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Adolfo Suárez: de mito de la Transición a acusado de violación


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Una mujer ha presentado una denuncia formal contra el expresidente del Gobierno español Adolfo Suárez González por presuntas agresiones sexuales que habrían comenzado cuando ella tenía 17 años, poco después de enviarle una carta solicitando consejo académico, y que se habrían prolongado durante varios años. Aunque Suárez murió en 2014 y los hechos están prescritos penalmente, el contenido del relato ha generado impacto público y político al reabrir la discusión sobre su figura histórica y el uso desigual del poder.


El origen del vínculo: una carta buscando orientación


Según la denuncia registrada el 9 de diciembre de 2025 ante la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM) de la Policía Nacional, los hechos que relata la mujer —identificada con el nombre ficticio Ariadna— se remontan a noviembre de 1982, cuando ella tenía 17 años. En ese momento, Suárez tenía alrededor de 50 años y ya no era presidente del Gobierno.


En ese periodo, Adolfo Suárez seguía siendo una de las figuras más influyentes de la vida pública española. Más allá de haber dejado la presidencia, conservaba un amplio capital político, mediático y social, construido durante la Transición y sostenido por una narrativa que lo presentaba como el principal artífice del paso del franquismo a la democracia. Su trayectoria previa dentro del régimen —como militante de Falange, gobernador civil y secretario general del Movimiento Nacional en 1975— había sido reinterpretada en clave de reconciliación, sin que su ejercicio del poder fuera sometido a una revisión crítica exhaustiva. Ese blindaje simbólico e institucional reforzaba una posición de autoridad difícilmente cuestionable, especialmente para una joven de 17 años que se acercaba a él desde la admiración y la búsqueda de orientación.


El primer contacto, según el relato de la denunciante, no fue personal ni casual, sino institucional y mediado por su admiración: ella le escribió una carta en la que le solicitaba asesoramiento académico, preguntándole sobre qué podía estudiar para ayudar a su país y buscando orientación profesional. Suárez respondió a través de su equipo y la citó en su despacho en la Calle Antonio Maura de Madrid.


Ese primer encuentro fue presentado por la denunciante como un momento en el que Suárez le dijo que “seguía sus pasos” y le aconsejó cursar una buena formación jurídica, mientras la interrogaba sobre su vida personal —por ejemplo, preguntándole si tenía novio o si tomaba anticonceptivos—, preguntas que ella consideró “silencios incómodos”.


Los encuentros y la presunta escalada de violencia


La denuncia describe una sucesión de encuentros posteriores, todos concertados por medio de un secretario y una secretaria de Suárez, identificados en el documento, en los que la joven se vio cada vez más expuesta a situaciones que, según ella, derivaron en agresiones sexuales.


El primer episodio que la denunciante describe como agresión ocurrió el 4 de marzo de 1983, meses después de su primera reunión. Según el texto, la joven estaba sentada en el sofá de cuero blanco del despacho cuando Suárez la habría cogido de la mano, le habría dado tirones para acercarla y, tras su negativa, se abalanzó sobre ella, le robó el primer beso en los labios y procedió a tocamientos no consentidos, describiendo la escena con detalles de perturbación y bloqueo emocional.


El documento policial detalla que en otros encuentros posteriores, en torno a diciembre de 1983, Suárez habría eyaculado en su pelo durante otro de los episodios y que, en agosto de 1984, se habría producido otra presunta agresión sexual en el domicilio particular del expresidente en la urbanización de La Florida, durante una cita en la que supuestamente la familia estaba ausente.


La denunciante reconoce que habría habido más encuentros de los que no puede dar detalles suficientes, señalando que el impacto psicológico y el bloqueo de recuerdos eran parte de la vivencia traumática.


“No supe poner nombre a lo que pasó”


En el propio texto de la denuncia, la mujer afirma que no supo identificar lo que vivió como agresión sexual hasta años después, cuando distintos profesionales de la salud mental le ayudaron a comprender que había sido víctima de violencia sexual y abuso de poder. Según contó en entrevistas realizadas a medios como RTVE, fue su primera psicóloga quien, pasados más de veinte años, le dijo que lo que había sufrido era una violación.


El relato incluye el impacto en su vida personal: la denunciante describe síntomas como introversión, problemas de concentración, memoria y salud mental, así como episodios de tricotilomanía (arrancarse el cabello) como consecuencia del estrés y la tensión vividos.


Temor, poder y silencio familiar


La denuncia también recoge cómo la relación entre la joven y Suárez se entrelazó con su vida familiar. En la denuncia ante la Policía, la mujer explica que su familia inicialmente celebraba la amistad con quien entonces era un expresidente histórico, creyendo que eso “le aseguraría un futuro resuelto”. Este contexto, según ella, contribuyó a que no rompiera de inmediato la relación ni contara lo que ocurría.


En la denuncia consta que la mujer habló con su madre en 1985 sobre lo sucedido, pero la propia madre le pidió que no lo contara a su padre. Fue, según su relato, en 1989 cuando lo mencionó al padre, tras lo cual quedaron “besos y cariño”, pero no se habló del tema nuevamente.

Cartas sin respuesta y búsqueda de cierre


En 2003, años después de los hechos, la mujer escribió una carta al domicilio personal de Suárez pidiéndole explicaciones, con la intención de poder cerrar emocionalmente lo que había vivido. En la denuncia se menciona que recibió un tarjetón de respuesta de puño y letra del expresidente, en el que Suárez no aceptaba la “renuncia” de esa relación y se presentaba en el portal de su casa, con dos farmacéuticas que actuaron como testigos. El documento presentado ante la UFAM describe estas experiencias como una “tortura que duró tres años” y que marcó su vida de manera permanente.


La mujer sostiene en su denuncia que ha sufrido un proceso de revictimización constante, no solo por el impacto de los hechos en su vida personal, sino por la manera en que la historia pública y mediática ha ensalzado la figura de Suárez —incluyendo producciones audiovisuales recientes—, lo que, según ella, ha agravado su sufrimiento.


Aunque los hechos denunciados no pueden ser juzgados penalmente debido a la muerte de Suárez y la prescripción, la tramitación de la denuncia ante el juzgado especializado en violencia de género responde al derecho de la denunciante a documentar formalmente su relato y buscar reparación simbólica.


La denuncia también ha puesto en cuestión el modo en que medios de comunicación, instituciones del Estado y producciones culturales contribuyeron durante décadas a consolidar una imagen prácticamente intocable de Adolfo Suárez, centrada en su papel como figura clave de la Transición y desprovista de zonas de sombra. Homenajes oficiales, reconocimientos públicos y relatos audiovisuales construyeron un consenso que tendió a excluir cualquier revisión crítica de su ejercicio del poder. En ese marco, el testimonio de la denunciante no solo interpela a un individuo ya fallecido, sino a una cultura política que privilegió la preservación del mito sobre la escucha de voces que quedaron fuera del relato dominante, y que hoy reaparecen para disputar el sentido mismo de la memoria democrática.

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