Del éxito al aislamiento: cómo Corea del Sur se volvió el país más solo del mundo
- Redacción El Salmón

- 20 jul
- 5 Min. de lectura

La escena puede parecer cotidiana: una mujer de cincuenta y tres años entra a una tienda sin cajeros en el corazón de Dongdaemun. No viene por pan ni leche, sino por algo más básico y escaso: compañía sin presión. Prepara un ramyeon instantáneo, se acomoda en un sillón masajeador y, con una mirada entre distraída y serena, hojea una revista sin apuro. Frente a ella, un hombre de poco más de cincuenta calienta su cena mientras escucha música en unos auriculares que el local proporciona. Ninguno habla, nadie los observa. Están solos, pero no invisibles.
Ese lugar es uno de los “centros de conveniencia mental” (mind convenience stores) lanzados por la ciudad, parte del programa “Seúl sin soledad”, una respuesta pionera frente a una crisis social que ya no es privada: es una emergencia pública.
La epidemia de lo invisible
En 2023, Corea del Sur registró 3.661 muertes solitarias—llamadas godoksa—personas fallecidas cuyo fallecimiento pasó inadvertido durante días o semanas. La mayoría, hombres entre 50 y 60 años que vivían en apartamentos pequeños, sin familia cercana. La cifra muestra un ascenso constante: 3.378 en 2021 y 3.559 en 2022 .
En Seúl, ya más del 35–40 % de los hogares son unipersonales. Una encuesta del Seoul Institute reveló que el 62 % de esas personas se sienten solas, y el 13,6 % carece de redes de apoyo básicas ante emergencias emocionales o financieras.
Un estudio adicional estima que aproximadamente 130.000 jóvenes entre 19 y 39 años viven en aislamiento social severo, sin estudiar ni trabajar, desconectados del mundo físico.
Subestructura cultural de la soledad
Detrás de estos números hay raíces profundas: una cultura que refuerza la competencia sin descanso. Casi el 80 % de los niños acuden a academias privadas (“hagwon”), sometidos a presión desde edades tempranas. El fracaso social —según este modelo— equivale a desaparecer. Esa mentalidad genera reclusión y rechazo al error, y socava el tejido comunitario.
Además, la tasa de natalidad del país es la más baja del planeta: 0,72 hijos por mujer en 2023, y apenas 0,55 en Seúl, lo que agrava el aislamiento generacional y reduce las redes familiares disponibles.
Seúl responde: un plan sin precedentes
En octubre de 2024, el alcalde de Seúl, Oh Se-hoon, presentó un ambicioso proyecto que muchos en Corea del Sur ya llaman una apuesta sin precedentes contra la epidemia silenciosa de nuestro tiempo: la soledad. El programa, titulado “Seoul Without Loneliness”, no se limita a ofrecer soluciones tardías, sino que parte de una idea tan simple como radical: prevenir antes que asistir, identificar antes que lamentar.
Respaldado por un presupuesto de 451.300 millones de wones —alrededor de 327 millones de dólares— el plan se extiende a lo largo de cinco años e intenta llegar a las raíces del aislamiento social, en lugar de tratar apenas sus síntomas. Parte de un diagnóstico crudo: la soledad no comienza cuando alguien deja de ver gente, sino mucho antes, cuando ya no se siente visto.
Una de las estrategias clave es la detección temprana. El gobierno ha empezado a utilizar información de servicios públicos —como el consumo de agua o gas, la frecuencia de entregas o los patrones de movilidad en espacios públicos— para mapear posibles casos de aislamiento. Si alguien deja de salir, de abrir la puerta, de calentar su comida o de ducharse con regularidad, el sistema lo detecta. No como una alarma intrusiva, sino como un gesto de atención.
A partir de allí, entran en acción los llamados “guardianes del vecindario”: trabajadores sociales, agentes comunales o voluntarios capacitados que visitan los hogares y ofrecen acompañamiento. No se trata de vigilancia, sino de presencia humana. De hacer sentir a alguien que, aunque no lo diga, alguien lo está esperando.
Uno de los programas más singulares es el llamado “Everyone’s Friend”: voluntarios que alguna vez vivieron en soledad extrema se convierten en el primer contacto de otros que atraviesan la misma experiencia. Son personas que conocen el encierro, no por libros ni por estadísticas, sino por memoria corporal. Y desde esa empatía, ayudan a otros a salir del fondo.
