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El plan de Trump para Gaza es un fraude (y aquí te explicamos por qué)

Actualizado: 2 oct

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El 29 de septiembre de 2025, Donald Trump presentó públicamente un ambicioso plan de 20 puntos para Gaza, acompañado del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, quien declaró su respaldo inmediato. El proyecto promete un alto el fuego inmediato, la liberación de rehenes en 72 horas y una gobernanza transitoria dirigida por tecnócratas supervisados por un Consejo internacional con Trump al frente.


Pero el anuncio vino acompañado de algo más: un ultimátum. Trump ha dado a Hamas “tres o cuatro días” para aceptar los términos, advirtiendo que de lo contrario “será un final triste”. 

Ese apremio revela de entrada la naturaleza coercitiva del plan: no es una oferta negociable en condición de igualdad, sino un dictado con fecha límite.


Lo que promete el plan (o lo que dice prometer)


El plan propone un alto el fuego inmediato y la devolución de todos los rehenes en 72 horas, junto con la liberación de prisioneros palestinos por parte de Israel. Ofrece amnistía a miembros de Hamas que depongan las armas y permite su salida segura, mientras que la ayuda humanitaria y la reconstrucción serían gestionadas por la ONU. Gaza sería administrada temporalmente por un comité tecnocrático supervisado por un “Consejo de Paz” encabezado por Trump, y una fuerza internacional garantizaría la seguridad y el control fronterizo.


Asimismo, el proyecto contempla la exclusión total de Hamas del poder, la destrucción de su infraestructura militar, la creación de una zona económica especial y una eventual autodeterminación palestina sujeta a reformas.


Además, en versiones previas al plan de 20 puntos, Trump había esbozado una propuesta más radical: “poseer” Gaza, remover escombros, reasentar temporalmente a los habitantes e incluso considerar que Gaza fuera “tomada” y reconstruida como una zona bajo control estadounidense. 


Estas ideas preliminares han sido interpretadas como un intento de colonización indirecta o reemplazo del pueblo palestino en su territorio. 


Un plan problemático


Las promesas pueden sonar seductoras en el papel —rehabilitación, paz, reinversión— pero al mirar los detalles, surgen numerosos huecos, peligros y contradicciones. Estas son algunas de las críticas más contundentes:


1. Ausencia de participación palestina legítima


Uno de los principios básicos de la justicia internacional es que los pueblos afectados deben tener voz. Sin embargo, este plan fue redactado sin consulta a Hamas (el principal actor en Gaza) y sin acuerdo previo con la Autoridad Palestina en Cisjordania.


Imponer por decreto un gobierno tecnocrático o una “Junta de Paz” encabezada por actores externos —con Trump como presidente virtual de Gaza— es negar la soberanía del pueblo palestino y reproducir lógicas coloniales de tutela internacional.


2. Ultimátum disfrazado de oferta


Al dar a Hamas unos días para responder y amenazar con “un final triste”, el plan deja claro que no hay espacio real para deliberación o contrapropuestas. Eso convierte el plan en imposición más que en un acuerdo de paz.


Además, la cláusula según la cual “si Hamas rechaza o demora, las disposiciones se aplicarán en las zonas ya controladas por Israel” (es decir, aplicar unilateralmente partes del plan) socava la idea de consenso. 


3. Desmilitarización total sin garantías, con sujeción a control externo


Obligar a Hamas a depurar sus armas sin garantizar un espacio de resistencia o defensa es un acto de desequilibrio. Los mecanismos para supervisar y verificar la desmilitarización están vagos, sin claridad sobre quién monitorea, con qué autoridad ni cómo se manejaría una reactivación. 


Asimismo, la existencia de una Fuerza Internacional de Estabilización (ISF) con poder real sugiere un control externo sobre materia esencial de seguridad. Si esa fuerza no proviene en gran medida de los países árabes de la región, queda el riesgo de dependencia casi absoluta de EE. UU. o de potencias externas.


4. Riesgo de que la retirada israelí sea simbólica o suspendida


Aunque el plan promete la retirada escalonada del ejército israelí, condiciona esa retirada al cumplimiento de hitos en desarme. Esto abre la puerta a que Israel demore la salida indefinidamente alegando que las condiciones no se han cumplido. En numerosas treguas pasadas, Israel ha usado cláusulas similares para mantener presencia en terrenos estratégicos. 


