Así escribe László Krasznahorkai, el Nobel de Literatura 2025
- Redacción El Salmón

- 15 oct
- 6 Min. de lectura

Cuando la Academia Sueca anunció el 9 de octubre de 2025 que el húngaro László Krasznahorkai era el merecedor del Premio Nobel de Literatura, el mundo literario volvió a prestarle atención a una voz que lleva décadas construyendo su obra en tensión constante con el presente. El jurado justificó su elección señalando que su producción es “convincente y visionaria” y que en medio del “terror apocalíptico” reafirma algo que parece cada vez más frágil: el poder del arte. Este premio no solo celebra los logros del autor húngaro, sino también la tradición literaria centroeuropea: esa línea que une la melancolía, lo absurdo, lo oscuro, la protesta silenciosa, con lo sublime del lenguaje.
El hecho de que Krasznahorkai sea apenas el segundo autor de Hungría en ganar este galardón —el primero fue Imre Kertész en 2002— refuerza la significación de este reconocimiento. Transcurridos años de aislamiento cultural, de tensiones políticas crecientes, desde algunos frentes critican que el arte ha sido presionado por la censura, la propaganda, el nacionalismo extremo. En un contexto así, premiar a un autor que no rehúye el horror, que lo observa, lo describe y lo confronta, se siente una apuesta ética además que estética.
Biografía, residencia y raíces
László Krasznahorkai nace en 1954, en la ciudad de Gyula, en el sureste de Hungría, muy cerca de la frontera con Rumania. Esa frontera no solo es geográfica, también simbólica: una región marcada por las migraciones, por la mezcla de culturas, idiomas y recuerdos del Imperio Austro-Húngaro, del comunismo, de las pérdidas políticas. Esa historia permea su obra sin necesidad de referencias explícitas sino a través de atmósferas, de tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre la memoria colectiva y la experiencia individual.
Aunque vive en Hungría, Krasznahorkai reparte su tiempo entre distintos lugares: una colina cerca de Budapest, Trieste, Viena. Esa movilidad, vivir entre centros culturales distintos, le ha permitido observar con distancia —una distancia que a su vez lo acerca al mundo con una sensibilidad crítica. Su lengua materna, el húngaro, es algo que defiende con orgullo: en su entrevista tras conocer el premio dijo que sentirse parte de la genealogía de escritores de su lengua le da fuerza para seguir escribiendo, para afirmar el valor de una lengua pequeña en un mundo globalizado.
Tema y estética: hondura, opresión, belleza
Una de las claves de Krasznahorkai como autor es su capacidad para conjugar lo estético con lo existencial: sus novelas y relatos no son sólo ejercicios de estilo, sino meditaciones dolorosas sobre lo que significa ser humano en tiempos de colapso, de incertidumbre y desasosiego. Hay una mirada apocalíptica que no espera a un desastre definitivo, sino que lo siente presente: en la decadencia, en el derrumbe del tejido social, en las tensiones morales de la vida cotidiana.
Estéticamente, apuesta por la frase larga, por la sintaxis corrida, por escasas concesiones a la pausa. Esa prosa que puede parecer abrumadora es deliberada: produce una experiencia de densidad, de oleaje interior, de insistencia. No hay respiro evidente; el lector se ve arrastrado por un flujo narrativo que se niega a soltar. Esa resistencia formal coincide con su resistencia ética: resistir al conformismo, a la superficialidad, al miedo.
Dentro de los temas recurrentes están la memoria, la historia que hiere tanto como enseña, la soledad, la imposibilidad de escapar de ciertos destinos colectivos, las promesas incumplidas de la modernidad. Pero también aparece la belleza: no como ornamento, sino como fuerza salvadora. En diversas entrevistas, Krasznahorkai ha dicho que sin fantasía la vida sería otra cosa; que leer libros da poder para sobrevivir los tiempos oscuros. Esa idea atraviesa su obra: la imaginación como fuerza de resistencia. 1
Obras destacadas y experiencias narrativas
Aunque no hay un único libro por el que se le otorgó el Nobel, hay varios que actúan como pilares para comprender su universo literario en toda su complejidad. Sátántangó inauguró su fama: una novela larga sobre un pueblo en decadencia, sobre la espera, la traición, el colapso colectivo. Su adaptación cinematográfica por Béla Tarr ayudó a que muchos lectores “visuales” sintieran lo que su estilo textual intentaba: dilatar el tiempo, hacer visible la espera, la desesperanza.
