Tradwives: la domesticidad viral y la celebración contemporánea del patriarcado
- Redacción El Salmón

- hace 5 días
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En TikTok, Instagram y YouTube se multiplican videos de mujeres jóvenes que amasan pan desde cero, crían a cuatro, seis u ocho hijos, visten ropa de inspiración vintage y hablan con serenidad de la “plenitud” que encontraron al abandonar la vida laboral para dedicarse por completo al hogar. Se identifican como tradwives —abreviatura de traditional wives— y presentan su elección como una alternativa al agotamiento del mundo moderno. El fenómeno, que parece íntimo y doméstico, es en realidad global, masivo y profundamente político.
Según un relevamiento de medios como Financial Times, Time y Euronews, algunas de las principales influencers asociadas a esta tendencia acumulan millones de seguidores y construyen verdaderos imperios comerciales: marcas de alimentos orgánicos, cursos, libros, contenidos pagos y acuerdos publicitarios. La vida “simple” que exhiben es, paradójicamente, una de las más monetizadas del ecosistema digital.
Una estética cuidadosamente producida
El universo visual tradwife es reconocible: cocinas amplias, casas rurales o suburbanas impecables, hijos siempre limpios, rutinas ordenadas, cuerpos normados y una narrativa constante de armonía. No hay caos, no hay cansancio, no hay conflicto. Investigaciones sobre cultura digital advierten que este tipo de contenido no documenta la vida cotidiana, sino que la produce como espectáculo. Nada es espontáneo: hay guion, edición, iluminación y estrategia de marca.
Una nota de La Nación señalaba ya esta contradicción: muchas de las influencers que promueven la renuncia al trabajo asalariado viven, en realidad, de un trabajo intenso en redes, tercerizado o invisibilizado, pero altamente rentable. No se trata de una vuelta a la economía doméstica preindustrial, sino de una reconfiguración del trabajo femenino bajo el capitalismo digital.
El punto clave no está en que una mujer decida quedarse en casa —decisión legítima y existente desde siempre— sino en cómo esa decisión se narra y se universaliza. En los discursos tradwife, el hogar no aparece como una opción entre otras, sino como el lugar “natural” de realización femenina. El feminismo, en ese relato, es presentado como el origen del malestar contemporáneo: habría prometido libertad y entregado estrés, soledad y precariedad.
Historiadoras citadas por Time y académicas de universidades como Penn advierten que este argumento distorsiona deliberadamente la historia. Las luchas feministas no obligaron a las mujeres a trabajar: ampliaron derechos en un mundo donde trabajar —mal pago, sin reconocimiento y sin derechos— ya era una realidad para la mayoría, especialmente para las mujeres pobres.
Neoconservadurismo sin estridencias
A diferencia de otros discursos reaccionarios, el fenómeno tradwife no se presenta como una cruzada política explícita. No hay consignas agresivas ni retórica violenta. Su eficacia reside justamente en eso: opera como sentido común amable, como estética aspiracional. Diversos análisis culturales coinciden en que estamos ante una forma de neoconservadurismo blando, que no discute derechos directamente, pero reordena jerarquías.
La familia heterosexual, numerosa y con división sexual clara del trabajo es presentada como modelo deseable. La autoridad masculina aparece naturalizada: el marido proveedor no necesita ser autoritario; su centralidad económica basta. En ese marco, no se cuestiona el patriarcado: se lo celebra como fuente de estabilidad, orden y sentido.
Uno de los aspectos más problemáticos del fenómeno es su desconexión con las condiciones materiales reales de la mayoría de mujeres. Estudios sociológicos en Europa y Estados Unidos muestran que el modelo de “un solo ingreso masculino” es hoy excepcional. Sin embargo, el discurso tradwife evita hablar de dinero, precariedad, dependencia económica o vulnerabilidad ante la violencia.
El silencio no es casual. Al borrar las condiciones estructurales, el mensaje se vuelve moral: si no puedes vivir así, no es por desigualdad, sino por elección equivocada. De este modo, una vida sostenida por privilegios se transforma en norma aspiracional.
Audiencia joven, mensaje antiguo
Aunque el fenómeno se presenta como contracultural, sus valores no son nuevos. Lo novedoso es el público: adolescentes y mujeres jóvenes que consumen estos contenidos en un contexto de frustración laboral, crisis climática y falta de expectativas. El mensaje implícito es claro: frente a un mundo incierto, el repliegue doméstico aparece como refugio.
Pero ese refugio no es neutro. Investigadoras feministas advierten que romantizar la dependencia y la renuncia a la autonomía no cuestiona el sistema que produce el malestar, sino que adapta a las mujeres a él desde una posición subordinada.
Las encuestas muestran que, pese a su visibilidad, las tradwives no representan una mayoría social. La mayoría de mujeres jóvenes sigue prefiriendo modelos de reparto más equitativo entre trabajo, cuidados y vida personal. Sin embargo, su impacto cultural es mayor que su peso demográfico: funcionan como dispositivo simbólico en debates más amplios sobre género, familia y poder.
El fenómeno tradwife no puede reducirse a gustos personales ni a modas inofensivas. Es una narrativa que convierte una estructura histórica de desigualdad en ideal contemporáneo, que estetiza la subordinación y la presenta como elección libre, y que responde al malestar social no con transformación, sino con celebración del orden existente.
No se trata de prohibir ni de moralizar decisiones individuales. Se trata de no confundir marketing con libertad, estética con política, ni nostalgia con justicia social.













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