Además, la promesa de que Israel “no ocupará ni anexionará Gaza” está condicionada: la retirada estaría limitada en tiempo, con “perímetros de seguridad” que podrían mantener presencia militar encubierta. 


5. Ambigüedad sobre la reconstrucción y el control económico


El plan habla de una “Nueva Gaza”, zonas económicas especiales y paneles de expertos para reconstrucción. Pero carece de un plan financiero claro, garantías de derechos laborales, mecanismos para que los gazatíes participen o se beneficien directamente. Esa reconstrucción podría volverse un proyecto extractivo con beneficiarios externos más que internos. 


En versiones anteriores del proyecto, se contemplaba una “reubicación voluntaria” durante la reconstrucción, con incentivos monetarios. Pero esto ha sido interpretado como una forma de desalojo indirecto o desplazamiento forzado. 


6. Ausencia de garantía real sobre el derecho a la autodeterminación


Aunque el plan menciona la “eventual vía creíble hacia la autodeterminación palestina”, esa aspiración queda sujeta a reformas, condiciones y a que la Autoridad Palestina demuestre “capacidad segura y eficaz”. En otras palabras: no hay garantía de Estado palestino ni de soberanía plena. 


Este retraso estratégico del reconocimiento de derechos fundamentales puede convertirse en una forma de perpetuar una ocupación disfrazada.


7. Riesgo de imposición militar y retórica belicista


Trump y Netanyahu han advertido que, si Hamas rechaza el plan, Israel (con respaldo de EE. UU.) retomaría operaciones militares con plena autoridad. Esa amenaza está implícita en el diseño del plan como presión constante. 


En esencia, la ruta que no conduzca a la aceptación automática será respondida por la fuerza, con devastación posible y sin control sobre los términos de un cese forzado.


8. Desplazamiento, control demográfico y posibles violaciones de derechos


Las versiones anteriores del plan incluían ideas de reasentamiento temporal e incluso permanente de población gazatí, con Gaza reubicado bajo control externo. Eso plantea serias preocupaciones de limpieza étnica, expulsión y sustitución poblacional. 


Aunque en el documento de 20 puntos se asegura que “nadie será obligado a salir de Gaza” y que quienes quieran irse podrán hacerlo libremente, el contexto de destrucción masiva, acceso limitado, inseguridad y dependencia hace que esa libertad formal sea en gran medida ilusoria. 


Los actores regionales y la reacción internacional


A primera vista, parece que Trump logró respaldo de varios gobiernos árabes. Pero no son pocos los que expresan reservas profundas. Qatar y Egipto han señalado que ciertos puntos necesitan aclaración y negociación. 


Siria, Irán y otros críticos tradicionales de EE. UU. han denunciado el plan como una imposición colonial y una usurpación del derecho de los palestinos. Organismos de derechos humanos han alertado que bajo este esquema podría cometerse crímenes de guerra, desplazamientos forzados y vulneraciones del derecho internacional humanitario.


La ONU, aunque expresó bienvenida a los esfuerzos para aliviar el sufrimiento, ha subrayado que cualquier solución debe respetar los derechos fundamentales, incluido el retorno de refugiados y la plena igualdad legal, puntos que el plan de Trump deja en suspenso.


Por su parte, Hamas aún no ha respondido oficialmente, aunque fuentes cercanas han dicho que el plan es estudiado “en buena fe”. La dirigencia palestina en Cisjordania (Fatah) lo ha repudiado, calificándolo como un “documento de rendición.” 


El plan de Trump, en apariencia audaz, revela al ser examinado que busca reordenar Gaza bajo una tutela internacional con poderes reales, excluyendo a Hamas del poder, reduciendo al pueblo palestino a beneficiario pasivo, y condicionando la paz a la sumisión.


Presentarlo como un vehículo de paz sin reconocer el derecho a la autodeterminación, sin consulta democrática, con amenazas veladas de fuerza, y con un diseño tan asimétrico, pone en duda su legitimidad y sostenibilidad.


Si bien el sufrimiento en Gaza exige una solución urgente, una paz impuesta desde afuera no sana heridas profundas ni puede cimentar un futuro justo. La historia muestra que las “soluciones” que ignoran la voluntad del pueblo se convierten con el tiempo en resistencias encubiertas y nuevas fuentes de conflicto.


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