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Cuerpos abyectos y niños chiflados en Niños del pájaro azul de Karina Pacheco




No es la primera vez que Karina Pacheco pone el acento en cuerpos considerados abyectos, cuerpos precarios víctimas de la crueldad que se devela en mundos y comunidades deterioradas por la ambición extrema. Es el relato del patriarcado tardo-capitalista insertado en los pueblos pequeños. Pacheco pone el acento allí donde el patriarca ya no protege sino, más bien, tiraniza y trafica con cuerpos que entiende como posesiones, como una extensión de su territorio. Karina es una narradora que conoce de cerca muchos de los pueblos y las comunidades en las que se asientan sus historias. Viaja, recoge material, escucha historias y recrea infamias. En un mundo en donde el neoliberalismo del sur global ha llegado a todos los rincones y se ha instalado como modos de “hacer, sentir y pensar”, como afirma Verónica Gago en La razón neoliber,l y no solamente como una mera imposición económica, reconocemos en estos textos las consecuencias de una práctica de desposesión de los cuerpos y los sueños.

 

Niños del pájaro azul de Karina Pacheco es un cuentario cuyos temas son la violencia política, la trata y el feminicidio. Los personajes que narran recuerdan el trauma del que fueron testigos en su adolescencia o infancia. Los siete cuentos que conforman este libro están anclados en la memoria de generaciones posteriores. Revelando de esta manera que la herida de los que amaron o fueron testigos del evento no ha cesado. En el cuento titulado Todo empieza, el narrador busca a una chica de su pueblo, Azul, que fue secuestrada en 1983 y llevada al Estadio de Huanta. Tenían 15 años cuando esto sucedió y estaban enamorados. Después de ocho años del evento, el protagonista regresa a Huanta y empieza a conocer acerca de la historia familiar de Azul. De la poca preocupación de su padre por buscarla, de la derrota de la madre que vive lejos.  Sin embargo, él decide persistir y e ir a la oficina de desaparecidos a reportarla: “Han pasado cuarenta años, Azul, he venido a buscarte”. El reconocimiento de Azul es fundamental para el narrador, pues su vida también se quedó anclada en ese momento. El amor es un motor de restitución en un mundo de despojo, una manera de reapropiarse de lo arrebatado.

 

Las flores de Gwen y Trenzas de sirena son dos historias sobre el asesinato de mujeres, pero que en la época en que fueron cometidos, solo eran vistos como muertas irrelevantes, “castigos” por andar solas o desear otra vida. En las flores de Gwen, la narradora -que en el presente tiene 83 años- recuerda cuando niña ser testigo de la aparición de los llamados “niños chiflados”, mientras que en Trenzas de la sirena, la narradora es la nieta de Eda, la hermosa muchacha y cantante de 14 años raptada un día por un violinista, abuelo de la narradora. La nieta decide ir al lugar donde el cuerpo de su abuela fue encontrado.

 

Cada cuento muestra la magnitud de la rapiña sobre los cuerpos, el deterioro de los territorios por manos de los poderosos, y los poderosos todos son hombres que pueden tomar el papel de un presidente de la nación o el de un farmacéutico de pueblo. Nos adentramos en territorios en los que la ley institucional no tiene sentido. Quien gobierna, además, como en Niños de pájaro azul, el cuento que da título al libro y con el que se abre, es un sujeto delirante que se rodea de sicarios, nigromantes y prostitución forzada. Que se baña con la sangre del corazón de niños indígenas, que se alimenta de las víctimas. Un Saturno devorador de sus hijos más débiles. Karina Pacheco describe la perversidad de estos sujetos, que como el ambicioso Adonys Luy en Caiman Xuxian, secuestran, trafican y venden los cuerpos “desechables” de la nación. Son personajes con una mentalidad psicópata, que no tienen remordimiento. Los cuentos parecen decirnos que la ferocidad está instalada en la personalidad de ciertos sujetos. La ambición, la ilegalidad, la trata y el deterioro son parte de un mismo fenómeno contemporáneo. Los cuerpos son objeto de intercambio utilitario o de posesión, de uso y deshecho. Para la antropóloga Rita Segato (2018):


el capital hoy depende de que seamos capaces de acostumbramos al espectáculo de la crueldad en un sentido muy preciso: que naturalicemos la expropiación de vida, la predación [...] Es por eso que [sic] podemos decir que la estructura de personalidad de tipo psicopático […] es la personalidad modal de nuestra época por su funcionalidad a la fase actual extrema del proyecto histórico del capital: la relación entre personas vaciada y transformada en una relación entre funciones, utilidades e intereses. (pp. 12-13)

 

Felizmente, el tirano no siempre puede controlarlo todo y se enfrenta a incómodas fuerzas de resistencia como el caso de los “niños chiflados”, que han sido testigos del horror, y su trauma no puede devenir palabra sino solo grito y onomatopeya. Y, por eso, se les califica de locos y se les  silencia, porque solo ellos conocen la verdad. Lo mismo sucede con el niño indígena que toca las teclas del piano en Niños del pájaro azul, quien de esta manera quiebra el silencio cómplice del contexto clandestino en el que está cautivo junto a otros niños. O como Eda, quien desde su encierro obligatorio canta con su maravillosa voz y su canto es como el del pájaro azul. A su modo, Imparte belleza liberándose momentáneamente de su encierro-tumba.

 

Las víctimas de estos relatos son sujetos enmudencidos, que nacieron en precariedad y cuya muerte anónima cobra protagonismo en la voz de los personajes que Karina va construyendo para devolverlos al presente a través de la justicia del acto creativo y con el afecto de aquellos que los recuerdan, sea un abuelo, una niña, un adolescente, un militar de pueblo. Karina Pacheco los rescata de ese anonimato, los trae al presente para recobrar su dimensión humana. Los rescata del desprecio que el poder ejerce sobre estos cuerpos. Hace hablar a quienes los conocieron. Nos recuerda que el Perú es un territorio complejo cargado de violencia, formado por cuerpos abyectos, chiflados y desaparecidos, pero también de afecto, de comunidad, de historias. Aunque a veces nuestras voces solo sean una onomatopeya, un grito incomprendido en una lengua originaria o una nota musical no correspondida.

 

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