top of page

La magia no está en la varita: la ternura rebelde de Si yo fuera bruja



ree


Hay una niña que no sabe muy bien qué hacer con su tristeza. Tiene ocho años, un mundo interior inmenso y la sensación de no encajar del todo. Sus padres, con buena intención y algo de desconcierto, le regalan una varita mágica. “Para que todo te salga bien”, le dicen. Pero Alba, que así se llama, descubrirá que el verdadero conjuro no está en los brillos ni en los trucos, sino en algo mucho más invisible: quererse a sí misma.


Así comienza Si yo fuera bruja, la nueva obra musical que Diego Lombardi estrena este 18 de octubre en el Teatro de Lucía. El espectáculo está inspirado en un cuento de Maga Olavarría y combina teatro, música en vivo e interacción con el público. Pero más allá de la magia y los colores, lo que propone es una pregunta poderosa y poco frecuente en el teatro familiar: ¿cómo aprenden los niños a habitar un mundo que muchas veces los apura, los compara y los distrae?


Alba, la niña que busca su propio hechizo


“Alba es una niña divertida, fuerte, muy creativa —cuenta Lombardi—. Tiene ocho años y está justo en ese momento en que empieza a enfrentarse con el mundo, con las exigencias del colegio, con la necesidad de hacerse un lugar. No se halla, no se encuentra, y a partir de la magia que le otorgan sus padres empieza a descubrir que la verdadera magia está dentro de ella: en aprender a quererse, en aceptarse como es”.


En escena, Paulina Bazán da vida a esa niña de sonrisa amplia y mirada curiosa. La describe con ternura y precisión: “Alba es soñadora, juguetona, pero también insegura. Le cuesta expresar lo que siente, y como muchos niños de hoy, está buscando en quién apoyarse. Al principio cree que la varita resolverá todo, como si fuera un teléfono o una app mágica. Pero poco a poco se da cuenta de que no necesita esos artilugios: ella misma es suficiente. Su poder está en atreverse a decir lo que siente, a cantar, a jugar, a imaginar”.

Bazán se ríe mientras compara esa varita con el internet o la inteligencia artificial: “Vivimos rodeados de pantallas que prometen respuestas instantáneas. Alba, en cambio, nos recuerda que las respuestas más verdaderas nacen de mirarnos hacia adentro”.

 

El teatro como juego compartido


Lombardi confiesa que aceptar este proyecto fue también una forma de volver a su propio origen como artista: el juego. “Nunca había dirigido teatro para niños —dice—. Pero cuando el Awelo Miranda me propuso adaptar el cuento, me pareció una oportunidad hermosa para acercarme al mundo de mis hijas. Ellas tienen cinco y ocho años. Siempre me ven actuar, pero ahora pueden verme contar una historia que las toca directamente. Es, en parte, un regalo para ellas y para los padres que están en lo mismo: intentando entender, acompañar, no enloquecer”.


El montaje, explica, se construyó casi como un laboratorio lúdico. Los muebles cambian de forma para inventar nuevos espacios, los actores manipulan objetos a la vista del público, y cada función se vuelve un juego. “Estamos jugando al juego de Alba —dice Lombardi—, jugando a su magia. Eso me ha conectado con lo que fue para mí el inicio del teatro: jugar. Los niños te permiten eso, porque su cerebro todavía no ha sido capturado por la sociedad. Pueden entrar en el juego con una libertad que los adultos hemos olvidado”.


Por eso, Si yo fuera bruja no se limita a un espectáculo: es una experiencia participativa. Los niños cantan, responden a los personajes, se levantan, bailan. No hay silencio absoluto ni mirada pasiva. “Lo sé —ríe Lombardi—. He probado pedacitos de la obra con mis hijas y sus amigas. Se distraen, vuelven, hablan, y los actores tienen que reconquistarlas todo el tiempo. Esa es la idea: mantener viva la atención desde el juego, no desde la imposición.”

 

Cuando el teatro dialoga con la vida


La obra se sostiene sobre una premisa sencilla pero poderosa: los sentimientos no se esconden, se nombran. Y al hacerlo, se transforman. “Es lo que más me gusta de Alba —dice Bazán—. Ella aprende a verbalizar lo que siente. Y eso es algo que todos deberíamos practicar más. Los niños lo aprenderán jugando, pero los padres también se verán reflejados: esa mamá apurada, ese papá distraído con el celular... todos van a reconocer algo de sí mismos en el escenario”.


Lombardi coincide. “Hoy todo va tan rápido que a veces olvidamos mirar a nuestros hijos, escucharlos de verdad. Si yo fuera bruja es un intento de detener el tiempo por una hora, de volver a conectar. Y creo que el teatro, en especial el teatro para niños, puede ser una forma de educación emocional”.


Con canciones originales compuestas por Jorge “Awelo” Miranda, la obra logra tender puentes entre generaciones: los niños la disfrutan por su color y su ritmo; los adultos, por la honestidad con que retrata la infancia.


Temporada: Teatro de Lucía (Calle Bellavista 512, Miraflores)

Funciones: Sábados y domingos a las 4:00 p. m.

Entradas: A la venta en Joinnus


 

Comentarios


Noticias

bottom of page