¿Y el personalismo peruano?
- Carla Sagastegui Heredia
- hace 4 horas
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- ¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: "Hay que aguantar hasta el fin". Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
Hans Christian Andersen
La ultraderecha que ha emergido en la política mundial tiene dos rasgos sumamente peligrosos: el fanatismo y el personalismo. Sobre el fanatismo, que en algunos momentos linda con el culto a la personalidad, sabemos que se aviva mediante el nacionalismo, la imposición de un modelo de género, raza y familia, y con el uso de un lenguaje religioso que los constituye en conmovedores pilares que exaltan el orgullo. Un fanatismo dispuesto para la discriminación y aprovechamiento de grupos poblaciones que buscan insertarse o movilizarse dentro de una sociedad, después de haber sido explotados violentamente en el ámbito laboral y reprimidos socialmente. Buena parte de la población africana secuestrada y esclavizada entre los siglos XV y XIX es ejemplo de ello. O los sistemas legales de apartheid de Sudáfrica y Estados Unidos; siendo este último, el primer país en haber realizado este año una campaña de expulsión de deportistas y militares trans.
El personalismo nos es también muy familiar, aunque no solemos llamarlo de esa manera. Solemos llamarlo narcisismo, pero tiene de paranoia, psicopatía, de hybris griega, de megalomanía, de infantilismo. En este artículo el nombre personalismo es una herramienta para distinguir cierta personalidad que está centrada en sí misma, carente de un desarrollo cognitivo base para la empatía, productora de enemigos a quienes hay que destruir, que se considera elegida para dirigir y gobernar, que juega a dirigir y a gobernar, y que siente que toda ley, acuerdo o desacuerdo es un problema personal, no social. Más allá de los trastornos que requiere su éxito, para su tan costoso triunfo se requiere de las alianzas que establecen estos líderes de la ultraderecha con los más ricos de su país, los dueños de las más grandes fortunas.
Hasta el siglo pasado, los más grandes empresarios encargaban a sus fundaciones que se investigara y se diseñaran grandes proyectos para reducir la pobreza en todas las naciones donde tuvieran el interés de acabar con el sufrimiento, y de beneficiarse con ello, por supuesto. Menos pobreza hace crecer el mercado. Pero los últimos informes de las Naciones Unidas han mostrado que las brechas han crecido, que mayor es la fortuna de los ricos y mayor el número de pobres. También se ha hecho evidente que la educación, sector en el que quizá más invirtieron, no consiguió ser el medio para cambiar la vida de las personas. Hoy sabemos que si no se cuenta con una familia con educación escolar completa, muy difícil que alguno de sus descendientes pueda culminar una formación técnica o universitaria.
La popularidad de la ultraderecha y el fanatismo (antes que culto) al presidente de los ricos proviene de la población con menor acceso a la educación o por el contrario, de aquellos con tamaña fortuna que pueden prescindir de ella. Tenemos ejemplos elocuentes, como el caso de Estados Unidos, en el que su presidente clausura la dirección encargada de reducir las brechas educativas acusándolas de estar contaminadas de wokismo y la población continúa venerándolo en nombre de una religión que usa la biblia como objeto y no como libro.
El personalismo es tan intenso que las críticas al gobierno, como las que realizó el cantante Bruce Springsteen durante un concierto, son respondidas con insultos personales por parte del presidente Donald Trump; quien, luego, utiliza los servicios de seguridad del Estado para mandarlo a investigar (junto con otros artistas) por delitos que él ha imaginado en ese bochornoso y molesto momento.
En Argentina, con Javier Milei las situaciones son más que similares. Se podría prever que la población pudiera reaccionar después de su terca estafa con las pirámides de las criptomonedas, pero quienes fueron a votar en las elecciones del gobierno de Buenos Aires, le dieron el voto también al candidato de ultraderecha, otro político también indiferente a cualquier desempeño profesional. El cristiano Nayib Bukele sigue controlando los medios y a través de ellos a la población, que continúa alabándolo como su salvador. Mientras tanto, en varios países europeos, la ultraderecha podrá perder las elecciones, pero ya se encuentra en el segundo lugar o ha conseguido un número consistente de representantes en congresos y parlamentos. Vivan las brechas.
En el Perú, a pesar de que nuestras brechas nos están devorando, contamos con personalismo pero cada vez menos o ningún fanatismo por los candidatos. Después de Alberto Fujimori, su hija Keiko intentó heredar su estilo, luego tener uno propio, más atractivo; pero por más que rezara en sus mítines y llevara la camiseta de la selección peruana de fútbol no consiguió mover a las masas, salvo que les pagara. Los pocos fanáticos que aún dicen defenderla, son seguidores y conservadores de su padre. Tampoco lo han conseguido Hernando de Soto y mucho menos Alfredo Barnechea. Sus alianzas con los más ricos no han dado resultado; quizá una pequeña excepción sea Rafael López Aliaga, que a pesar de todos sus esfuerzos y una brillante campaña mediática dirigida hacia el voto juvenil, sus malas y endeudadas decisiones han restado los entusiasmos por su gestión.
Hay otros fondos, informales, ilegales, artesanales que se pueden aliar con la ultraderecha de ser necesario. El personalismo de César Acuña sin duda ha convencido a varios de afortunados dueños de minas y centros de estudios de dudoso nivel, pero ha sido incapaz de despertar el fanatismo en la población. Lo que sí ha conseguido es convertir su manera de hablar en un meme. Antauro Humala se ha esforzado desde su psicótica manera política, pero tampoco ha conseguido convencer a la población que lo siga religiosamente. Estas nuevas y pantanosas fortunas han gustado más del Congreso de la República.
La presidencia les resultó, finalmente, indiferente. La oposición a la ultraderecha, sin ricos que la secunden, muy lejos parece quedarse. Poco duró el brillo de Alfonso López-Chau. Lo cierto es que se sienten ya los pasos de las elecciones y ningún candidato, sea cual sea su postura política, cuenta con ese personalismo que distinguió a Alan García y que le permitió obtener más de un millón y medio de dólares con sobornos. Dina Boluarte, la desaprobada, en el polo extremo de la popularidad (más no del narcisismo) ya puede ir imaginando cuál será su final.