La melancolía de la resistencia, en cambio, introduce lo grotesco de modo más directo: lo extraño, lo absurdo interrumpe lo cotidiano, y esa irrupción cuestiona lo que damos por sentado: la seguridad, la lógica del orden social, los comportamientos colectivos. Esa novela también ha sido una de las que más replantea el horror no como excepción sino como elemento estructural del mundo.
Baron Wenckheim vuelve a casa es quizá una novela que muestra la madurez de su técnica narrativa: personajes múltiples, trayectorias entrelazadas, esa sensación de que el pasado no se ha ido sino que persiste como deuda, como espectro. Su regreso al hogar es también confrontación con expectativas fallidas. Guerra y guerra y obras más recientes como Herscht 07769 mantienen el pulso: lo apocalíptico, lo humano, lo filosófico, lo mundano se imbrican.
Reacciones, críticas, política
Nada en Krasznahorkai es ajeno al mundo real. Su obra nace de una conciencia política, moral, histórica. En entrevistas recientes ha criticado la deriva autoritaria de Hungría bajo Viktor Orbán; acusa al poder de recurrir al nacionalismo, a la falacia histórica y al silencio moral. Para él, la historia no es gloriosa, es una continuidad de pérdidas.
Además, su recepción internacional ha sido mezcla de admiración y desafío. A algunos lectores les cuesta entrar a sus textos por la dificultad formal, por lo poco complaciente que es su narrativa; a otros les parece justamente eso lo más valioso: encontrarse con literatura que exige, que genera preguntas, que no ofrece consuelo fácil. Esa división no lo incomoda; al contrario, parece ser parte de su vocación: enfrentar la complacencia.
Lo que el premio significa para la literatura contemporánea
Este Nobel llega en un momento en que muchas voces literarias y culturales cuestionan la capacidad del arte para decir lo que sucede realmente, para resistir la banalidad, para retener algo del calor humano frente al avance tecnológico, la polarización política, la guerra, la desconfianza global. Krasznahorkai representa ese punto de tensión: no promete utopías, pero tampoco cede. Recuerda que lo terrible no siempre está en otro lugar, puede estar en el presente, en lo cotidiano, en lo íntimo.
También significa una apuesta de la Academia Sueca por autores exigentes, que no buscan masas sino profundidad, que no ofrecen evasión sino confrontación estética. En este sentido, el premio a Krasznahorkai dialoga con otros premios recientes que han valorado la diversidad, la resistencia, la crítica.
Palabras del autor: sorpresa, amargura, fantasía
Las primeras reacciones de Krasznahorkai tras enterarse del premio mezclan humildad, sorpresa y un reconocimiento profundo a los lectores. En su conversación con la organización del Nobel dice que no lo esperaba, que está “absolutamente sorprendido” y que conoce —y aprecia— el hecho de poder seguir ejerciendo su lengua original, el húngaro, en un mundo que parece valorar lo global.
También habla de que su inspiración más íntima ha sido la amargura: “estar triste por lo que está sucediendo en el mundo”, por las condiciones sociales, por la pérdida del sentido, por la fragilidad ética. Esa amargura no es resignación: es combustible. Es parte de lo que lo impulsa a escribir, a imaginar, a insistir en la literatura como algo más que entretenimiento.
Y afirma que sin fantasía la vida sería distinta: menos profunda, menos capaz de sostenernos frente al horror cotidiano. Leer, imaginar, crear ficciones no es escapismo para él, sino modo de resistencia. Esa idea resuena en cada frase larga, en cada descripción que no cede ante lo inmediato, en cada novela que no busca cierre fácil.
Cómo acercarse hoy a Krasznahorkai y algunas preguntas para pensar
Leer a Krasznahorkai es entrar en un territorio que puede ser difícil, pero muy enriquecedor. Comenzar quizás con sus relatos o novelas más breves puede servir como puerta de entrada: para familiarizarse con su ritmo, su insistencia verbo-sintáctica, su insistencia en lo silencioso y lo terrible. Observe cómo trabaja el tiempo narrativo: la prolongación de escenas, la espera, la presencia simbólica de la historia en lo cotidiano.
Preguntarse mientras se avanza: ¿qué significa esperar en sus libros? ¿Qué esperanzas quedan? ¿Cómo se siente la relación entre el individuo y lo colectivo, entre lo histórico y lo personal? ¿De qué modo su estilo —esa frase larga, esa atmósfera saturada— sirve para transmitir lo que sucede más que solo narrarlo?
Reflexionar también en torno a la lectura como acto político: ¿qué implica leer literatura que no busca complacer? ¿Qué espacio deja para la incomodidad, la reflexión, la transformación? En una época de distracciones constantes, Krasznahorkai invita a retraer la mirada, a aguantar la pregunta, a resistir en la palabra.













Comentarios