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Jerí: tránsito de la pornografía excesiva al militarismo


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Desde que el presidente interino José Jerí asumió la presidencia, su imagen mediática, apoyada en las redes sociales oficiales del Estado, ha estado marcada por una exacerbación del militarismo. A través de flyers y videos de sus diversas participaciones en la calle, de lo que llama “de la defensiva a la ofensiva”, Jerí se ha convertido en la pieza favorita de una escenografía del poder: se ha encargado de desplazar la figura del presidente civil hacia la del líder-militar, sugiriendo que el poder político solo puede legitimarse a través de su inscripción en el código de la disciplina y la fuerza.

 

Las redes sociales oficiales de la Presidencia de la República no solo han sido un canal de propaganda, en la acepción más básica del término, sino un espacio de producción simbólica, donde el lenguaje visual, gestual y discursivo reconfigura la figura presidencial como una suerte de comandante nacional. Pero más allá de los montajes que lo colocan sobre la parte delantera de un avión para evocar alguna victoria de algún héroe cinematográfico, este afán por los verdes de camuflaje, las botas y bayonetas nos permite la asociación con otra afición presidencial.

 

Una prueba de su compulsión es el paso de su frenética caza de mujeres desnudas en IG y demás plataformas para adultos a un culto de la parafernalia militar. Su impulso no es ser un Bukele Temu, como han escrito varias personas en redes. O copiar a cualquier matón en el poder para seguir modas ultras de Milei o Trump. No es volver a la infancia para jugar con soldaditos, aunque esta vez de verdad. Su problema es otro, que quizás roza la impotencia (mental, sí, también). Por ello, el actual presidente interino José Jerí es un tipo de cuidado.

 

Las aficiones de Jerí por el porno y el militarismo han puesto en evidencia un desplazamiento del deseo y una reconfiguración del imaginario del poder y del cuerpo. Recordemos que fue sancionado por un juzgado con un tratamiento psicológico “por impulsividad y conducta sexual patológica”. Es decir, se caracterizaba por un tipo de exceso. ¿Qué decisiones puede tomar un sujeto atravesado por esta pulsión libidinal? ¿Qué réditos políticos le da mostrarse con las puntas de los aviones como si fuera el Tom Cruise de Leonidas Zegarra? ¿Juntar en una carpa a un comando con plantas en los cascos como si estuviéramos en la guerra en plena avenida Zarumilla? ¿Asistir a eventos militares y policiales cinco veces a la semana para ver si funciona como viagra?

 

En la pornografía, el cuerpo aparece como objeto de consumo, signo del goce inmediato. Es la reducción de las mujeres a pura carne para el placer. Recordemos su frase: “Las mujeres son seducidas con amor, cariño y respeto. Para todas las demás existe Mastercard”, como confirmación de su urgencia por cosificar. Públicamente, tildado de “pajero”, de masturbador profesional, de un pobre solitario insatisfecho buscando que una foto o video de internet le cubra alguna carencia afectiva, necesita una reconstitución de su hoja de vida sexual. Por ello, su estrategia ahora es confirmar su virilidad afectada. Así, el militarismo reactiva la mediación simbólica. El cuerpo ya no se fragmenta como en el porno, sino que se uniforma: se viste, se disciplina, se recompone. Las prendas militares, que ahora usa imitando alguna escena de alguna película de Kathryn Bigelow, o como si fuera una versión barata de Top Gun, transforman su cuerpo en signo de pertenencia, de orden y de autoridad. Donde la pornografía celebraba la dispersión del deseo, ahora el militarismo promete su contención.

 

En Jerí, los símbolos militares, como este avión Hércules de los flyers que sacan las redes oficiales, funcionan como metáforas del control, como imágenes del poder fálico restaurado. Si la pornografía disuelve la ley, el militarismo la reimpone. La fascinación por lo militar puede entonces entenderse como una reacción de este sujeto ante el exceso del goce, como un intento de reinscribirse en el campo de la autoridad. Lo peor es que para probar esa virilidad mellada, en un país donde las denuncias por violación y corrupción, no significan nada, puede ir, como quiera, demasiado lejos.

 

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