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No me importa lo que digan…




Es un lugar común decir que el futbol es un gran reflejo de la sociedad. Como se vive (y se juega) el deporte más popular refleja con claridad las características de los grupos sociales que lo sostienen.


El domingo es la final del torneo peruano. Posiblemente el campeonato más polémico que nos ha tocado vivir y no precisamente por el nivel de juego de los equipos que conforman nuestra paupérrima Liga1, sino por las características y atribuciones que se hacen a los principales protagonistas, los equipos con mayor popularidad y más repercusión, la U y Alianza Lima. Disclaimer: soy de la U. Pero trato de llevarlo lo mejor que puedo. Así que acompáñenme a encontrar coincidencias entre nuestro querido “fulbo” y nuestra sociedad, a ver si compartimos la premisa inicial.


La v es la v


Vivimos la era de la pos-posverdad. No hay un conocimiento que no se cuestione, no para generar uno nuevo fundamentado y que aporte a la construcción de una solidez conceptual, sino todo lo contrario, para afianzar ideas fuerza que de verdad tienen poco, pero que hacen sentir a los partidarios de determinadas posturas sentirse cómodos con explicaciones del mundo, por más disparatadas sean estas. Si hoy hay terraplanistas que tratan de convencer a los demás -en serio- que eso de los planetas, la física y el universo son tonterías…


En ese marco, el hinchaje por el fútbol, en particular por la U y por Alianza, se ha convertido en un acto de fe fundamentado en el que sin importar lo ridícula que sea una posición particular se lanza para sustentar que un equipo es superior al otro o, en su defecto, es más ético o moral en su proceder y por lo tanto más íntegro y merecedor de todo que los demás. Cosas que insultan la lógica, pero que se dicen y amplifican sin ningún cuidado ni remordimiento.


Así, lo que menos importa es el juego o el fútbol. Siempre será un árbitro comprado, un jugador vendido o influencia de la dirigencia. Eso en lo que ocurre hoy en las canchas. Pero no solo ahí. La historia se cuestiona de una forma terrorífica. Y no es que sean grandes historias. Pero los triunfos pasados y sus derrotas se cuestionan hoy y se generan narrativas e inventivas que sugieren que nuestra educación básica ni es básica ni es educación.


¿Por qué ocurre eso? ¿Por qué los hinchas somos cualquier cosa menos sujetos con capacidad crítica? Por varias razones que vamos a tratar de desmenuzar acá. La primera es porque somos un país fallido que no nos genera un sentido de pertenencia común y menos una identidad cohesionada, frente a lo cual necesitamos de grupos que a través de diversos símbolos le den significado a nuestra necesidad gregaria. Desde luego que hay matices en esto, todos los hinchas no somos radicales, pero tanto discurso alucinado sí logra generar una ilusión de realidad al que poco a poco se le va encontrando base. Porque lo necesitamos. Porque estamos más cómodos en una tribu que nos organiza mejor que un Estado que en la práctica no existe. 


Tendemos a creer lo que nos proponen no (o no solamente) porque seamos ignorantes, sino porque necesitamos aferrarnos a un significado al que vamos dándole permiso de entrada y va tomando sentido. Dan Ariely, psicólogo social que estudia los fenómenos de la incredulidad en el mundo pospandemia, esboza un esquema de entendimiento al que denomina el “embudo de la incredulidad” en el que la combinación de elementos emocionales, cognitivos, de personalidad y sociales confluyen en la sociedad de hoy para tener un campo fértil y creer que todo es cuestionable y establecer nuevos conocimientos sin base concreta.


¿Esto no les parece conocido? Es lo que ocurre también en la comprensión de la política nacional. Casi idéntica. Solo usaré un ejemplo: el alcalde de Lima López Aliaga. Racionalmente un desastre de gestión. Hace lo que le da la gana, sin sustentar lo que entiende por crecimiento de Lima más que en cómo amanece. SI bien no goza de una popularidad importante, es interesante comprender los discursos de sus seguidores, que lo ensalzan como el mejor político nacional y sostienen que bajo su mandato Lima se está transformando. Y esto dicho en un tono que se entienda, pues el discurso de los porkystas es tal vez el más coprolálico que puedan encontrar. La verdad no importa. Lo que importa es afirmar “una verdad”. Pero busque otros ejemplos, los va a encontrar con facilidad.


De Matute al Monumental


La polarización entre los seguidores de los equipos más populares del Perú está plagada de discursos de odio que son francamente inhumanos. Con mucha vergüenza me refiero por ejemplo a los cantos burlones de la tragedia aliancista del 87 o a la justificación del asesinato de Walter Oyarce, empujado por un barrista -egresado de la Universidad del Pacífico y trabajador de una consultora muy reputada- de la U desde un palco del estadio Monumental. El sentido de estos discursos es afirmar la tribu, pero también mostrar una suerte de justificación “de sangre” de la afirmación de la identidad por uno o por otro. Es otro síntoma del significado del fútbol hoy que no es ajeno a lo que ocurre en otras esferas de la vida social y política nacional. 


