francés, el bisabuelo alemán, el primo inglés y el pariente norteamericano. Su aspecto es tan semejante al norteño de clase alta que no causa resquemor en ningún sentido; es uno más. Además, es cura, un agustino, una orden muy presente en Chiclayo que no es batalladora como los jesuitas o demasiado abierta la pobreza como los franciscanos; es un padrecito y solo eso bastaría para difuminar cualquier diferencia. Lo sagrado y el respeto a la investidura eclesial unifica el comportamiento de los de arriba y los de abajo, así unos sean hiper conservadores y otros en la otra línea; los progresistas -si vemos la desesperación por tipificarlos puesto que no son teólogos de la liberación. Un sacerdote con un tipo humano tan de los de arriba y con un corazón tan popular: una situación perfectamente natural para todos.


Finalmente, el creciente nivel de violencia social. Si la migración es punto hoy de agenda mundial, el norte es una realidad migrante total. Con la conquista, llegaron grupos humanos distintos: peninsulares españoles que escondían una gran diversidad cultural, árabes y sobre todo, negros que se suman a la diversidad étnica aquí existente oculta bajo el término “indio”. Todas las sangres, como hemos dicho, que se convierten en criollos; indios, negros, mestizos y mulatos reinventados histórica y socialmente a los que se sumaron cantidad de chinos, franceses, alemanes, algunos ingleses y muchos japoneses a lo largo del siglo XIX con la construcción del sistema industrial, liberal y democrático. Que también supone lidiar con gente nativa local que mantienen sus tiempos sociales y que emergen en este momento de cambio: los jíbaros, los awajun, los de Bagua, los ariscos jaenos y ayabaquinos, las combativas comunidades de la sierra norteña en general;  los mundos urbanos de los caseríos que buscan ser ciudad y de las ciudades, polo de atracción económica por la riqueza minera, industrial, mercantil y sobre todo de intercambios agrícolas; todos en tránsito de la modernidad -no importa que no haya sido lograda- al antropoceno y a la defensa de la naturaleza en diferentes niveles y con diferente sustrato socio-mental.


En el tránsito de época por el agotamiento de un sistema y el surgimiento difuso de uno nuevo, la violencia se incrementa; la sola migración no voluntaria es de por sí una gran violencia que se combina con la degradación lenta y continua de las formas de vida de los que se quedan. Como consecuencia, la criminalidad se dispara y el norte responde socialmente a su manera: como con la fundación temprana de la república, cuando se tuvo que enfrentar un norte independentista donde lo común no fueron las batallas sino el contrabando y la ilegalidad mercantil que socavó activamente el sistema virreinal. Hoy el norte responde al proceso de cambio con una violencia cualitativamente diferente a las protestas del sur. El sicariato, particularmente juvenil, se entremezcla con el panorama violento de plantaciones de amapolas y producción artesanal de coca que sale desde la ceja de selva a la costa; con mineros ilegales insertos en redes globales de explotación ilegítima que se abren al tráfico de tierras y a la trata de humanos.  Para bien y para mal, el norte tiene dinero y tiene recursos, así como tiene una gran fe.


En el marco de esta creciente violencia, la vida cotidiana se desenvuelve. ¿Cuántas veces habrá subido Monseñor a la Cruz de Motupe? ¿Habrá visitado las Huaringas y se habrá bañado en sus lagunas? De hecho que sí visitó al Cautivo de Ayabaca ¿Cuántas veces habrá tenido que lidiar con curanderos y maleros que florecen y hechizan en Salas por ejemplo? ¿Habrá compartido con sus fieles y amigos en picanterías, con clarito y chicha de jora? Pero también debe haber participado de grandes fiestas y fastuosos ágapes como realizan los importantes norteños y con ello, debe haber compartido de tú a vos, sus experiencias de y en Europa, Estados Unidos y otros países que los norteños visitan. Porque en el norte del Perú se aprende a lidiar con una aparente homogeneidad que encubre una gama inmensa de diferencias, distinciones y sobre todo de humana diversidad. Un entrenamiento muy interesante si luego se actúa en el mundo donde todo lo dicho es perfectamente vigente.

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