El genio de Bolívar en el campo de batalla
- Redacción El Salmón
- 24 jul
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Actualizado: 24 jul

Hay momentos en los que la historia cambia de rumbo, no por una marcha lenta de estructuras sino por la irrupción de un individuo que, contra toda previsión, se vuelve motor de lo improbable. Simón Bolívar fue uno de esos individuos. No solo libertador de cinco repúblicas, sino estratega brillante, lector de Clausewitz antes de que Clausewitz fuera conocido, político de trincheras y diplomacia, y militar de osadías que rozaban la temeridad.
En su genio militar confluyeron intuición, pragmatismo, una lectura aguda del territorio y una visión política del combate. La guerra para Bolívar no fue nunca un fin en sí mismo, sino una herramienta brutal al servicio de una revolución continental.
La guerra como construcción política
Bolívar entendió algo que muchos de sus contemporáneos no: que el ejército no podía ser solo una fuerza armada, sino una fuerza social. Desde sus primeras campañas comprendió que necesitaba el respaldo popular, y por eso, aunque hijo de la aristocracia caraqueña, pactó con los llaneros, incorporó a indígenas, afrodescendientes y mestizos, y transformó su ejército en una imagen –aún imperfecta– de la sociedad que buscaba liberar. Su genio no se midió solo en maniobras tácticas, sino en su capacidad para construir legitimidad política a través de la acción militar.
La Campaña Admirable (1813): rapidez y simbolismo
Tras el fracaso de la Primera República y su exilio en Nueva Granada, Bolívar lanza en 1813 la llamada Campaña Admirable. En apenas tres meses, marcha desde Cúcuta hasta Caracas, liberando Mérida, Trujillo, Barinas y otras plazas claves. Bolívar estructuró esta campaña con rapidez, maniobrabilidad y efecto psicológico: organizó una columna móvil que avanzaba con velocidad y decisión, aprovechando el terreno montañoso para aislar guarniciones realistas, forzarlas a rendirse o abandonarlas. Estableció líneas de avance convergentes, dividiendo su ejército en alas que liberaban ciudades y luego se reunían para concentrarse en los puntos críticos. Fue una campaña relámpago basada en la sorpresa, en la fragmentación del enemigo y en la captación del apoyo popular.
Más allá de lo militar, fue también una jugada simbólica: reconstruyó la esperanza independentista. Bolívar comprendía que las batallas se ganaban también en la imaginación colectiva, por eso publicó el Decreto de Guerra a Muerte (15 de junio de 1813), en el que llamaba a exterminar a los españoles peninsulares, pero perdonaba a los americanos que se sumaran a la causa patriota. Fue una guerra sin cuartel, pero también un gesto político radical: o se estaba con la independencia o se estaba contra la nación. La combinación de velocidad militar y discurso político radical marcó la identidad de Bolívar como estratega que usaba tanto la espada como la palabra.
Boyacá (1819): logística, audacia y territorio
La campaña que condujo a la Batalla de Boyacá fue una obra maestra de movilidad, audacia y aprovechamiento del terreno. En 1819, Bolívar cruza los Andes y los llanos inundados de Casanare para tomar por sorpresa al virreinato del Nuevo Reino de Granada. Es un trayecto que parecía imposible: tropas atravesando a pie pantanos, páramos helados, ríos crecidos. Pero Bolívar apostó todo. En una de las decisiones más arriesgadas de la campaña, dividió sus fuerzas para confundir al enemigo y, mientras los realistas se preparaban para una ofensiva por los Llanos, Bolívar llevó el grueso del ejército a través del escarpado y gélido Páramo de Pisba, donde muchos murieron por el frío y el agotamiento. Sin embargo, la maniobra surtió efecto: logró reaparecer al norte, descolocando por completo al mando español. El 7 de agosto de 1819, su ejército de 2,850 hombres vence al ejército realista en el Puente de Boyacá, asegurando la independencia de la actual Colombia. Esta victoria no fue sólo una proeza militar, sino una genial maniobra de desorganización estratégica del enemigo. El ejército español esperaba el ataque por los Llanos, no por las alturas.
Boyacá marca también el inicio de la gran estrategia continental de Bolívar: no liberar provincias, sino desarticular el poder virreinal desde sus centros neurálgicos. Con la caída de Bogotá, el virreinato del Perú comenzaba a tambalearse.
Carabobo (1821): consolidación del territorio venezolano
La Batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821, fue crucial para la independencia de Venezuela. Bolívar, al mando de unos 6,500 hombres, se enfrentó a las tropas realistas del mariscal Miguel de la Torre, que contaban con alrededor de 4,000 efectivos atrincherados en posiciones fuertes en los llanos de Carabobo. A diferencia de otras campañas, Bolívar ya disponía de un ejército experimentado y mejor organizado, compuesto por veteranos colombianos, jinetes llaneros y los célebres batallones británicos de voluntarios —como el British Legion y el Regimiento Irlandés— que aportaban disciplina y entrenamiento europeo a la causa patriota.
