“Igualados”: cuando el teatro obliga a mirar los privilegios de frente
- Redacción El Salmón

- 13 sept
- 4 Min. de lectura

En el Perú, donde las brechas sociales y raciales atraviesan cada espacio de la vida cotidiana, el teatro se convierte a veces en un espejo incómodo. Igualados, la nueva creación del colectivo Panparamayo Teatro, dirigida por Mario Ballón e interpretada por Arés Escudero, no busca ofrecer un espectáculo reconfortante ni una denuncia panfletaria: lo que propone es interpelar al espectador, incomodarlo, obligarlo a reconocer los mecanismos de discriminación y privilegio que marcan nuestra convivencia.
No es casual que la obra parta de una historia personal. Escudero encarna a una mujer limeña de clase alta que, al dejar de encajar en los rituales sociales de su entorno, inicia un proceso de deconstrucción. Lo que aparece en escena es esa fractura íntima que se vuelve política: el intento de deshacerse de privilegios, cortar vínculos, resistir mandatos familiares y, sobre todo, confrontarse a sí misma.
El privilegio como materia escénica
Desde el inicio, Ballón y Escudero reconocen que no hablan desde la orilla de los “otros”, sino desde la incomodidad de quienes han gozado de ventajas sociales y económicas. Ese gesto de autocrítica resulta fundamental. Como explica el director:
Reconocemos que hemos tenido ciertos privilegios en nuestra educación y en nuestra vida cotidiana: un poder adquisitivo, la posibilidad de viajar. Sentíamos que era necesario hablar de este tema en nuestro país, porque esas diferencias —que hasta cierto punto pueden parecer normales— se vuelven preocupantes cuando empiezan a distanciarnos de otros grupos o personas.
En ese reconocimiento radica parte de la fuerza de Igualados: no busca exponer la discriminación desde afuera, sino desnudar cómo opera desde adentro, en decisiones aparentemente banales. ¿Con quiénes nos relacionamos? ¿A quién consideramos atractivo o inteligente? ¿Qué gestos reproducimos sin darnos cuenta?
Entre la incomodidad y la culpa
La puesta no se limita a mostrar privilegios, sino que avanza hacia la culpa que estos generan. Ballón lo resume con una claridad que en escena se traduce en incomodidad:
No por tener acceso, sino porque a veces esos accesos nos han impedido ver. Nos hemos quedado en un lugar cómodo, de hacernos de la vista gorda frente a necesidades de otras personas que estaban tan cerca.
Ese “hacerse de la vista gorda” se representa en la lista interminable de disculpas que pronuncia Escudero, un catálogo de situaciones que resuenan en el público: desde episodios de racismo en playas exclusivas hasta frases familiares heredadas del pensamiento colonial. El humor y el sarcasmo suavizan la tensión, pero no la anulan: lo que queda es el retrato de un país donde, doscientos años después de proclamada la independencia, las jerarquías coloniales siguen vivas.
El espectador en el centro
Uno de los rasgos más potentes de Igualados es que no permite la pasividad del público. La obra no se limita a mostrarse, sino que incorpora a los asistentes como parte de la acción. Los invita a tomar postura, a reorganizarse en el espacio, a responder preguntas que destapan prejuicios. Ballón lo explica así:
El hecho de que la obra involucre tanto al público busca también interpelar. Todos estamos involucrados de alguna forma. A veces aparecen preguntas incómodas que nos obligan a mirar hacia adentro. Cuando te cuestionan quién es la persona más inteligente, la más bonita, la más capaz, aparecen prejuicios, juicios rápidos. Eso influye en cómo miramos a los demás y hasta en cómo vivimos nuestras relaciones.
El espectador se convierte entonces en cómplice y en testigo. La frontera entre escena y platea se deshace para poner en evidencia algo más profundo: la discriminación no está afuera, sino en cada uno de nosotros.
Igualados: un término invertido
El título de la obra es, por sí mismo, una provocación. En un país donde la palabra “igualado” suele usarse como insulto, Ballón la resignifica:
Incluso la palabra ‘igualados’, que suele usarse de manera despectiva, la asumimos como una respuesta afirmativa: sí, somos igualados, y ojalá lo fuéramos más.
Ese giro conceptual atraviesa toda la puesta: ridiculizar la “pituquería limeña”, desmontar prejuicios heredados, abrir un espacio de reflexión colectiva.
El director añade una lectura más amplia:
En el Perú las diferencias de clase son tan grandes que es normal que generen fricciones, revueltas, movimientos que buscan cambiar las cosas. Pero al mismo tiempo el capitalismo absorbe todo y refuerza un pensamiento individualista y colonialista del que no terminamos de liberarnos. Arrastramos esos problemas y necesitamos hablar de ellos con más cotidianeidad, poner el dedo en la llaga, si realmente queremos generar cambios.
De ese modo, Igualados no solo pone en evidencia la vida íntima de un personaje, sino que enlaza la experiencia personal con las tensiones sociales e históricas de un país marcado por desigualdades persistentes.
Una conversación necesaria
Igualados no pretende dar soluciones, pero sí algo más urgente: generar conversación. En un país marcado por episodios de violencia social y racismo estructural, el arte escénico puede contribuir a desnaturalizar prácticas profundamente arraigadas. La obra de Ballón y Escudero se suma a ese esfuerzo con un lenguaje directo, crítico, pero también con humor y cercanía.
La incomodidad que provoca en el público es su mayor logro. Porque ahí donde el capitalismo y el colonialismo siguen moldeando nuestras relaciones, reconocer los privilegios y cuestionarlos puede ser un primer paso hacia otra forma de mirarnos.
Para agendar:
Obra: Igualados
Dirección: Mario Ballón
Interpretación: Arés Escudero
Estreno: sábado 13 y 20 de septiembre, 8:30 p.m.
Lugar: El Galpón Espacio, Pueblo Libre
Entradas: Vía Whatsapp al link https://wa.link/dmiwdj













Comentarios