2032, la batalla por la historia
- Susana Aldana Rivera
- hace 3 días
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En apenas siete años llegaremos a una fecha históricamente tan sugerente como compleja: 2032. Y aunque en este país la historia —pese a su enorme profundidad temporal— suele recibir poca o nula atención crítica, esta fecha será significativa, sobre todo, para la gente común. El pasado será activado por lo que el propio calendario simboliza y, con seguridad, el enfrentamiento y la oposición marcarán los distintos argumentos de quienes intervengan en el debate público. La fecha canalizará las tensiones del momento y, desde lo más hondo, aflorarán los antagonismos, los problemas y las contradicciones propias de la sociedad peruana.
Una situación muy distinta a la que acabamos de vivir. Entre 2020 y 2024, la independencia del Perú se convirtió en el prisma que subordinó casi cualquier otro tema, frenando prácticamente toda investigación que no se vinculara directamente con ella. Fue un periodo prolongado en el que muchos historiadores sucumbimos a la fuerza de esa perspectiva, aun cuando es evidente que poco se avanzó en la discusión de su significado profundo. La mayoría de los estudios se concentró en la separación de España y en los hechos militares, abundando en aspectos ya conocidos, así como en la recuperación del eje central del metarrelato nacional construido a mediados del siglo XX: el 28 de julio como fecha icónica de la independencia del Perú, cuando Lima se erige en capital republicana y se alcanza la autonomía nacional mediante la ruptura con la metrópoli.
Muy pocos trabajos se orientaron a recuperar —más allá de la independencia como puente entre una monarquía de Antiguo Régimen y una república moderna— el carácter verdaderamente fundacional de la república que hoy habitamos: sus dudas y certezas, sus errores y aciertos, y lo que implicaba crear un sistema político completamente distinto. ¿Cómo construir algo genuinamente nuevo después de intentar destruir lo existente y teniendo, además, que edificar necesariamente sobre esas mismas bases? ¿Se sabía realmente en 1821 o en 1824 cómo debía funcionar una república? En este punto, los anacronismos —esa desviación recurrente incluso entre historiadores profesionales— estuvieron muy presentes.
Sin embargo, también debe señalarse que este periodo ofreció una oportunidad singular: por primera vez en la historia del Perú republicano, se articularon de manera sistemática las distintas visiones regionales y locales del proceso de independencia dentro de un marco nacional, no desde el revanchismo, sino desde la contribución historiográfica. La pregunta eje —nacional y militar— no fue abandonada, pero las regiones presentaron lecturas propias que recuperaban su participación en el proceso. Y algo quedó particularmente claro: debido al modelo político del Antiguo Régimen, cada ciudad, villa y pueblo atravesó su propio proceso de independencia, reflejo de la necesidad local de proclamar y jurar su emancipación.
Analizar y presentar las distintas historias posibles de la independencia permitió, en primer lugar, advertir cómo los intereses de las diversas regiones jugaron —según el caso— a favor o en contra de la opción por un nuevo sistema político en gestación, así como la confusión que esas alternativas generaban entre quienes vivían el proceso en tiempo real. Pese a lo que suele asumirse retrospectivamente, es necesario reconocer que todos se concebían como patriotas: unos combatían por su rey —y por la tierra que consideraban perteneciente a ese rey—; otros, por la república, una patria peruana aún en germen. Hubo, así, monarquismos en diversas modalidades de realización posible, del mismo modo que liberalismos también múltiples, como quedaría en evidencia durante los conflictivos años iniciales de la república. Conviene subrayar, además, que la mayoría de quienes encabezaron los enfrentamientos compartían una matriz liberal: algunos desde posiciones radicales, cercanas al jacobinismo; otros como liberales monárquicos constitucionales; y otros más como liberales conservadores, defensores de un orden que se encontraba en proceso de disolución.
Debe anotarse, asimismo, que el marco monárquico suponía una forma política sustancialmente distinta. La Corona negociaba de manera diferenciada con cada grupo social sobre la base de un cuerpo normativo común —la legislación indiana—, lo que permitía una articulación política flexible y jerarquizada. La república, en cambio, implicaba la homogeneización y la exclusividad nacional, impulsando un relato histórico único para todo el territorio peruano. Era el tiempo del Estado nacional, hijo de la sociedad industrial y de la modernidad política.