Su estrategia consistió en dividir su ejército en tres columnas y ejecutar un ataque envolvente por el flanco izquierdo, lo que tomó por sorpresa a las fuerzas realistas. La maniobra decisiva fue liderada por José Antonio Páez, cuya caballería desbordó las líneas enemigas, facilitando la ruptura del frente español y asegurando la victoria patriota..
Carabobo selló la independencia venezolana. Bolívar no solo destruyó el poder militar realista en la región, sino que aseguró el control del eje geográfico central del norte sudamericano. La batalla fue también una demostración del aprendizaje estratégico de Bolívar: ya no era el caudillo improvisado, sino un comandante capaz de combinar la guerra de maniobras, la psicología del combate y el aprovechamiento del terreno en un solo movimiento decisivo.
La Batalla de Junín: velocidad, sorpresa y táctica montonera (6 de agosto de 1824)
El 6 de agosto de 1824, en la vasta pampa de Junín a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar, tuvo lugar una de las batallas más singulares de toda la guerra de independencia: un choque de caballería sin disparos, cuerpo a cuerpo, como en los tiempos antiguos. Bolívar —que había partido meses antes desde Trujillo con un ejército reorganizado y endurecido— logró posicionarse estratégicamente en la retaguardia del ejército realista, comandado por el general José de Canterac, quien marchaba hacia el Cusco con más de 8,000 hombres.
Bolívar intuyó que la clave no estaba en un enfrentamiento convencional, sino en aprovechar el terreno alto y plano de la pampa de Junín. Envió a su caballería a maniobrar velozmente, sabiendo que en esas altitudes la artillería era ineficaz y la infantería lenta. La carga decisiva fue comandada por el coronel Isidoro Suárez al frente del escuadrón Húsares del Perú (luego rebautizados como Húsares de Junín). Este escuadrón logró atacar por la retaguardia a la caballería realista, que creía haber ganado la posición y ya perseguía a los patriotas. El combate, feroz y sin disparos por orden directa, duró menos de una hora y terminó con la retirada caótica de las tropas españolas.
Junín no fue una gran batalla en términos de bajas o duración, pero sí en impacto estratégico: desmoralizó al ejército realista, fracturó su línea de avance y permitió asegurar la ruta hacia Ayacucho. Fue una batalla ganada por intuición, velocidad y conocimiento del terreno.
La Batalla de Ayacucho: el derrumbe del poder español (9 de diciembre de 1824)
Cuatro meses después, el 9 de diciembre de 1824, en la pampa de la Quinua, se libró la batalla definitiva. Bolívar ya no estaba presente —había regresado al norte para asegurar frentes políticos y evitar la disgregación de la Gran Colombia—, pero su legado estratégico era claro: había conformado un ejército patriota multinacional, disciplinado, bien pertrechado y dirigido por oficiales capaces. La conducción quedó en manos de su general más brillante: Antonio José de Sucre.
El ejército patriota contaba con unos 5,700 hombres, mientras que el realista, liderado por el virrey José de la Serna y el general Canterac, tenía cerca de 9,300 soldados, entre veteranos peninsulares y tropas locales. Sucre supo leer la posición de ambos ejércitos: la batalla tendría lugar en un terreno elevado, con desfiladeros a los costados. En lugar de una ofensiva directa, optó por una táctica de contención inicial para obligar a los realistas a avanzar cuesta arriba. Cuando estos intentaron tomar las alturas, fueron repelidos por una contraofensiva planeada al milímetro.
La clave fue la rapidez con la que las divisiones patriotas, especialmente la comandada por José María Córdova, reaccionaron al intento realista de flanqueo. Córdova arengó a sus hombres con la frase “¡División, de frente! ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores!”, y con esa carga descendieron por la ladera y rompieron el centro del ejército español. En menos de tres horas, la batalla estaba decidida: el virrey La Serna fue herido y capturado, y Canterac firmó la capitulación incondicional. Cerca de 5,000 soldados realistas depusieron las armas.
Ayacucho no solo destruyó la última fuerza militar española en Sudamérica, sino que obligó a España a reconocer, de facto, la independencia del continente. Fue una victoria táctica, estratégica y simbólica. Y aunque Bolívar no empuñó la espada ese día, fue su capacidad de planificación, articulación regional y formación de líderes lo que hizo posible ese desenlace.
Bolívar como estratega continental
A diferencia de otros líderes independentistas locales, Bolívar tuvo una visión geopolítica integradora. Su proyecto de una Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá) y la creación de Bolivia no fueron improvisaciones, sino parte de una estrategia para asegurar que la independencia no fuera efímera. Sabía que si las repúblicas quedaban aisladas, divididas o enfrentadas entre sí, serían fácilmente recolonizadas, ahora por nuevas potencias. Por eso también promovió el Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), una suerte de OTAN americana del siglo XIX.
En lo militar, Bolívar fue un lector agudo de los tiempos. Nunca se aferró a una sola táctica: supo usar guerrillas, cargas de caballería, guerra de posiciones y campañas relámpago. Su ejército era móvil, adaptativo, irregular pero eficaz. Sabía cuándo pelear y cuándo retroceder. Más de una vez fue derrotado, pero siempre volvió con más fuerza. Porque su genio no residía en invencibilidad, sino en resiliencia y visión.
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