Narrar para no olvidar: claves para entrar en Soldados de Salamina
- Redacción El Salmón
- hace 5 días
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Cuando Javier Cercas publicó Soldados de Salamina en el año 2001, el panorama literario español no estaba precisamente sediento de otra novela sobre la Guerra Civil. A lo largo del siglo XX, el conflicto había sido masticado por generaciones de narradores, desde la crudeza lírica de Sender hasta las memorias de Chaves Nogales o el realismo comprometido de Max Aub. Sin embargo, Cercas no se propuso competir en ese terreno: más bien, intentó algo distinto. Lo que escribió no fue tanto una novela sobre la guerra como una novela sobre la imposibilidad de contar la guerra, y sobre el lugar del escritor —y del lector— ante un pasado que se resiste a encajar.
Él mismo lo reconocería luego con cierta ironía: no quería escribir otra “novela de buenos y malos”, ni añadir una versión más a las ya trilladas. Quería, en todo caso, comprender cómo se construye la memoria, cómo opera la ficción sobre los hechos y cómo una historia mínima, casi insignificante, podía contener una verdad mayor que los grandes relatos.
Soldados de Salamina nace, entonces, de una incomodidad: la incomodidad del presente ante un pasado que no se deja reducir a eslóganes. Y a partir de esa incomodidad, Cercas construye un artefacto narrativo que —sin perder la ligereza de lo íntimo ni la profundidad de lo político— desafía las fronteras tradicionales entre géneros.
Contexto: la guerra, la transición, la amnesia
Para entender el impacto de Soldados de Salamina, hay que volver brevemente al contexto que la rodea. La Guerra Civil Española (1936–1939) fue un conflicto fratricida entre el gobierno de la Segunda República y los sublevados franquistas. Terminó con la victoria de estos últimos y el inicio de una dictadura de casi cuarenta años. Durante ese tiempo, la memoria de la guerra quedó capturada por el régimen: solo la versión franquista era válida, y los vencidos fueron borrados del relato oficial.
Con la transición democrática (1975 en adelante), España decidió, en términos generales, mirar hacia adelante. Se impuso un “pacto de silencio” que permitió construir una democracia sin ajustar cuentas con el pasado. La prioridad fue la estabilidad, y en nombre de ella, la memoria quedó congelada. Se habló poco y se investigó menos.
Pero a fines del siglo XX, ese modelo empezó a resquebrajarse. Una nueva generación de escritores, periodistas e historiadores comenzó a reclamar la necesidad de recordar. No desde el odio ni desde la revancha, sino desde la justicia y la ética. En ese contexto aparece Soldados de Salamina: no como una denuncia, sino como una exploración. No para imponer una versión, sino para abrir una conversación.
Una historia dentro de otra historia
La novela parte de un hecho aparentemente menor: un episodio casi olvidado de los últimos días de la guerra. Un personaje vinculado al franquismo, al borde de ser ejecutado, es perdonado —o salvado— en circunstancias inciertas. Esa escena, mínima y misteriosa, es la chispa que desencadena la búsqueda del narrador, que no es otro que Javier Cercas, convertido en personaje de su propia novela.
A partir de ahí, se despliega una estructura en tres partes. En la primera, se nos presenta el caso y la fascinación que genera. En la segunda, el narrador se lanza a una investigación que mezcla entrevistas, archivos, deducciones y vacíos. En la tercera —que no vamos a revelar— ocurre algo que cambia por completo el sentido de todo lo anterior.
Pero lo fundamental es que esta historia concreta sirve como punto de partida para una reflexión mucho más amplia: sobre la guerra, la cobardía y el heroísmo, sobre lo que callamos y lo que decidimos recordar. Es un libro sobre la posibilidad de que alguien, incluso en el lado equivocado, incluso en la situación más inhumana, pueda elegir hacer lo correcto. Y sobre cómo narrar eso sin caer en la mitificación ni en la simplificación.
Una obra fronteriza: entre novela, crónica y ensayo
Uno de los grandes méritos de Soldados de Salamina es su resistencia a ser clasificada. ¿Es una novela? Sí, pero no en el sentido clásico. ¿Es una crónica? También, pero está cargada de invenciones. ¿Es un ensayo? En muchos pasajes, sí: hay análisis literarios, digresiones filosóficas, interrogantes éticos. ¿Es un testimonio? En parte. ¿Es autoficción? Podría decirse, aunque sin el narcisismo habitual del género.
