Cincuenta años de avalanchas electorales
En el Perú, las elecciones de los últimos cincuenta años han sido un carnaval político donde la improvisación se mezcla con el desencanto ciudadano. Desde 1980, cuando toda la ciudadanía pudo votar sin exclusiones de género o raza, el panorama electoral ha sido inestable, con lealtades efímeras y promesas de cambio tan comunes como las lluvias en la selva peruana.
El votante peruano, soñador pragmático, carga décadas de traiciones políticas, pero no pierde la esperanza de un líder redentor. Es un creyente descreído, cual hincha en plena tanda de penales que siempre alberga la ilusión de una victoria milagrosa, mientras ya se prepara para la siguiente decepción. El ciudadano lleva puesta la política electoral: es individual, subjetiva, simpatizante e inestable, no colectiva, objetiva, militante y estable.
El desfile de los forasteros
En otros contextos, las campañas electorales son procesos muy planificados, de gran organización y movilización de recursos, asentados sobre organizaciones políticas. En cambio, las campañas electorales en el Perú son un fenómeno tan singular que pocos extranjeros logran descifrarlas, cual forasteros en una tierra que nunca llegan a comprender.
Los bien pagados consultores internacionales, con sus manuales y gráficos de laboratorio, suelen fracasar estrepitosamente. Desde el “tsunami Fujimori” que arrolló a Vargas Llosa en 1990 hasta la inesperada victoria de Pedro Castillo en 2021, el país ha sido una trampa para estos gurús electorales.
Es como si el Perú les recordara constantemente: “Aquí no se trata solo de tácticas, se trata de entender a un pueblo que no siempre se entiende a sí mismo”. Solo dos campañas dirigidas por expertos electorales han logrado triunfar en este mar de incertidumbre: García en 2006 y Kuczynski en 2016, ambas en circunstancias excepcionales. Para el resto, nombres como Lourdes Flores o Keiko Fujimori han sido ejemplo de derrotas causadas por estrategias que no lograron conectar con la realidad peruana.
“Que cien partidos florezcan”
El sistema electoral peruano es una feria de posibilidades en dos vueltas. La política aquí es un mercado donde cada puesto, sea outsider o curtido, intenta atraer al votante con promesas de cambio o, al menos, de notoriedad. En este contexto, perder no siempre significa fracasar; ganar visibilidad puede ser suficiente para negociar cuotas de poder o preparar el terreno para la próxima elección. En tal sentido, no hay pierde. Quienquiera que quede primero necesita recurrir a las inversiones políticas de quien quede segundo o último. Con ese seguro de vida, siempre hay opción e incentivo a participar.
El desafío inicial, sin embargo, es salir de la nebulosa categoría de "Otros" en las encuestas; con un asterisco que a veces ni siquiera incluye una mención con nombre. Aquí comienzan las maniobras tácticas, los discursos grandilocuentes y las promesas desmedidas. La oferta política es tan variada como la sociedad peruana misma, con grupos que representan intereses dispares, pero todos unidos por la ambición de llegar al poder, aunque sea de manera tangencial.
El momento gatillo
El proceso electoral peruano da oportunidades a muchos. El sistema es amigable a los outsiders y underdogs y riesgoso para los punteros iniciales. El voto se va concentrando paulatinamente. Compiten las izquierdas, centros y derechas por sus respectivos espacios y luego recién se cruzan las líneas de simpatía. En este proceso electoral, siempre hay un punto de inflexión: el momento gatillo. Este momento redefine la dinámica de la contienda. Algunos candidatos capitalizan el gatillo y concentran el voto a su favor, mientras otros pierden terreno y ven cómo su base de apoyo se disuelve.
Puede ser un titular de prensa, un gesto simbólico o un error del oponente. Es el instante en que un candidato deja de ser un desconocido para convertirse en una figura central del debate. Ejemplos sobran: puede ser un diario aprista en 1990 anunciando que Fujimori superó a Pease en intención de voto, puede ser García pregonando que hace sus campañas con alegría (rebasando a Lourdes Flores en 2006). Tal vez sea un chicharrón rechazado que arruina las aspiraciones de un Barnechea en 2016, o una multitud enfervorizada en Juliaca que corona a un maestro rural como Castillo en 2021.