La vitalidad de las versiones regionales fue el gran aporte al bicentenario, como señalé anteriormente[1] pero no supuso el enfrentamiento entre posiciones históricas sino más bien, la contrastación, el abundamiento y sobre todo, el enriquecimiento del proceso independentista y de la historia nacional. Por un lado, en términos del Perú, conocer las regiones dentro de la nación permitió establecer que la independencia de Lima marca una primera etapa decisiva en el proceso de independencia y que si hubo una verdadera guerra de independencia, cruel y violenta cual es la naturaleza de toda guerra, y que esta se libró por la sierra central.
Pero también resulta necesario pensar, desde la perspectiva de las actuales regiones supranacionales, que la explicación y el impacto de los procesos de independencia no estuvieron circunscritos a un espacio nacional hoy claramente delimitado, sino que se inscribieron en grandes regiones que atravesaban la Sudamérica virreinal y desbordaban ampliamente los límites nacionales contemporáneos. Así, pensar la independencia de Arequipa remite a un conjunto de procesos que, para ser comprendidos cabalmente, obligan a considerar la de Buenos Aires; del mismo modo, la de Trujillo se encuentra profundamente vinculada con Quito, Bogotá y Caracas. En todo caso, fue el Perú entero —y no solo Lima— el que vibró con el Bicentenario de la independencia.
La siguiente conmemoración de gran envergadura será la de 2032, cuando se cumplan quinientos años del inicio de la conquista española en el territorio del Perú. Por más que en el camino se intente destacar otros hitos históricos, lo cierto es que, después de la independencia como fundación republicana, el gran momento que se aproxima es el de la conquista. Y con ello, casi con certeza, se abrirá una verdadera batalla por la historia. Será una celebración, sí, pero una que no buscará contrastar discursos sino enfrentar posiciones: historiadores contra historiadores, estudiosos locales contra académicos institucionalizados, y todos ellos frente a una ciudadanía cada vez más interesada en el pasado. No solo estará en juego la reivindicación, sino también la revancha simbólica.
Uno de los primeros puntos de disputa será establecer dónde llegaron los españoles y dónde comenzó el proceso: ¿una conquista avasalladora, marcada por el enfrentamiento y el genocidio para algunos, o una conquista entendida como aporte cultural y misión civilizatoria para otros? Es probable que Piura se imponga como referencia inicial, pero las posturas —múltiples y diversas— obligarán a tomar partido. La paz cultural dependerá, en gran medida, de cómo se afronte este debate. Muchas regiones confunden la postergación dentro del Estado nacional con el proceso histórico mismo y dirigen sus discursos contra el sistema limeño-capitalino.
Sus voceros, a menudo etiquetados como “de izquierda” —aunque no lo sean necesariamente—, pueden sí compartir un antihispanismo radical que busca revalorizar lo propio y lo nativo, históricamente sojuzgado, sometido y casi destruido o envilecido. En contraste, quienes se identifican con la narrativa nacional, bien insertos en el sistema, sostienen el proceso de conquista como parte constitutiva del mestizaje que dio forma al Perú actual, fundamentalmente costeño y capitalino. En medio de estas posiciones, se perfila una intensa batalla sociocultural.
La batalla por la historia se acerca y no se librará únicamente en las distintas regiones del Perú —donde el norte, el centro y el sur plantean experiencias y memorias diferentes—, sino que trascenderá las fronteras nacionales hacia toda Sudamérica, e incluso hacia América en su conjunto, dado el papel que desempeñó el Virreinato del Perú. Más aún, por el contexto contemporáneo y la emergencia del discurso de la Hispanidad frente a otros imaginarios civilizatorios, el debate cruzará también el Atlántico. Faltan siete años, pero como analistas de la cultura convendría comenzar a comprender este escenario y prepararnos para contribuir, en la medida de lo posible, a la paz social en esta batalla por la historia que ya se anuncia.
[1] Ver la nota de investigación, Aldana Rivera, S. (2025). Bicentenario en Perspectiva: la celebración de la región en la nación. Hypotheses. Blog Instituto Francés de Estudios Andinos [Recuperado: https://ifea.hypotheses.org/9664]