Otro eje del plan es el “Seoul 365 Challenge”, una suerte de juego social que propone desafíos simples —como asistir a una clase de cerámica, ir al parque, participar en una actividad barrial— a cambio de pequeñas recompensas: entradas a museos, descuentos, invitaciones culturales. La idea no es imponer la comunidad, sino hacerla deseable. Incentivar conexiones sin obligarlas. Reinsertar a los solitarios no desde la lástima, sino desde el gusto por volver a pertenecer.
Este nuevo modelo, que mezcla datos, sensibilidad y políticas públicas, ha hecho de Seúl una ciudad que intenta no resignarse al aislamiento como parte inevitable del progreso. En lugar de asumir que la soledad es el precio de la modernidad, apuesta por mostrar que puede ser combatida. Que hay alternativas. Que, incluso en una metrópolis de casi diez millones de habitantes, todavía es posible no sentirse solo.
Centros de respiro: las tiendas del corazón
Desde marzo–abril de 2025 se inauguraron cuatro centros piloto, entre ellos el de Dongdaemun, donde cualquier persona puede entrar sin registro ni consumo mínimo. Allí, los visitantes tienen ramen gratuito, sillones de masaje, aromaterapia, juegos simples y consejeros disponibles si desean hablar, todo en silencio aceptado y sin presión.
Más de 4.400 personas han pasado por estos espacios desde su apertura, muchos regresan semanalmente. En Dongdaemun incluso viajeros de ciudades cercanas visitan el centro. Para muchos, el simple hecho de ritualizar una parada trazable en su rutina tiene efectos terapéuticos.
Así también, desde abril de 2025, la línea telefónica 24/7 “Goodbye Loneliness 120” ha superado con creces su meta anual de 3.000 llamadas: en poco más de seis semanas recibió más de 10.000 llamadas, de las cuales 6.000 eran personas que simplemente buscaban hablar. El perfil: 63 % adultos de mediana edad, 31 % jóvenes y solo 5 % mayores.
Críticos y desafíos estructurales
Expertos advierten con cautela: estas políticas son un avance, pero no reparan la cultura subyacente. Como sostiene An Soo‑jung, en un reporte de CNN, psicóloga en Myongji University: “sentirse acompañado no equivale a estar vinculado. Lo que se necesita son relaciones continuas donde el otro note tu ausencia”.
Un editorial del Korea Herald publicado en octubre de 2024 destacó que el aumento de las muertes solitarias (godoksa) es una señal de problemas sociales profundos. Advierte que no basta con soluciones superficiales, sino que hacen falta esfuerzos estructurales y comunitarios para prevenir el aislamiento en masa
La combinación de natalidad baja, población envejecida y hogares unipersonales trae consigo una bomba demográfica. En 2023, la tasa de fertilidad nacional fue de apenas 0,72; en Seúl, solo 0,55. Si esto continúa, en pocas décadas gran parte de la sociedad estará constituida por individuos sin familia cercana, sin redes de apoyo ni descendientes.
Esto convierte al combate de la soledad en una política de supervivencia nacional. A nivel global, Seúl se posiciona como laboratorio urbano frente a una epidemia silenciosa que afecta a otras megaciudades modernas.
Lo esencial sucede en lugares como el centro comunitario de Dongdaemun: entre un tazón de sopa caliente y un sillón masajeador, alguien —por fin— se siente visto. En un país donde la soledad se ha vuelto estructural, esos gestos mínimos significan mucho. Porque en Corea del Sur, la epidemia de aislamiento no es solo emocional: es el síntoma de un modelo económico que ha hecho del rendimiento una religión y del individuo aislado su unidad básica.
Durante décadas, el “milagro surcoreano” se sostuvo sobre una cultura de competencia feroz y sacrificio personal. La familia, el barrio, los lazos cotidianos fueron arrasados por el mandato de triunfar. Hoy, el Estado intenta recomponer, con programas públicos, lo que el capitalismo deshizo en nombre del éxito.
Sí, Seúl ha hecho lo que pocos: mirar la soledad de frente. Pero también nos recuerda algo incómodo: que cuando hay que diseñar políticas para que alguien no muera solo, es porque el sistema ya fracasó. Y que vivir —de verdad— no es solo producir o aguantar, sino pertenecer. Aunque sea en silencio compartido.













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