San Marcos: las razones de la toma y la falacia del estudiante eterno
- Redacción El Salmón

- 13 sept
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La madrugada en que los estudiantes decidieron tomar San Marcos no fue un acto improvisado ni un arrebato juvenil, como suele caricaturizarlo el rectorado. Fue el desenlace de meses —años, en realidad— de acumulación de malestar frente a una política que, bajo el ropaje de modernización y orden administrativo, ha terminado por empujar a la universidad pública más antigua del país hacia una privatización encubierta.
El trasfondo de un conflicto
El volante difundido por la Federación Universitaria de San Marcos (FUSM) es contundente: el 79 % de los jóvenes peruanos está hoy matriculado en universidades privadas, mientras que apenas 2 de cada 10 postulantes logran acceder a una institución pública. Ese desequilibrio no es casual, sino el resultado de décadas de desmantelamiento del sistema público y fortalecimiento del negocio educativo privado. En el país, dos universidades privadas —la UTP y la UCV— concentran más estudiantes que todas las universidades públicas juntas.
San Marcos, que históricamente representó la puerta de acceso a la educación para miles de jóvenes de origen popular, también ha sido arrastrada hacia esa lógica. Hoy, más de un tercio de su presupuesto proviene de los llamados Recursos Directamente Recaudados (RDR): dinero del bolsillo de estudiantes y familias. El modelo se repite en cada decisión rectoral: aumento en el costo de los exámenes de admisión, cobros por laboratorios, reducción del presupuesto de Bienestar Universitario y, lo más reciente, un reglamento que busca imponer pagos para quienes quieran postular a una segunda carrera.
Las restricciones y el argumento del “estudiante eterno”
El detonante inmediato del conflicto fue el Reglamento de Admisión 2026-I, que inhabilita a estudiantes de pregrado activos o inactivos que abandonaron sus estudios en San Marcos o en otras universidades públicas. Además, establece que quienes quieran iniciar una segunda carrera deberán pagar hasta mil soles por matrícula y 300 soles de mensualidad.
Desde la rectoría, la narrativa es clara: se trata de combatir a los llamados “eternos estudiantes”, jóvenes que supuestamente usan la universidad como refugio político y se resisten a salir. Pero las encuestas que la propia federación ha levantado demuestran otra cosa: más del 56 % de los estudiantes que quieren cambiar de carrera lo hacen porque no eligieron la especialidad adecuada, muchas veces presionados por sus familias. Otro 37 % busca seguir su verdadera vocación en otra área.
El supuesto del “estudiante eterno” se revela así como un argumento falaz, útil para deslegitimar la protesta y justificar políticas restrictivas.
En la entrevista, los dirigentes son enfáticos: “la rectora nos difama con ese mote cuando muchos recién están en sus primeras carreras y comenzaron a estudiar en plena pandemia”. La etiqueta de eterno, aseguran, no es más que un recurso para deshumanizar sus demandas y silenciar la crítica.
El comedor y la vida cotidiana en crisis
El conflicto no se reduce a los reglamentos. El comedor universitario, símbolo del derecho a la permanencia estudiantil, es otro frente de indignación. Según el comité de comensales, en 2024 el presupuesto destinado al comedor fue de 10 millones de soles, pero solo se ejecutaron 2 o 3 millones. El resto, denuncian, “se devolvió”, mientras cientos de jóvenes quedaban sin raciones diarias.
Las imágenes de menús compuestos por arroz y menestras sin valor nutritivo circulan como prueba de una gestión que ahorra a costa de la alimentación de los estudiantes. En la práctica, la falta de fiscalización convierte el derecho a una comida digna en una lotería: muchos se quedan sin almuerzo, sin desayuno, sin cena.
“Hay dinero, pero no se gasta. Y mientras tanto nos dicen que debemos pagar laboratorios, exámenes y nuevas matrículas”, denunció un dirigente en la movilización. La contradicción golpea fuerte: el Estado destina recursos, pero la universidad devuelve presupuesto mientras estudiantes pasan hambre.
La represión y los procesos disciplinarios
A la precarización se suma la criminalización. La federación ha denunciado procesos administrativos y penales abiertos contra dirigentes, además de hostigamiento y exclusión en espacios de diálogo. Cuando se convocaron mesas con la rectora, aseguran, se invitó solo a representantes afines, dejando afuera a los críticos. Incluso al presidente de la federación se le negó el ingreso a una de esas reuniones, a pesar de que el estatuto reconoce su participación como obligatoria.
La estrategia es clara: dividir al movimiento estudiantil, deslegitimar a sus representantes y judicializar la protesta. De ahí que una de las exigencias principales sea el archivamiento de todos los procesos sancionadores y el respeto al derecho a la organización estudiantil.
Una lucha más amplia
Lo que ocurre en San Marcos no es un caso aislado. Universidades como Villarreal, la UNI, la Agraria, la Católica e incluso instituciones en provincias como la de Huancavelica han expresado su respaldo. La solidaridad se explica porque el modelo de financiar la universidad pública con el bolsillo de los estudiantes se repite en todo el país.
La FUSM ha planteado un pliego que va más allá del reglamento de admisión: anulación de cobros en laboratorios, ampliación del comedor, construcción de residencias, destitución de autoridades de seguridad implicadas en agresiones y la creación de lactarios en cada faculta. En el fondo, lo que reclaman es algo básico: que la universidad pública siga siendo pública.
Más allá de los muros
La toma de San Marcos, más que un acto de rebeldía juvenil, es una advertencia política. Los estudiantes denuncian que se busca trasladar el costo de la universidad al bolsillo de las familias, mientras el Estado se desentiende de su obligación constitucional de financiar la educación superior.
Si el conflicto se lee solo como una disputa entre autoridades y alumnos, se pierde de vista lo central: que la privatización de la universidad pública avanza en silencio, disfrazada de tecnicismos y normas administrativas. Los estudiantes, con sus protestas, con sus huelgas y con la toma del campus, han puesto ese debate en el centro. La historia dirá si fueron escuchados o si, una vez más, se les redujo al estereotipo del “eterno estudiante”.













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