Cuando el gatillo se dispara, el candidato se eleva como un cohete o cae como un ídolo de barro. Es el momento de salir del anónimo bolondrón del “Otros”, si se empezó desde abajo, o el momento de ganar o perder viabilidad entre los punteros, si se está cortando viento en la cabecera del pelotón. A partir de ese momento, el voto se le concentra al candidato gatillado o se le desconcentra al candidato desengatillado. Es el clic que marca la cancha para la siguiente etapa del juego.
La batalla por pasar la valla
El proceso electoral peruano se caracteriza por dos etapas de concentración del voto. La primera ocurre cuando los votantes identifican a los candidatos viables, incluso dentro los underdogs, aquellos con posibilidad de superar la valla electoral. Esta es una señal de viabilidad del candidato y alivia la sensación de pérdida del voto. Si hay algo que no quiere el votante es que su voto no cuente. El votante apuesta racionalmente por opciones viables. Ver que su voto al menos colocará congresistas y no se perderá en el éter, refuerza su opción y anima a otros votantes similares a dejar otras opciones y decantarse por opciones aún incipientes, pero viables.
Este es el momento en que surgen las campañas negativas, sobre todo de la derecha, como las que evocan el fantasma del chavismo o el comunismo, o “el salto al vacío”, suelen aparecer. Sin embargo, lejos de desalentar, estas tácticas polarizan al electorado. Generan simpatía principalmente en sectores medios y de Lima, pero rechazo principalmente en sectores pobres y fuera de Lima. Este tipo de campañas negativas ya son una fija en los procesos electorales peruanos. Al parecer, han hecho más daño que bien a sus impulsores. Igual sigue ocurriendo.
Pasar a segunda vuelta
El segundo momento ocurre cuando el underdog gatillado y ya por encima de la valla apunta a posicionarse entre las opciones pasables a segunda vuelta. Y ahí viene una segunda decisión del votante. Una vez que el votante define su voto por candidatos que han acumulado una masa crítica de viabilidad, se viene la decisión final, que prepara la avalancha de los últimos diez días. Los partidos que se desmarcan de la pelotonera y se erigen como opciones viables ajustan sus tácticas. Unos, desde la izquierda o la derecha, optan por por moderar sus discursos o “pegarse al centro” para atraer tempranamente al votante promedio.
Otros evalúan que más rentable les sale mantener discursos polarizantes que refuercen y consoliden su base dura y hasta la expanda. En esta etapa viene la competencia entre bandos por quién compite mejor con el oponente ideológico. García contra Flores por oponerse a Humala en 2006, o todos contra todos por oponerse a Humala en 2011. Caso particular fue la disputa de Kuczynski con Mendoza, que fue ideológica, pero posterior a que Kuczynski socave a todos sus competidores derechistas.
La avalancha final
En los últimos diez días de campaña, encuestas y noticieros acaparan la atención, marcando el inicio de la avalancha: un acto de rebeldía y pragmatismo de los sectores olvidados que rechazan al statu quo y a los medios tradicionales. La avalancha final es el momento contestatario por antonomasia en un sistema político en que la ciudadanía no cuenta en el día a día y rechaza al statu quo, en particular a los medios tradicionales que imponen sus discursos y candidatos.
Este momento contestatario define muchas veces la primera vuelta, como ocurrió con Fujimori en 1990, Toledo en 2000, García en 2001, Humala en 2006 y Castillo en 2021. Sin embargo, no siempre asegura el triunfo; candidatos como García y Humala lograron crecer rápidamente solo para ser derrotados en la segunda vuelta por el pragmatismo del electorado.
La concentración final del voto suele afectar más a los competidores ideológicamente cercanos que a los adversarios directos. En 2016, Kuczynski pidió a los votantes de derecha votar por él para frenar a Mendoza, mientras ésta apeló a que sus rivales abandonaran la contienda; solo un candidato renunció, y otro fue señalado como responsable de bloquear su avance. En 2021, el voto de izquierda se concentró en Castillo, mientras la derecha, dispersa entre tres opciones, experimentó por primera vez lo que tantas veces debilitó a la izquierda desunida.
