África reclama otro mapa: cuando la cartografía se vuelve arma política
- Redacción El Salmón

- 26 ago
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Los mapas han sido siempre más que representaciones geográficas: son herramientas de legitimación ideológica y política. Durante el Renacimiento, una obra como Africae Tabula Nova (1570) de Abraham Ortelius ofrecía un trazado más preciso del contorno africano, incorporando datos de exploraciones reales y marcando un hito en cartografía europea.
Sin embargo, los mapas también se han usado como propaganda, especialmente en contextos coloniales. En el siglo XIX, cartógrafos europeos elaboraron mapas que exhibían simbólicamente la supremacía de sus imperios; por ejemplo, mostrando paisajes extranjeros con coloraciones que exudaban civilización europea, mientras que espacios africanos aparecían sombreados como “incivilizados”.
En la era moderna, ciertos cartógrafos ilustraron regiones colonizadas como vacías o fácilmente apropiables, legitimizando así la ocupación territorial.
La cartografía colonial en África operó de manera ciclada: primero mapeaban territorios para imponer dominio, luego convertían esos mapas en instrumentos de control ministerial, hasta alcanzar una precisión técnica que encubría las ambiciones coloniales detrás de una fachada de “objetividad”.
Además, se han documentado ejemplos de censura cartográfica: como cuando la Compañía Holandesa de las Indias Orientales impidió publicar mapas de rutas marítimas rivales, o cuando Portugal desfiguraba parte del litoral africano para disuadir competidores.
Distorsiones de proyecciones: ¿qué tan grande es realmente África?
La proyección de Mercator (1569), diseñada para facilitar la navegación mediante líneas de rumbo rectas (loxodromas), introduce distorsiones significativas en el tamaño real de los continentes. Estas distorsiones se acentúan en latitudes altas; así Groenlandia puede parecer tan grande como África, cuando en verdad este último es 14 veces mayor. Algo similar ocurre con Sudamérica, que en realidad es casi el triple del tamaño de Europa, algo que el Mercator oculta.
Estas deformaciones sútiles, aunque técnicas, tienen repercusiones simbólicas profundas: refuerzan una percepción de importancia desproporcional de Europa y Norteamérica, mientras que los países tropicales o africanos parecen menores, alejados y marginales.
Alternativas cartográficas: hacia una visión más justa del mundo
Equal Earth (2018) es una proyección igual-área que representa los tamaños reales con estética armónica, curvas suaves y paralelos horizontales funcionales. Ha sido adoptada por instituciones como la NASA y el Banco Mundial, y promovida por el movimiento “Correct The Map” liderado por África No Filter y Speak Up Africa, con respaldo de la Unión Africana.
Otra alternativa es la proyección de Gall–Peters, igualmente de área igual, cuya adopción generó debates políticos en los años 70 por subrayar la equidad entre Norte y Sur global. También destaca la proyección Dymaxion de Buckminster Fuller, menos popular, pero disruptiva en cómo aúna continentes de forma innovadora.
África exige ser vista como es
En agosto de 2025, la Unión Africana sumó su autoridad política al movimiento “Correct The Map”, instando a organismos como la UNESCO, ONU y Banco Mundial a sustituir el Mercator por proyecciones más equitativas.
Selma Malika Haddadi, vicepresidenta de la Comisión de la UA, ha expresado que aunque parezca simbólico, el cambio de mapa impacta en la autoestima africana y en cómo se toma en serio el continente en foros globales. El editorial de The Guardian subraya esta posición: símbolos como los mapas moldean nuestra percepción y deben reflejar justicia visual y geopolítica.
No obstante, hay voces críticas: como la de lectores en The Guardian, que reconocen el valor técnico del Mercator para navegación y educación, aunque admiten su distorsión. Señalan además que ningún mapa es perfecto—todas las proyecciones implican compromisos geométricos.
Mitos cartográficos que moldearon percepciones
Hay ejemplos históricos donde los mapas reflejaron simplemente mentiras o fantasías: los Montes del Kong, imaginados en el mapa como una cadena montañosa real en África Occidental, perduraron casi un siglo en mapas educativos, pese a ser ficticios.
Del mismo modo, en otras partes del mundo, se representaron islas fantasma, mares interiores inexistentes o ciudades legendarias, adjudicándole a la cartografía una aureola de autoridad que validaba errores.
Este renovado examen de la cartografía revela que los mapas no son neutrales. Han sido y siguen siendo instrumentos cargados de historia, poder y narrativa. La campaña liderada por la Unión Africana para adoptar proyecciones corregidas es más que técnica: es un acto de redefinir el reconocimiento global, de reclamar dignidad y visibilidad para un continente que ha sido visualmente minimizado generaciones enteras. Cambiar mapas —junto con su narrativa— contribuye a transformar cómo entendemos y valoramos el mundo.













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