Adicción digital multiplica hasta por tres el riesgo suicida
- Redacción El Salmón
- hace 35 minutos
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Los adolescentes que se enganchan de forma compulsiva a las redes sociales, los videojuegos o el celular corren entre dos y tres veces más riesgo de tener pensamientos o conductas suicidas a los 13 o 14 años. El peligro no está tanto en cuántas horas pasan frente a la pantalla, sino en cómo se relacionan con ella: si pierden el control, si se sienten ansiosos al desconectarse o si su vida diaria —como el colegio o la relación con la familia— comienza a deteriorarse.
Esta alarmante conclusión proviene de un amplio estudio realizado en Estados Unidos, que siguió de cerca a más de 4.000 menores durante varios años. Es parte del proyecto Adolescent Brain Cognitive Development (ABCD), liderado por la Universidad de Cornell. Lo novedoso de esta investigación es que usó inteligencia artificial para analizar los distintos tipos de uso digital y descubrir que el impacto en la salud mental depende más de la forma de usar la tecnología que del tiempo frente a la pantalla.
El análisis permitió identificar distintos patrones. Por ejemplo, la mitad de los adolescentes mostraban un uso problemático del celular desde el principio; uno de cada cuatro desarrolló esa adicción con el tiempo, y un 41 % se volvió cada vez más dependiente de las redes sociales.
¿Qué hay detrás del daño?
Dormir poco, descuidar los estudios, alejarse de la familia o sentir ansiedad al dejar el celular son señales de una relación dañina con la tecnología. Según el investigador Cox y su equipo, estos efectos pueden ser tan graves como los provocados por otras adicciones.
En el Reino Unido, estudios como el Millennium Cohort han mostrado que esta dependencia digital tiene consecuencias especialmente duras para las chicas adolescentes: insomnio, acoso en línea y una fuerte caída en la autoestima son algunos de los impactos más frecuentes. Además, el fenómeno del phubbing —cuando los adultos ignoran a sus hijos por estar absorbidos en sus propios teléfonos— refuerza este ciclo de desconexión emocional en el hogar.
La Organización Mundial de la Salud advierte que entre los 11 y 14 años —una etapa crítica del desarrollo— hasta un tercio de los menores ya puede presentar un uso problemático de pantallas. Las diferencias por género también son claras: las chicas tienden a sufrir más por la presión social en redes visuales, lo que puede derivar en baja autoestima, trastornos alimenticios o ciberacoso. En cambio, los varones muestran una mayor inclinación hacia la adicción a los videojuegos, conductas agresivas y riesgos en línea.
Este vínculo entre el uso compulsivo de pantallas y el deterioro de la salud mental se confirma en investigaciones realizadas en Estados Unidos con niños de entre 9 y 11 años. Dos años después, se observó que quienes usaban videojuegos en línea, chats o plataformas audiovisuales de manera excesiva mostraban una mayor probabilidad de intentar suicidarse. En ese mismo grupo, las víctimas de acoso digital duplicaban el riesgo de autolesiones.
Regulación y acción comunitaria
Frente a este panorama, distintos países han reaccionado. En EE. UU., más de 40 estados avanzan en juicios contra Meta por daños psicológicos a menores, similar a lo que ocurre en Europa. Paralelamente, el Senado aprobó el Kids Online Safety Act (KOSA), que exige auditorías independientes a algoritmos y refuerza la privacidad de los usuarios jóvenes.
En el Reino Unido, el movimiento "Smartphone Free Childhood" promueve retrasar el primer móvil hasta los 14 años, y muchas escuelas han comenzado a implementar políticas estrictas: prohibición de smartphones durante el horario escolar. No obstante, estudios como el programa SMART en Inglaterra hallaron que estas medidas no reducen el uso total ni mejoran la salud mental si no se acompañan de estrategias integrales .
En Nueva York, la comisión de salud insta a no dar smartphones antes de los 14 años, y el gobierno local fomenta leyes para limitar su uso en las aulas.
Propuestas de intervención: Educación, terapias y alfabetización emocional
Especialistas abogan por intervenciones que trasladen modelos de tratamiento de adicciones al contexto digital: terapia cognitivo‑conductual, redes de apoyo familiar y escolar, y monitoreo de indicadores de uso compulsivo .
La alfabetización digital es otro eje fundamental: enseñar a los jóvenes a identificar contenido nocivo, entender los mecanismos de los algoritmos y gestionar emociones frente a estímulos online . A nivel escolar, implementar días sin pantallas, promover actividades al aire libre y fortalecer la conexión interpersonal ha mostrado mejoras en sueño, concentración y relaciones afectivas .
La crisis silenciosa exige respuestas articuladas
La evidencia acumulada en las últimas dos décadas —desde la pesquisa de Jean Twenge sobre depresión juvenil hasta los informes recientes del ABCD y la OMS— describe una realidad preocupante: no es el tiempo frente a la pantalla, sino cómo y con qué motivación la usan los adolescentes lo que determina el impacto en su salud mental.
El término "adicción digital" define un fenómeno real: es la pérdida del control, el malestar percibido al desconectarse y la priorización de lo virtual sobre lo real. Combatirlo requiere una estrategia coordinada entre gobiernos, plataformas, escuelas y familias. Establecer límites de acceso, regular algoritmos adictivos, incorporar terapias digitales y fortalecer vínculos emocionales son pasos esenciales para proteger a una generación marcada por una crisis en silencio.
Esta investigación no solo llama al reconocimiento: exige acción. Sin una respuesta integral, el riesgo no será solo estadístico, sino humano y social.
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