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Chepén, la fuerza del Asia en el pasado


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Todos sabemos que los chinos llegaron al Perú en el siglo XIX y que se insertaron rápidamente en la sociedad. Se suele creer que fueron personas pobres, desarraigadas de su tierra, que trabajaron en el guano y en las haciendas de la costa; que su presencia fue escasa y su aporte cultural se limitó a la gastronomía. Es cierto que el Perú —y su culinaria— no serían los mismos sin el chifa, esa fusión maravillosa entre la cocina asiática y la peruana. Pero ese no es, ni de lejos, el aspecto más importante del legado cultural chino en nuestro país.


Por eso resulta tan interesante lo que Miguel Situ demuestra en su libro Indoblegables, laboriosos y perspicaces (PUCP, 2024). Allí presenta una historia que trasciende la imagen de los pobres coolíes y la comida. Basta con reparar en el título para advertir su intención: pese a los racismos y los darwinismos sociales de la época, los hacendados y empresarios locales terminaron reconociendo las virtudes de esta población. Manteniendo su esencia cultural, los migrantes chinos lograron integrarse al Perú, especialmente al norte. Su presencia fue fuerte en Chepén y Chiclayo-Lambayeque, pero también en Piura y Trujillo, desde donde se expandieron —casi en paralelo— hacia el norte chico, Lima y el resto del país.


En realidad, y pese a su relevancia actual, el tema de las migraciones ha sido poco trabajado. Es un punto de reflexión necesario para comprender la historia regional del norte, espacio al que llegaron contingentes humanos de los más variados orígenes (vascos, alemanes, italianos, franceses) como trabajadores en las haciendas. En el caso de los chinos, destacan los estudios de Vilma Derpich, Humberto Rodríguez Pastor, Fernando de Trazegnies, Watt Stewart y, particularmente, Isabelle Lausent. Sin embargo, a diferencia de ellos, Situ —desde sus raíces chepenanas— rescata la historia del chino cotidiano como testigo y partícipe de la política peruana del siglo XIX, ofreciendo una visión distinta a la que el metarrelato histórico nacional construyó sobre este grupo a fines del siglo XIX y durante el XX.


No se trata solo de un fenómeno académico. Fueron hombres que llegaron para trabajar, progresar y emprender —un proceso que hoy continúa, ahora con fuerte protagonismo femenino—. En el pasado, no solo arribaron los famosos coolíes, sino también migrantes chinos dispuestos a invertir y aprovechar la tierra de oportunidades que el Perú representaba en su imaginario. Quizás por eso, en el norte, en zonas como Oyotún —camino a la sierra lambayecana—, todavía existen molinos de arroz instalados por chinos desde el siglo XIX. Hubo quienes llegaron con recursos y con la firme decisión de echar raíces e invertir en estas tierras.


En la región, la gente ayer y hoy se mueve. En una práctica muy común de migración, como señala Martínez-Flener[1] para el caso de los austríacos, todos fueron contratados en sus lugares de orígenes por compañías peruanas que buscaban trabajadores agrícolas; ningún austríaco era realmente campesino y por eso, llegados al Perú, rápidamente abandonaron las tierras y se localizaron en las ciudades. En el caso de los chinos, la situación fue mixta. Hubo agricultores que dinamizaron la producción preexistente de arroz, pero también artesanos y, sobre todo, comerciantes. Muchos de ellos terminaron migrando hacia las ciudades, en particular a Lima. En el fondo, los migrantes compartían una misma condición: provenían de tierras desgarradas por la guerra y la violencia. También compartieron —junto con los propios peruanos— la presión del centralismo y la marcha constante hacia la capital.

Debe considerarse, además, que la migración china fue mayoritariamente masculina; así lo establecían los contratos.


En Chepén, hacia 1874, prácticamente la mitad de los hombres eran chinos que, lenta pero firmemente, se fueron entretejiendo en el tejido social no solo de la ciudad, sino de todo el fértil valle del Jequetepeque. Eran hombres jóvenes que llegaron a trabajar y que se quedaron, no solo por las oportunidades, sino porque muchos formaron familias. Resulta especialmente interesante este punto: en el mundo andino, la familia se organiza en torno a la figura femenina, mientras que en la tradición asiática predomina la estructura patrilineal. ¿Cómo se articularon esas relaciones entre quienes llegaron y quienes ya habitaban el lugar? Solo estudios más profundos podrán responderlo.


