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Del manga a las calles: la bandera que mueve a la Gen Z


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En las últimas semanas, en las concentraciones juveniles que recorren plazas y avenidas de Lima se ha vuelto frecuente ver una imagen que, hasta hace poco, pertenecía casi exclusivamente a las estanterías de cómics y a los feeds de TikTok: una calavera sonriente con un sombrero de paja. Es la versión «Jolly Roger» de los Piratas del Sombrero de Paja, el grupo liderado por Monkey D. Luffy en One Piece, el manga y anime japonés que lleva décadas en los hábitos culturales de millones. Esa bandera —a la vez juguetona y contundente— funciona hoy como un signo de identificación, pero también como una metáfora: la traducción simbólica de una generación que reclama libertad, cohesión y ruptura con el estado de cosas que considera corrupto o caduco.


¿Qué lleva a una serie de ficción a convertirse en símbolo político?


One Piece narra, en su núcleo temático, la aventura de un grupo heterogéneo que desafía autoridades, imperios y normas opresivas en busca de su propio ideal: la libertad. Ese hilo narrativo —piratas que no son simples saqueadores sino rebeldes con causas— ha sido reapropiado por jóvenes en contextos muy distintos del Japón ficticio del manga. Para la Generación Z, habituada a consumir narrativas seriales, ágil en crear y propagar memes, y sensible a las metáforas de resistencia, la iconografía de Luffy y su tripulación se adapta con facilidad a un repertorio de protesta: es visualmente fuerte, fácilmente reproducible y cargada de un sentido moral reconocible: lucha contra poderes opacos.


El uso de la bandera no nació en Perú. Durante 2024–2025 se registraron manifestaciones en Indonesia, Nepal y Filipinas donde jóvenes ondearon versiones del Jolly Roger como manifestación de descontento contra gobiernos y elites percibidas como corruptas o autoritarias. Desde esos focos, la imagen se transmitió por redes —X, Instagram, TikTok— y llegó a América Latina: primero como archivo visual compartido y luego como estandarte en plazas locales. En Perú, su emergencia reciente se conecta con protestas contra medidas específicas (reformas a pensiones, decisiones legislativas) y con un caldo de indignaciones acumuladas por denuncias de corrupción y por la percepción de que las instituciones no responden. La bandera, así, funciona como puente entre una referencia global y una queja local.

¿Qué significa exactamente la calavera con sombrero de paja en las marchas peruanas?


El gesto simbólico tiene varias capas:


  • Identidad colectiva: usar un mismo ícono ayuda a identificar a los grupos que comparten consignas y repertorios de acción. La bandera funciona como marca de pertenencia entre jóvenes que se reconocen como «generación Z» y como usuarios activos de la cultura pop.

  • Narrativa de rebelión legitimada: la historia de One Piece coloca a sus protagonistas contra un «Gobierno Mundial» corrupto y jerárquico. Esa narrativa permite a los manifestantes enmarcar su protesta como una lucha contra sistemas autoritarios o corruptos, no como un acto de vandalismo gratuito.

  • Humor y desdramatización: el símbolo es, a la vez, serio y juguetón. En contextos de riesgo (represiones, detenciones), el humor —y la estética del anime— ofrece una forma de desactivar el miedo y de mantener cohesión emocional entre quienes marchan.

  • Táctica comunicacional: la imagen funciona en redes: es fácil de fotografiar, viralizar y adaptar en stickers, pancartas y muñecos; se presta a la réplica rápida, lo que amplifica el mensaje fuera de la calle.


Entre la calle y el meme: la política en clave pop


La adopción de símbolos de la cultura popular no es nueva, pero la velocidad con que se globalizan hoy sí lo es. Las audiencias de la Generación Z suelen politizar —y depolitizar— en simultáneo: convierten referentes lúdicos en emblemas serios y, a la vez, emplean la ironía para sobrevivir a la presión social y policial. Ese modo de operar explica por qué una ficción que, en su origen, es entretenimiento masivo puede transformarse en estandarte de protestas con demandas concretas: contra reformas, contra congresos o presidencias, por justicia social.


Más allá de la gráfica, la elección del Jolly Roger habla de expectativas: una generación que desea horizontes distintos, que articula su malestar con códigos culturales compartidos y que entiende la protesta como escena tanto física como digital. Para muchos jóvenes, la bandera es una forma de decir —con una mezcla de ironía y precisión estética— que no aceptarán gobernanzas opacas ni la normalización de la violencia estatal. En otras palabras: no solo marchan contra políticas puntuales; marchan con una imagen que resume una aspiración más amplia: libertad, justicia y pertenencia.


Si algo muestran estas semanas en Lima y otras capitales es que las generaciones construyen repertorios simbólicos según sus medios y lenguajes. Quizá la bandera de One Piece sea una moda pasajera; quizá sea el comienzo de un conjunto nuevo de símbolos políticos. Lo que parece claro es que, en la era de lo viral, un emblema nacido en la ficción puede convertirse, casi de inmediato, en marca generacional y herramienta de acción política. Y que, cuando eso sucede, la pregunta ya no es solo qué representa la imagen, sino qué orden social está pidiendo —y exigiendo— cambiar.

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