El “mal menor” en segunda vuelta
En el Perú, la segunda vuelta electoral ha sido históricamente una disputa por conquistar el esquivo centro político, un terreno decisivo donde los votantes suelen inclinarse por el “mal menor”. Este centro fue clave para rechazar a Ollanta Humala en 2006, pero también para aceptarlo en 2011 bajo una versión más moderada. Del mismo modo, Pedro Castillo logró seducir a parte de este electorado centrista en 2021. De forma similar el centro político también fue el verdugo de Keiko Fujimori, quien perdió en tres ocasiones consecutivas frente a Humala, Kuczynski y Castillo. Keiko no logró romper con una estrategia polarizante primeravueltista, lo que terminó alejando los apoyos necesarios para definir una victoria.
El centro y los equipos técnicos: una fórmula para convencer
La lucha por el centro no solo se juega con discursos, sino también con la construcción de credibilidad a través de los llamados "equipos técnicos". Aunque los debates técnicos no siempre destacan por su profundidad o la viabilidad de las propuestas, cumplen una función crucial, junto con las revisiones y ajustes al plan de gobierno: permiten al votante evaluar si un candidato tiene la capacidad de gobernar. Con eso, los partidos presentan una imagen de viabilidad con la que captan el voto indeciso.
En 2011, Humala transitó de un discurso radical, plasmado en su plan inicial La gran transformación, a una propuesta más moderada conocida como la hoja de ruta, lo que le permitió reforzar su posicionamiento centrista y ganar credibilidad ante el electorado. En cambio, en 2021, Castillo intentó un desplazamiento similar, distanciándose del programa de Perú Libre y proponiendo planes adicionales a través diversos equipos técnicos. Sin embargo, este movimiento le generó más complicaciones que beneficios, erosionando su intención de voto y poniendo en riesgo su victoria.
El impacto de los debates presidenciales
Contrario a lo que algunos analistas sostienen, los debates entre los finalistas de la segunda vuelta sí influyen en el desenlace electoral. Desde el emblemático enfrentamiento Vargas Llosa-Fujimori en 1990 hasta los recientes debates Castillo-Fujimori en 2021, estos encuentros han sido espacios donde se define quién representa el “mal menor” y quién parece más preparado para asumir la presidencia. Casos como Toledo-García en 2001, García-Humala en 2006 o Kuczynski-Fujimori en 2016 muestran cómo estos eventos pueden ser decisivos para inclinar la balanza electoral.
El “mal menor” y las semillas de la inestabilidad
Elegir al “mal menor” puede asegurar una victoria electoral, pero a menudo crea problemas una vez asumido el gobierno. Los presidentes electos bajo este esquema llegan con una legitimidad frágil y enfrentan la desconfianza de un electorado que no votó tanto por ellos como contra su oponente. Esto genera un escenario político donde la inestabilidad está prácticamente garantizada, incubando conflictos que pueden derivar en crisis y, en algunos casos, en la derrota del propio gobierno.
Y de yapa, el conflicto post-electoral
La elección peruana de 2021 añade un capítulo inesperado a su compleja saga electoral: un conflicto post-electoral protagonizado por la derecha. En un hecho inusual, se cuestionaron tanto los resultados como la legitimidad de las instituciones democráticas, como si, ante la derrota, una parte del país optara por romper el tablero en lugar de aceptar las reglas. Este episodio evidenció las tensiones y fragilidades del sistema político peruano, donde las elecciones no solo eligen a ganadores y perdedores, sino también reconfiguran las bases de la gobernabilidad.
Conclusión: partir de la realidad política nacional
Este artículo ha intentado explorar el proceso electoral peruano desde su lógica interna, identificando regularidades empíricas en casi medio siglo de elecciones libres. Lo que podría parecer caótico refleja en realidad las dinámicas de una sociedad profundamente heterogénea, dispersa y marcada por fidelidades políticas inestables, producto de una historia de repetidas desilusiones.
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