La moda de parecer lector
- Redacción El Salmón
- hace 3 días
- 4 Min. de lectura
Actualizado: hace 1 día

Una biblioteca dice cosas, incluso cuando no se ha leído nada. En los últimos años, en las casas, en los estudios de grabación, en los departamentos con buena luz para videollamadas, han comenzado a multiplicarse las estanterías cargadas de libros no tanto para leer, sino para ser vistos. No importa tanto el autor, el título o el idioma. Importa el lomo, el color, la textura. Importa el efecto.
A esto se le ha empezado a llamar “libros por metro”, una tendencia que crece entre diseñadores de interiores, plataformas de venta y usuarios que buscan proyectar sofisticación con una biblioteca lista para la foto, aunque esté vacía de lecturas. No es un fenómeno enteramente nuevo, pero en 2025 parece haber alcanzado una forma casi profesional, con empresas que los venden por volumen, por estilo o por tonalidad. A veces sin que el comprador pregunte ni una sola vez qué contienen.
La forma sin el fondo
La expresión inglesa “bookshelf wealth”, o “riqueza de estantería”, se ha vuelto común en redes como TikTok, Pinterest o Instagram. Allí, influencers de decoración comparten imágenes de bibliotecas exuberantes, muchas veces improvisadas, donde los libros importan menos por su contenido que por su capacidad para construir una imagen. Un lujo silencioso, dicen algunos, un “quiet luxury” que reemplaza a las marcas con títulos de apariencia intelectual.
Algunas personas admiten que no quieren ver vacíos sus estantes, aunque no tengan tiempo para leer los libros que los ocupan. La sola presencia de volúmenes —aun no leídos— les transmite una sensación de inteligencia o calidez. Esta estética literaria, basada en rodearse de objetos que supuestamente alimentan el espíritu, encuentra en los libros un símbolo ideal, aunque en muchos casos se trate más de una mirada que de una lectura.
Según recogió The Guardian, varios libreros afirman vender cientos de ejemplares cada mes destinados exclusivamente a la decoración de interiores. Los pedidos, que provienen sobre todo de hoteles, oficinas o residencias privadas, suelen hacerse sin preguntar por el autor, el idioma ni el contenido. Muchos de esos libros, de hecho, nunca se abrirán, pero permanecerán allí, cumpliendo su rol como objetos visuales más que como fuentes de lectura.
No se trata de leer, sino de parecer que se lee
La lógica detrás de esta tendencia no es del todo nueva. Desde hace siglos, las bibliotecas han sido signos de distinción. La novedad es que ahora se puede alquilar o comprar esa imagen de lector. Sitios como Zubal Books, en Estados Unidos, venden libros por metro con una promesa: llenar una pared completa de volúmenes, con encuadernaciones similares y sin necesidad de preocuparse por su contenido.
En Reino Unido, empresas como Ultimate Library arman colecciones por encargo, según el estilo decorativo de un hotel o una casa. Los clientes eligen los colores, el número de metros, incluso el nivel de “aparente profundidad intelectual”. Y en plataformas como Etsy, las búsquedas relacionadas con este tipo de decoración han aumentado en más de 19 mil por ciento, según datos recogidos por The Guardian.
La práctica ha crecido tanto que ya se habla de una especie de “decoración literaria exprés”. En algunos casos, incluso se colocan los libros de espaldas, con los lomos hacia adentro, para priorizar la uniformidad cromática. No se pueden leer, ni siquiera reconocer. Pero hacen juego con el sofá.
¿Simulación o síntoma?
Las críticas no han tardado en aparecer. Algunos diseñadores consideran que esta tendencia revela una cierta superficialidad cultural, comparándola incluso con gestos vacíos como exhibir logros no obtenidos. Un análisis publicado en The New York Times sugiere que este fenómeno se asemeja a adornarse con símbolos de conocimiento sin haber pasado por la experiencia que representan. Otros enfoques, sin embargo, plantean una lectura más comprensiva: en un mundo crecientemente digital y volátil, aferrarse a objetos físicos como los libros puede representar una forma de refugio, una necesidad de calidez, orden y cierta conexión con una idea tradicional de cultura.
Desde esta perspectiva, la discusión se vuelve más amplia. ¿Qué revelan estas bibliotecas decorativas sobre la manera en que hoy entendemos el saber, la identidad, la cultura? ¿Son solo parte del decorado o expresan también una ansiedad más profunda por demostrar que se pertenece a cierto mundo intelectual? La respuesta no es única. Como sucede a menudo en el universo digital, lo que importa no es solo ser, sino también parecer.
Entre el fetiche y el hábito
Bibliotecas visuales: el libro como objeto hermoso, como símbolo, como parte de una escenografía personal. No es un fenómeno nuevo. Lo novedoso es el contexto: vivimos en una era dominada por las pantallas, donde la lectura digital crece y, al mismo tiempo, la biblioteca física persiste como un emblema de prestigio o calidez, aunque en muchos casos funcione más como adorno que como práctica cotidiana.
Desde el mundo del diseño interior, algunos reconocen con cierta franqueza que, al menos, es preferible decorar con libros que con objetos de plástico sin historia ni contenido. En ese sentido, los libros ofrecen una textura estética más noble. Pero la pregunta permanece: ¿no sería aún mejor si esos libros transmitieran algo más que un código de color o un patrón visual?
En tiempos donde se puede comprar el aspecto de lector por metro cuadrado, tal vez la verdadera resistencia sea otra: leer uno, solo uno, despacio, sin mostrarlo. Solo porque sí.
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