Entre bofedales secos y mesas rotas: la lucha de Uchuccarcco contra la minera
- Redacción El Salmón

- 19 sept
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En las alturas de Chumbivilcas, Cusco, la comunidad campesina de Uchuccarcco ha convertido su protesta en un símbolo de resistencia frente a la minera Hudbay Perú S.A.C. No se trata de un estallido espontáneo ni de un arrebato coyuntural: es la acumulación de más de una década de desencuentros, promesas incumplidas y daños ambientales que, según los pobladores, han ido cercando su vida diaria.
La consigna que repiten hoy es directa: que Peter Kukielski, CEO de Hudbay Minerals, llegue personalmente al territorio para dar respuestas. En Uchuccarcco ya no aceptan voceros intermedios. “Ellos no deciden nada, solo alargan el conflicto”, dicen los comuneros.
La herencia de un convenio incumplido
En 2012, Hudbay y la comunidad firmaron un convenio que autorizaba a la minera a operar sobre 266.5 hectáreas de tierras comunales. A cambio, se prometió desarrollo social, integración de proveedores locales, empleo preferente para la población y la creación de un fondo social que permitiría obras de impacto directo en educación, salud y productividad.
Más de diez años después, los comuneros sostienen que casi nada de eso se cumplió. Los proyectos anunciados nunca llegaron a concretarse, las contrataciones locales son mínimas y los proveedores comunales apenas representan una fracción insignificante del gasto total de la compañía. “Trajeron gente de fuera, compran de fuera, y nos dejaron con menos tierra y menos agua”, resume un dirigente.
El agua que se escurre
La herida más profunda es el agua. En las asambleas de Uchuccarcco los testimonios son repetidos: bofedales que antes eran verdes y húmedos ahora lucen secos, manantiales que desaparecieron con el avance de los tajos, riachuelos convertidos en cauces de polvo. La ganadería comunal —base de la economía familiar— se resiente cada vez más; sin agua, las alpacas y vacas mueren o producen menos.
La minera, por su parte, insiste en que no hay pruebas científicas de contaminación ni de afectación a los recursos hídricos. Pero la respuesta no convence. Para los pobladores, las evidencias están frente a sus ojos: el pasto ya no crece como antes, los animales buscan agua en vano y las familias deben caminar más lejos para llenar baldes. El choque entre la experiencia cotidiana y los estudios técnicos se ha convertido en un abismo imposible de zanjar.
El territorio en disputa
En la última mesa de diálogo realizada en Sayhualoma, el equipo técnico de la comunidad presentó un estudio topográfico que revelaba un hecho delicado: Hudbay habría cercado 21.5 hectáreas adicionales a las 266.5 autorizadas en el convenio original. La minera admitió el exceso en el enmallado, pero evitó proponer una salida. La comunidad interpretó ese silencio como un gesto de indiferencia, casi de desprecio.
Para los comuneros, el territorio no es solo suelo para trabajar; es historia, es memoria, es sustento. La idea de que la empresa se haya apropiado de hectáreas sin permiso es vista como una ofensa que va más allá de lo económico: es un cuestionamiento a la dignidad comunal.
La mesa que se quiebra
La última reunión no terminó bien. Los representantes de Hudbay se retiraron sin acuerdos, dejando tras de sí un ambiente cargado de frustración. La tensión llegó a su punto más alto cuando el ingeniero Julio Roncal acusó a los comuneros de “hacer política”. Las palabras fueron rechazadas de inmediato.
El incidente no fue menor. Para la comunidad, esas declaraciones muestran la falta de sensibilidad de la empresa frente a reclamos vitales. Para la compañía, en cambio, se trata de un conflicto que debería resolverse con estudios y mesas de diálogo. Esa brecha en la forma de entender la protesta es lo que mantiene todo estancado.
El Estado que mira de lejos
Mientras tanto, las instituciones estatales aparecen apenas como observadores. La Defensoría del Pueblo ha emitido alertas, el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) ha hecho visitas, pero la comunidad acusa al Estado de tibieza y de ponerse más del lado de la empresa que del suyo. Cada día que pasa sin soluciones concretas refuerza la sensación de abandono.
En este panorama, las acusaciones de uso excesivo de la fuerza en algunas manifestaciones han encendido más desconfianza. Varios comuneros denuncian que la Policía ha actuado para proteger a la minera, no a los ciudadanos.
Lo que está en juego
El conflicto de Uchuccarcco no es un caso aislado. En el Perú, los conflictos mineros se multiplican en zonas donde las comunidades sienten que las promesas de desarrollo no llegan, que el agua escasea y que el Estado no cumple su papel de árbitro imparcial. Pero en Chumbivilcas la resistencia ha cobrado un cariz especial: se ha convertido en un pulso directo con la alta gerencia de una minera transnacional.
Lo que está en juego no es solo la resolución de un pliego comunal, sino la vigencia de la llamada “licencia social” que permite operar a proyectos extractivos. Uchuccarcco no pide una adenda técnica ni un informe más; pide que la empresa dé la cara y se responsabilice.
Una lucha que resuena más allá de las montañas
En cada asamblea, los comuneros repiten la misma idea: no levantarán la medida hasta que Hudbay asuma sus compromisos. Puede ser que para la minera se trate de un conflicto local, pero para la comunidad ya es un asunto de dignidad colectiva.
Las noches en Uchuccarcco son frías, pero el malestar no se enfría. En las fogatas improvisadas al borde de las carreteras, hombres y mujeres recuerdan las promesas que escucharon hace más de diez años: carreteras asfaltadas, centros de salud modernos, agua limpia garantizada. Hoy sienten que todo eso se quedó en el papel. Por eso, lo que empezó como un reclamo por incumplimientos ha terminado convertido en una exigencia radical: que la máxima autoridad de Hudbay Minerals venga a explicar, frente a frente, por qué esas promesas nunca se cumplieron.













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