top of page

Coleccionar estampillas, una medicina contra las cartas Pokémon


ree


El coleccionismo siempre ha sido un reflejo de la forma en que las sociedades entienden el valor de los objetos. En los últimos años, la fiebre de las cartas Pokémon ha desbordado ferias, tiendas especializadas y plataformas digitales. Niños, adolescentes y adultos se lanzan a la caza de piezas raras, algunas de las cuales alcanzan precios que parecen sacados de un delirio: cientos de miles de dólares por un pedazo de cartón con una criatura fantástica impresa. Detrás de esas cartas está el poder de la nostalgia, la emoción de un universo compartido y, sobre todo, la lógica de un mercado que sabe cómo inflar lo escaso hasta volverlo oro.


Sin embargo, antes de que existiera esta cultura de consumo rápido, hubo otro tipo de coleccionismo que no se agotaba en la rareza ni en la especulación: el de las estampillas. La filatelia, a diferencia de las cartas Pokémon, fue siempre más que una moda. Fue, y sigue siendo, una forma de mirar el mundo, una puerta abierta a la historia, la geografía y la cultura. Quizá por eso hoy pueda pensarse como una medicina contra la inmediatez y el vértigo especulativo de las cartas modernas.


 

De un trozo de papel a la enciclopedia del mundo


El coleccionismo filatélico nació casi en paralelo al sello postal. En 1840, Inglaterra emitió el “Penny Black”, considerado el primer sello de la historia. En apariencia era un simple papel engomado, pero en realidad representaba el inicio de una revolución en las comunicaciones. A partir de allí, los sellos se convirtieron en una manera en que los Estados contaban su historia y mostraban al mundo sus símbolos. Reyes, héroes, batallas, inventos, paisajes, animales: todo podía caber en unos pocos centímetros cuadrados.


El sello no era solo un comprobante para enviar cartas; era una cápsula cultural. Por eso, coleccionarlos se volvió una experiencia infinita. A diferencia de un mazo de cartas que repite personajes y poderes, las estampillas ofrecían un abanico inagotable: series conmemorativas, emisiones limitadas, variaciones de color, errores de impresión, cancelaciones especiales. Cada sello podía abrir un capítulo distinto de la historia universal.


“La filatelia es cultura, historia y geografía. No hay tema que no aparezca en una estampilla. Te transporta a lugares y épocas distintas: con cien estampillas sobre los viajes espaciales puedes sentirte en la Luna, en una estación orbital o a punto de llegar a Marte. Al principio uno ve colores y dibujos; con los años lo entiendes como una verdadera forma de aprendizaje”, afirma Abraham Valencia, presidente del Club Amigos de la Filatelia  de Lima.


El infinito del coleccionismo


Uno de los mayores atractivos de la filatelia es que no hay una sola forma de coleccionar. Cada aficionado puede elegir su propio camino. Algunos buscan los primeros sellos emitidos en el mundo; otros se centran en un país específico. Los hay que arman colecciones temáticas: flores, trenes, deportes, escritores, aviones, fauna marina, expediciones espaciales. Otros prefieren rastrear errores de imprenta, variaciones mínimas que convierten un sello común en una rareza.


Ese carácter infinito hace que la filatelia nunca se agote. Siempre habrá una nueva emisión, un nuevo matasello, una pieza perdida en el sobre de una carta antigua. No existe un álbum definitivo ni un final cerrado; la colección se reinventa con cada hallazgo. En ese sentido, la filatelia no es un pasatiempo estático, sino un universo que se expande con el tiempo, a medida que el mundo cambia y sigue produciendo sellos.


Comunidad, intercambio y paciencia


Coleccionar estampillas tampoco es un ejercicio solitario. Desde sus inicios, los filatelistas crearon clubes, sociedades y encuentros donde intercambiaban piezas, discutían sobre rarezas y compartían conocimientos. Esa tradición se mantiene: todavía existen asociaciones filatélicas que organizan exposiciones internacionales y ferias donde coleccionistas de todas las edades se reúnen.


El intercambio es parte esencial del juego. No se trata únicamente de acumular lo que se encuentra, sino de dialogar con otros, negociar, aprender. Allí radica una diferencia profunda con las cartas Pokémon, cuya lógica actual se ha reducido muchas veces a comprar y vender al mejor postor. La filatelia, en cambio, fomenta la colaboración y la construcción colectiva de conocimiento.