Esta polarización se refleja siempre en un “anti” antes que en un “pro” y va acompañada de una suerte de simbolismos propios que harían reír a cualquier par de neuronas que hagan sinapsis. Si no, revise las redes sociales. Los aliancistas, en un paroxismo extremo, se resisten al uso de la letra U en cualquiera de sus publicaciones y la reemplazan por la v; o solo se refieren a los contrarios como “cabros” como si ello generara una validación de su hinchaje en negativo. De la otra vereda igual, normalmente usando adjetivos que reemplazan Alianza Lima por “fecal” o “cagón”. Todo muy positivo. No se entiende la forma de  ser de la U sin ser anti Alianza. O ser de Alianza sin ser anti U. Y cada vez es peor.


En la construcción de las identidades políticas, y me atrevo a pensar también que en las identidades sociales y hasta de personalidad, hoy predomina la adhesión a lo anti, que seduce más que proyectos afirmativos o positivos. Lo sostiene Meléndez como una de sus tesis principales en su análisis continuo de la política peruana, cuando señala que “hoy por hoy, son las identidades negativas los principales referentes aglutinadores de los peruanos.” Aunque esto no sea monolítico y estos antis también se fragmenten, básicamente por la incapacidad de los actores, como bien señala Coronel: “la democracia por defecto que hemos tenidos estas dos décadas se ha sostenido más por la debilidad de sus actores que por la fortaleza de sus instituciones” 


En qué momento se jodió el fútbol, Lozanito


El marco en el que se desempeña el fútbol es también sintomático de lo que es el Perú. Agustín Lozano es el presidente de la Federación Peruana de Fútbol, el organismo que regula toda la práctica del deporte en le país, desde el infantil hasta el profesional. Agustín Lozano, ex alcalde de Chongoyape, denunciado por enriquecimiento ilícito, tiene una gestión pobre, sin logros qué exhibir, además de manejar el fútbol a su antojo, beneficiando a quienes quiere y perjudicando a los que no quiere. La última de sus perlas ha sido la escandalosa clasificación de su equipo Juan Pablo II de Chongoyape, en un partido que ni siquiera fue polémico. Fue un asalto a las reglas. Pero normal. Se mantiene gracias a una coalición de fuerzas a las que mantiene a través de prebendas y privilegios. No solo es tema de Lozano, gestiones previas han sido igual de “interesadas”. Pero este Lozano, descubierto también cuando fue vicepresidente como revendedor de entradas de cortesía de la lección, es claramente el más descarado de todos.


Sobran argumentos para analizar como el poder en el Perú se sostiene a partir de coaliciones ventajistas y prebendas. Boluarte es la tonta útil de un conjunto de posiciones disímiles que buscan sacar provecho del único interés que parece mantenerla: el que no la saquen. Canjea favor tras favor y negocia todo con tal de mantenerse en el cargo que le permite operaciones y relojes. Por otro lado, el Congreso pacta entre supuestos antagónicos, con tal de asegurar leyes de impunidad. Nadie los quiere pero tampoco nadie los saca. Mientras ello no suceda, todo será arrasado.


Es que el fútbol nacional jamás se institucionalizó. No hay un solo proyecto coherente ni desde lo federativo ni desde lo profesional. No hay divisiones menores, no hay scouting, no hay desarrollo. Solo hay antagonismos afines a que Lozano mantenga su poder a pesar de que nadie lo quiera. Tampoco nadie lo enfrenta. En el país nada es casualidad, todo es parte de lo mismo. Fragmentación y desgobierno serviles al poder.


La camiseta no se mancha


La cuarta evidencia de lo útil que es el fútbol para entender a la sociedad es la prensa. Nunca antes hemos sentido tanto la ausencia de lo que debe definir la acción del periodismo que es la actitud crítica. Ha aparecido y se han establecido los periodistas-hinchas, que encuentran en los espacios de redes los miles de seguidores que necesitan para cobrar. El problema es que esos periodistas hinchas son los principales reproductores de los discursos irreales que sostienen los hinchajes. Entren a cualquiera de esos programas que abundan en Youtube y Tiktok. Si eso es periodismo. Boluarte es presidenta.


Ese no es un fenómeno propio del deporte. Pongan Willax y me eximo de mas comentarios. Para más detalles lean el extraordinario reportaje realizado por El Foco en el que desmenuzan las campañas de desinformación que se vienen dando en el Perú y los sectores económicos detrás de estas. Un dossier que merece más difusión.


Cuatro elementos que nos ayudan a entender cómo el deporte que nos tiene bobos durante dos horas mirando un partido es un reflejo de lo que somos y de lo que aspiramos. Somos un país que se refleja en miles de aspectos. El Diego dijo que la pelota no se mancha. El problema es que está muy manchada ya. Igual me olvidaré de esto el domingo por dos horas. Así es el fulbo.


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