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El trabajo de cuidado deja a 2,7 millones de mujeres fuera del mercado laboral




En Perú, hay 2,7 millones de mujeres que no tienen trabajo. No son parte del mercado laboral, no figuran en las nóminas, ni en las listas de pago. No ingresan al sistema formal porque dedican su tiempo, casi todo su tiempo, a una labor inabarcable, invisible, pero constante: el cuidado. Un trabajo de jornadas interminables y sin sueldo, de esos que no aparecen en ningún balance económico, pero que, si se valorara como se valora cualquier otro empleo, significaría casi un cuarto del Producto Bruto Interno (PBI) del país: más de S/ 200 mil millones en un año.


Estos números son solo el comienzo de un mapa que revela mucho más que cifras. El trabajo de cuidado no remunerado está en las manos, las vidas y los cuerpos de mujeres que dedican su día a mantener la vida de otros. Es una suerte de pacto tácito, una carga histórica que se traslada, sin preguntas ni alternativas, de una generación a otra. Como señala el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Fundación Friedrich Ebert, es un fenómeno marcado por la desigualdad: mientras las mujeres de los estratos socioeconómicos más bajos (D y E) dedican 60% más tiempo al cuidado que las de los estratos altos (A y B), los hombres en el país apenas destinan el 4% de su tiempo a este trabajo.


La brecha invisible


El peso de esa desigualdad no solo recae sobre quienes cuidan, sino también sobre quienes dependen de ellas. María Teresa, una mujer de 45 años, dejó su trabajo como auxiliar en un colegio hace cinco años para cuidar a su madre, que sufre Alzheimer avanzado. Cada día amanece y comienza de nuevo: baña a su madre, la alimenta, organiza la casa, realiza tareas de limpieza y preparación de alimentos que ocuparán sus manos hasta la noche. Sus horas son largas y, aunque la satisfacción de cuidar a su madre le llena, sabe que su vida se ha reducido a cuatro paredes.


Como ella, hay cientos de miles de mujeres que no solo cuidan a sus hijos, sino a sus padres envejecidos, a hermanos con necesidades especiales o a vecinos en situación vulnerable. A este tipo de tareas la OIT las llama “trabajo de cuidado indirecto”, como cocinar y limpiar; sin embargo, en la práctica, no hay nada indirecto en dedicar toda una vida al bienestar de otros. Los números revelan una imagen aún más inquietante: alrededor de cinco millones de personas en Perú se dedican a tareas de cuidado, de las cuales 3.1 millones lo hacen sin ninguna retribución.


Inversión con retorno invisible


El cuidado debería considerarse un pilar fundamental en cualquier economía. Los estudios muestran que una inversión en la llamada "economía del cuidado" podría generar más de 25 millones de empleos en América Latina, y Perú no sería la excepción. Una estructura de cuidados formalizada no solo abriría oportunidades de empleo para mujeres, sino que también fortalecería el sistema de salud, mejoraría la calidad educativa y fomentaría la igualdad de género. Pero en Perú, cualquier intento de institucionalizar el cuidado —como la creación de un Sistema Nacional de Cuidados— ha tropezado con el muro de la indiferencia política.


“El cuidado no es una opción, es una obligación. Y por eso, al Congreso le resulta conveniente ignorarlo”, dice Leddy Mozombite, Secretaria General de la Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar (Fenttrahop). Ella sabe de lo que habla: en su organización, muchas mujeres trabajan día y noche para sostener hogares ajenos, mientras el suyo propio se convierte en una extensión más de su jornada laboral. “Los cuidados sostienen la economía del país y la vida misma. Pero es un trabajo invisibilizado, al que no se le quiere dar su valor.”


Legislación truncada y el eco de una promesa


A pesar de la urgencia y de algunos esfuerzos por integrar el trabajo de cuidado en la agenda legislativa, las propuestas se apagan antes de ser escuchadas. La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 29 de octubre como el Día Internacional del Cuidado y el Apoyo, una invitación a todos los Estados miembros para que reflexionen sobre la importancia del cuidado. Perú parece haberlo interpretado como una fecha en el calendario, una conmemoración sin compromiso. En el último año, tres proyectos de ley fueron presentados para impulsar un sistema de cuidados en el país, pero ninguno avanzó.


“Hasta la fecha no se ha reconocido el cuidado como trabajo y a las que cuidamos como trabajadoras. Archivaron proyectos sin buscar otras opciones y oportunidades a cambios reales. Necesitamos acortar brechas de desigualdades, pero nos chocamos con opiniones sesgadas y politizadas”, dice Mirella Orbegozo, presidenta de Yo Cuido Perú, una organización de cuidadoras de personas con discapacidad.


La respuesta del Estado peruano hasta la fecha ha sido dispersa. Existen programas como ‘Cuna Más’ y ‘Pronoei’, que ofrecen apoyo limitado, pero estas iniciativas solo alcanzan a ciertos sectores. María del Pilar Sáenz de la Fundación Friedrich Ebert sostiene que hace falta un enfoque integral: “Lo que tenemos son servicios aislados. Hay que recordar que el cuidado es un derecho. Todos tenemos derecho al cuidado, a recibir cuidados, a cuidar y al autocuidado”.


Un sistema en construcción (o en pausa)


Crear un sistema nacional de cuidados en Perú significaría reconocer de forma concreta lo que ya es una realidad: que el trabajo de cuidado sostiene el país. También implicaría asumir que el Estado, las familias, el sector privado y toda la sociedad deben compartir la carga. La corresponsabilidad no solo es justa, sino necesaria. “Es urgente. Este trabajo no puede seguir esperando”, afirma Mozombite. La demanda es clara: políticas integrales, programas que abarquen no solo a los niños y los ancianos, sino también a los cuidadores que los atienden.


Y mientras las cifras de cuidadoras se acumulan en un Excel, la vida de millones se suspende en tareas repetitivas, constantes, cruciales, pero nunca valoradas. Para María Teresa, el tiempo se mide en cucharas de comida, en baños y cambios de ropa. Ella sabe que sus días son una suma de actos esenciales, aunque nadie le dé la bienvenida a fin de mes con un cheque. 


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