Además, exige paciencia. Encontrar un sello específico puede tomar meses o años. Esa espera enseña a valorar el proceso tanto como el resultado, a entender que el coleccionismo no es una carrera de velocidad sino una escuela de perseverancia y observación.


Esa fuerza de la filatelia no es solo cosa del pasado. Incluso en un país como el Perú, donde la afición atravesó altibajos, la práctica ha demostrado su capacidad de reinventarse. Abraham Valencia recuerda que durante la pandemia ocurrió algo inesperado: “Durante el confinamiento mucha gente buscó en qué entretenerse y nosotros supimos aprovechar el momento: organizamos talleres y cursos virtuales gratuitos, abiertos a todo el público. Eso desató un crecimiento notable, reconocido incluso por instituciones filatélicas internacionales”.


Pokémon y la fiebre del mercado


El universo Pokémon, por su parte, responde a otros tiempos. La primera edición de la carta “Charizard” de 1999 ha alcanzado precios superiores a los 200 mil dólares. Influencers como Logan Paul han convertido estas cartas en símbolos de estatus, reforzando una dinámica donde lo importante no es tanto el juego o la historia detrás de la carta, sino su valor monetario.


Las cartas tienen su narrativa, por supuesto: personajes que combaten, poderes especiales, sagas que crecieron junto a varias generaciones. Pero la experiencia que proponen es distinta: rápida, competitiva, y en gran medida, especulativa. El acceso depende del bolsillo, y la comunidad se organiza más alrededor de subastas y precios que de la curiosidad cultural.


Mucho más que un pasatiempo: por qué la filatelia es mejor


Dicho de manera sobria pero directa: es mucho mejor coleccionar estampillas que cartas Pokémon. No porque las segundas carezcan de atractivo, sino porque se sostienen casi exclusivamente en la lógica del mercado. La rareza se vuelve precio, y el precio determina el prestigio. El coleccionista es reducido a un consumidor que compite por acumular lo más caro, lo más difícil de conseguir.


La filatelia, en cambio, ofrece beneficios que trascienden el valor económico. Enseña historia, conecta culturas, despierta la curiosidad y fomenta la paciencia. Abre un abanico de posibilidades infinitas: coleccionar por países, por épocas, por temáticas, por diseños. Permite compartir e intercambiar en comunidades donde lo que importa no es cuánto cuesta un sello, sino qué significa. Mientras el mundo Pokémon encarna un coleccionismo atado al vértigo y a la especulación, la filatelia propone un camino más amplio, más profundo y más enriquecedor.


Un legado que resiste al tiempo


Lo fascinante de la filatelia es que, pese al avance de lo digital y la casi desaparición de las cartas físicas, sigue viva. Países de todo el mundo continúan emitiendo sellos postales conmemorativos, muchos de ellos diseñados como auténticas piezas de arte. Internet, lejos de sepultarla, ha abierto nuevas plataformas de intercambio y subastas que conectan a coleccionistas de distintos continentes.


En muchos hogares, todavía se guardan álbumes que pasaron de generación en generación. Para los abuelos, son recuerdos de su juventud; para los nietos, pueden ser descubrimientos sorprendentes: mapas que ya no existen, países que cambiaron de nombre, héroes olvidados, flores exóticas, inventos que hoy parecen rudimentarios. Cada álbum es un archivo de historia personal y colectiva.


Medicina contra la inmediatez


Reivindicar la filatelia no significa negar la importancia cultural de Pokémon ni demonizar a quienes disfrutan de sus cartas. Significa recordar que existen otras formas de coleccionar: más lentas, más reflexivas, menos atadas a la especulación. Si una carta Pokémon vale por lo intacta y rara que es, una estampilla vale por lo que cuenta de su época, por el pedazo de historia que condensa en su pequeño espacio.


La filatelia no compite con Pokémon, porque su terreno es otro. Mientras una está atrapada en la lógica de la moda y el mercado, la otra invita a un viaje sin fin por la historia y la memoria. En tiempos dominados por la rapidez y la especulación, volver a abrir un álbum de estampillas puede ser un acto de resistencia: una manera de detenerse, de aprender, de mirar el mundo con ojos más pacientes.

Noticias

bottom of page