Lo que ha hecho Cercas es construir un artefacto literario en el que el lector avanza sin saber del todo en qué terreno pisa. Y esa ambigüedad es deliberada. El propio narrador —el Cercas personaje— no tiene todas las respuestas. Duda, se contradice, se equivoca. No busca lucirse como intelectual, sino compartir su desconcierto. Y en esa fragilidad, el lector encuentra un espacio para involucrarse.
Leer Soldados de Salamina es acompañar a alguien que busca, más que afirmar. Es una experiencia de lectura que rehúye el dogma y abraza la pregunta.
La escritura como forma de justicia
Hay un momento en la novela en el que se plantea una idea inquietante: que narrar bien una historia puede ser una forma de hacer justicia. No en el sentido judicial ni político, sino en el sentido humano. Contar lo que ocurrió —de verdad, sin adornos ni manipulaciones— es un acto de reparación. Y a veces basta con eso.
En este sentido, Soldados de Salamina no pretende reescribir la historia oficial. Tampoco aspira a ser la voz de los vencidos o un ajuste de cuentas con los vencedores. Su apuesta es otra: rescatar del anonimato una historia minúscula, casi invisible, y a partir de ella iluminar la complejidad del pasado. Es un libro sobre la dignidad, sobre los gestos mínimos que cambian el sentido de todo. Y también sobre la necesidad de no olvidar, no para odiar, sino para entender.
Por qué leerla hoy: vigencia, resonancia, eco
Más de veinte años después de su publicación, Soldados de Salamina sigue siendo un texto incómodo, fértil, provocador. En una época de polarización, donde las memorias vuelven a ser arma política y los relatos tienden a la simplificación maniquea, la novela de Cercas invita a pensar de otra manera. No desde el resentimiento, sino desde la complejidad. No desde el dogma, sino desde la duda.
Hoy, cuando muchas sociedades se enfrentan a sus propios pasados traumáticos —dictaduras, guerras, genocidios—, Soldados de Salamina ofrece un modelo alternativo: narrar no para cerrar heridas en falso, sino para abrir espacios de sentido. No buscar culpables, sino comprender los mecanismos del horror y, sobre todo, rescatar los gestos de humanidad que emergen en medio del desastre.
Cómo leer lo que no se dice
Un lector desprevenido puede esperar de Soldados de Salamina una novela de intriga o una biografía disfrazada. No es eso. Es un libro que exige atención a lo sutil, paciencia frente a lo fragmentario y sensibilidad ante lo no dicho. El verdadero centro del libro no está en los hechos narrados, sino en las preguntas que suscita. ¿Quiénes fueron los verdaderos héroes? ¿De qué lado estaban? ¿Qué significa ser valiente cuando todo está perdido?
El estilo de Cercas —preciso, claro, sin ornamentos excesivos— no se impone al lector, pero tampoco lo deja descansar. Obliga a pensar, a releer, a dudar. Y eso, en un tiempo donde muchas novelas se consumen y olvidan rápidamente, es una rareza.
Quien se acerque a Soldados de Salamina con voluntad de escucha encontrará una obra que crece con los años. Que no agota su sentido en la primera lectura. Que interpela. Que acompaña.
Una grieta luminosa en la literatura española
Con Soldados de Salamina, Javier Cercas no solo construyó una novela potente: inauguró una forma de mirar. Después de ella, la narrativa española contemporánea se abrió a nuevas posibilidades. Se permitió pensar la historia no como archivo muerto, sino como territorio de disputa simbólica. Y se animó a explorar la frontera entre ficción y realidad sin perder el rigor ni la ética.
Pero más allá de su valor literario, la novela nos recuerda algo esencial: que la memoria no está hecha de monumentos ni de fechas, sino de historias humanas, a veces insignificantes, a veces heroicas, casi siempre ambiguas. Y que escribir sobre ellas, con honestidad, puede ser una forma de hacer justicia cuando ya no queda nadie para castigar ni premiar.
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