Por otro lado, conviene recordar que el norte del país se ha caracterizado históricamente por la fuerza de su comercio. Es posible pensar que este contingente chino contribuyó a impulsar y enriquecer la vocación mercantil de ciudades como Chepén, que —al igual que Chiclayo— destacan por su dinamismo comercial y su función como puerta de entrada hacia la sierra. Basta detenerse en ellas para apreciar la vitalidad de su intercambio económico. En esa visión tan norteña de que “todo se compra y se vende”, la influencia asiática debió desempeñar un papel importante. Como suele ocurrir con los procesos migratorios —y más aún con los inmigrantes—, los chinos que llegaron no tenían mucho que perder, pero sí mucho que ganar. Desde esa acción inicial, y hasta hoy, aún queda mucho por descubrir e investigar sobre su influencia en la vida contemporánea de Chepén y del norte peruano.


Por último, como se ha mencionado, existen estudios e investigaciones previas sobre el tema, pero Miguel Situ los amplía y enriquece con nuevos aportes. Quizás por su doble herencia —china y peruana—, este historiador se atreve a plantear la agencia de los migrantes chinos y el modo en que contribuyeron a institucionalizar prácticas sociales y económicas en el Perú, especialmente en Chepén. No solo lo hace en su libro, sino también desde su lectura de la vida cotidiana que se despliega hoy en esta pequeña ciudad norteña.


Desde el Cheng Lhin Club, fundado en Chepén en 1954 y vigente hasta hoy[2], se encuentra la voluntad de llegar al conjunto social de esa pequeña ciudad en función de lo que siempre fue el club chino, ayuda social -al estilo de los clubes departamentales- pero sobre todo de proyección cultural para el soporte emocional de los migrantes. Hoy en Chepen poco o nada se ve de la cultura china pero el club se reconvierte en un núcleo cultural local que demuestra la voluntad de reinventar esta rica herencia asiática, recuperando la re- institucionalización de la cultura y sus valores y promocionándolos pero bajo una visión más amplia que considera a la región en conjunto.


La historia se convierte en un elemento esencial que no solo caracteriza a los chinos sino a todos, indoblegables frente al destino, laboriosos para lograr la mejora socio-económica, individual si, pero también y sobre todo, local y regional para finalmente, desarrollar el ser perspicaces para lograr entender y asimilarse ya no al Perú al que llegaron en el siglo XIX sino a esa nueva sociedad global que se está construyendo en el mundo y de la que Perú y China forman parte.

 

Muchas de estas relaciones —entre migrantes, con migrantes y entre distintas oleadas migratorias, antiguas y nuevas— están aún por investigarse. Situ contaba cómo, en el Club Chino de Chepén, se reunían destacados dirigentes apristas junto con miembros de la comunidad china interesados en conocer, comprender y nutrirse de las ideas del Partido Kuomintang, cuya dimensión ideológica ha sido analizada por Martín Bergel.[3] Un partido como el APRA, con redes regionales descentralizadas y presencia en múltiples espacios territoriales y sociales, podría —si Situ cumple la promesa de estudiar ese vínculo— revelarse en realidades concretas: nombres, apellidos, tradiciones, familias; en definitiva, en personas detrás de los grandes planteamientos ideológicos. No solo en la comida, sino también en las ideas políticas.


La fuerza de una cultura no se expresa únicamente en su gastronomía —sea china o peruana—, sino en la institucionalidad y los valores que establece a lo largo del tiempo y que terminan por impregnarse en un conjunto social determinado: Chepén, por supuesto, pero también el Perú. Finalmente, este país no sería el mismo sin el chifa, pero sobre todo, no sería igual sin aquel contingente humano que trajo consigo su cultura y la entretejió, enriqueciéndola, con la peruana.


 


[1] Martínez- Flener, Milagros (2008) La esperanza: el establecimiento de una colonia austríaca en el Perú (1929-1932). Dimensões, 20, pp. 143- 164

[3] Bergel, Martín (2025) El instante chino. Haya de la Torre y los orígenes globales del APRA en: Lerner Adrián y Alberto Vergara. Perú global. Explicar el mundo, v.1. Lima: Crítica, Universidad del Pacífico, pp.275-298


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