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¿Puede haber violación sin rastro de ADN? Sí, y acá te lo explicamos


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El archivo del caso del flamante presidente José Enrique Jerí por presunta violación reabrió una vieja grieta entre la justicia, la ciencia y la sociedad: ¿qué ocurre cuando la prueba de ADN no confirma la acusación? La conclusión del Ministerio Público —que las muestras biológicas no coincidían con el perfil genético del parlamentario— bastó para archivar la denuncia. Pero no necesariamente para disipar las dudas. Porque la biología puede ser muda, pero la violencia no siempre deja rastro visible ni genético.


En delitos sexuales, el ADN es una pieza clave, pero no la única. Convertirlo en el único termómetro de la verdad es desconocer cómo ocurren, en la práctica, las agresiones sexuales. Lo que el archivo de Jerí ha puesto sobre la mesa es algo más profundo: el riesgo de reducir la justicia penal a un laboratorio, y olvidar que el cuerpo de una víctima no siempre puede gritar con moléculas.


La ciencia no siempre alcanza


En la lógica forense, la coincidencia de ADN entre acusado y víctima tiene un enorme poder probatorio. Pero su ausencia no equivale a inocencia. Existen razones médicas, físicas y técnicas por las que un agresor puede no dejar huella genética detectable.


En primer lugar, muchas violaciones no implican eyaculación ni contacto prolongado; otras se cometen con preservativos, lo que impide la transferencia biológica. También hay agresiones que ocurren mientras la víctima está inconsciente o se defiende, donde el agresor evita dejar rastros. A ello se suma la variable del tiempo: cada hora que pasa entre la agresión y la toma de muestras reduce exponencialmente la posibilidad de hallar ADN. En zonas rurales o contextos con poca infraestructura médica, esa demora es habitual.


Por otro lado, el manejo de las pruebas biológicas también puede afectar los resultados. Una muestra mal conservada, contaminada o tomada fuera de protocolo puede anular toda la evidencia. En 2018, el propio Instituto de Medicina Legal del Perú reconoció deficiencias logísticas que dificultan mantener la cadena de custodia y la sensibilidad de los reactivos. No hallar ADN, entonces, puede ser producto de la precariedad del sistema, no de la inexistencia del acto.

Casos en el mundo que demostraron que el ADN no lo explica todo


La historia judicial internacional está llena de ejemplos donde el ADN ausente no significó ausencia de delito.


En India, varios tribunales superiores han señalado que un resultado negativo en ADN no puede ser interpretado como absolución automática. En un caso de 2023 en Karnataka, el tribunal explicó que la falta de coincidencia solo indica que no se halló material genético del acusado, pero no niega que la víctima haya sido agredida. La decisión judicial sostuvo que las declaraciones coherentes de la víctima y el examen médico eran suficientes para mantener la acusación.


En Estados Unidos, el caso del exmilitar Clarence Elkins es emblemático. Fue acusado de violar a una menor; las primeras pruebas de ADN no coincidieron con él. Años después, una nueva revisión forense reveló que el ADN sí existía, pero había sido mal procesado. El verdadero agresor fue identificado después. Elkins pasó siete años en prisión antes de ser exonerado. El error no fue del ADN, sino de su interpretación y manipulación.


Y en España, los tribunales han señalado en múltiples sentencias que la ausencia de ADN no puede entenderse como certeza de inocencia. En 2019, el Tribunal Supremo recordó que “la prueba biológica no es requisito de existencia del delito”, ya que muchas agresiones no dejan rastro genético. Lo decisivo es la coherencia del relato, las lesiones compatibles y los elementos de contexto.


Estos precedentes muestran que el ADN es una prueba poderosa cuando aparece, pero silenciosa cuando falta, y que el sistema judicial no puede interpretar ese silencio como exculpación automática.


El problema del “ADN como verdad absoluta”


El archivo del caso Jerí ilustra un problema más amplio: la tendencia mediática y social a equiparar “no hay ADN” con “no hay delito”. Ese reduccionismo ignora el funcionamiento real del sistema probatorio. El ADN solo puede probar contacto físico, no consentimiento, ni violencia, ni coerción. Una coincidencia genética puede ser contundente, pero su ausencia no prueba lo contrario.


Esa fe ciega en la biología refleja una sociedad que busca certezas químicas para realidades morales. Pero la violencia sexual no siempre deja huellas microscópicas. Según estudios forenses citados por la Organización Mundial de la Salud, la posibilidad de hallar rastros biológicos desciende drásticamente después de las primeras 24 horas. En muchos casos, el ADN simplemente se degrada o nunca llega a depositarse.


El cuerpo como evidencia insuficiente


En el Perú, la mayoría de denuncias por violación se archivan por “falta de pruebas”. Según el Ministerio Público, en 2023 se registraron más de 18 mil denuncias de agresión sexual, pero menos del 15 % llegó a juicio. En la mayoría, el archivo se sustentó en la ausencia de ADN o en pericias inconclusas. Esa cifra muestra que el sistema exige a las víctimas pruebas imposibles: que su cuerpo no solo haya resistido la violencia, sino que conserve rastros de ella.


En el caso Jerí, la investigación se cerró al no hallarse coincidencia genética. Pero esa conclusión no puede leerse como certeza de inocencia. Lo único que prueba es que el análisis practicado no encontró ADN compatible, nada más. La diferencia es abismal. Entre una verdad científica y una verdad judicial, a veces hay un abismo humano.

Más allá del laboratorio


La justicia penal no debería depender exclusivamente de la genética para decidir quién miente y quién dice la verdad. El testimonio de la víctima, cuando es coherente y sostenido, constituye prueba válida y suficiente, según la propia jurisprudencia del Tribunal Constitucional peruano. Lo que se necesita es un sistema que combine ciencia con sensibilidad jurídica, y no que las oponga.


El caso Jerí deja una lección amarga: una investigación archivada no equivale a un hecho desmentido. Que el ADN no aparezca no significa que la violencia no existió. Puede significar muchas otras cosas: una muestra mal tomada, una pericia deficiente, un acto rápido, un cuerpo limpiado por miedo o vergüenza, o simplemente el paso del tiempo.



 
 
 

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